Por: Christian Arteaga.
En septiembre de 1991, hace treinta años, Nirvana, grupo musical integrado por Kurt Cobain en la guitarra, Krist Novoselic en el bajo y Dave Grohl en la batería, exponía con fuerza lo que se conocería como Grunge, a partir de la publicación de su segundo y mítico álbum de estudio, intitulado, Nevermind. Un disco compuesto de 13 canciones, casi todas ellas escritas por Cobain y producido por Butch Vig (músico y baterista de la banda Garbage), daba vuelta de tuerca a todo lo que se venía escuchando en los años 80. Esta última década conocida por una especie de florecimiento de la economía norteamericana, vía proceso de modernización del capitalismo industrial por uno financiero y armamentístico (recordemos el tristemente reputado caso Irán-Contras). No en vano, el american way life de ese momento, se sustentó culturalmente en el imaginario de una juventud adicta a las inversiones de la bolsa en Wall Street, a la cocaína como constituyente de rendimiento de aquella actividad y al rock Glam (que deviene de glamour) como placebo. No olvidemos que, en los Estados Unidos de América, el ascenso de Ronald Reagan coincidió con el del Glam, los propios Kiss son una muestra de ello al exponer públicamente su apoyo a dicho gobierno y realizar conciertos en su honor.
No obstante, el Glam significó una paradoja, si bien las identidades binarias quedaban en suspenso por una especie de travestismo musical, puede mirarse las portadas de los discos de Poison, Mötley Crüe, w.a.s.p, Cinderella o Nitro, donde unos rockeros transitaban de una masculinidad ruda hacia el mundo de lo femenino exacerbado. Pero, por otro lado, a nivel político, eran fans del conservadurismo, del capitalismo y sus derroteros estéticos, por ejemplo: posesión de mujeres y drogas, vía poder del dinero.
Todo lo contrario, en el Reino Unido, ya que, si el triunfo de Margaret Thatcher y su conservadorismo descarnado se miró como una escenificación de la real politik, en la música rock ocurrió un hiato. El pospunk inglés emergió como una respuesta al Estado en retirada, en el que los y las jóvenes iban quedando a la deriva, Joy Division y The Clash fueron los exponentes. Del mismo modo, la New Wave londinense y birminghaniana con Depeche Mode, Tears for Fears, Elvis Costello, Duran-Duran, entre otros. Ian Curtis, vocalista de Joy Division, fue el referente y el sacrificio, sus dos álbumes: Unknow pleasure de 1979 y Closer de 1980, fueron la experiencia más realista de toda esa época, proporcionaron la salida a lo simple y ruidoso del punk, por un pospunk de corte melódico, organizado y sentido.
La depresión de Curtis, lo llevó al suicidio en 1980, este acontecimiento era la antesala de lo que sucedería posteriormente en Inglaterra. Las únicas posibilidades de resistencia, como fue la música, muy cuestionadora al poder de Thatcher, iba perdiendo fuerza en toda esa década. La muestra fehaciente de aquello, fue la salida a través del duelo desesperado de los exintegrantes de Joy Division, conformando New Order, como un pospunk electrónico que no lograba componerse como una contrafuerza a la arremetida tatcherista, y más bien se sintió como el inveterado vacío de Curtis.
Aquella tensión entre el Glam norteamericano de corte conservador en lo político y lo lírico, no en lo sexual y el goce de las drogas como la cocaína, y la New Wave inglesa como movimiento que carecía de la fuerza para disputar los sentidos de una juventud abandonada, iba emergiendo el Grunge, como una potencia inusitada. Nacía como generación subsidiaria de los despidos de los obreros en pleno centro del capitalismo norteamericano: Detroit y Seattle. Nacía pintado como un cuadro sobre la deriva del fordismo y la consolidación del toyotismo, verbigracia de ello y para resumir de mejor manera, fue la salida de las fábricas de la Mitsubishi y Toyota de territorio estadounidense. Nacía como la fisura del paraíso de las inversiones crematísticas hacia el infierno de la recesión que sería demoledora en el año 2008, con las burbujas financieras.
En dicho escenario, grupos como Soundgarden, Pearl Jam, Stone Temple Pilots, Cocteau Twins, Alice in Chains, Veruca Salt, Blind Melon, Meat Pupets y por supuesto, Nirvana, exponían la crisis del modelo de acumulación. Una generación, opuesta radicalmente a los trajes de luces y despliegues ornamentales del Glam, que optó más bien por jerseys descoloridos, camisas de franela, jeans desgastados y zapatillas Converse; sus letras mostraban el hastío y la senectud juvenil (oxímoron necesario) por un futuro incierto, y además carente de deseo.
De esa manera, Nevermind, fue el paradigma, el canto de sirena a las manifestaciones del capitalismo posfordista. El disco inicia con Smell like teen spirits, que resulta el himno de una juventud que demuestra la culpa y sacrificio de sus antecesores, aquellos obreros desterrados del limbo, seres oscilantes entre la melancolía y la derrota, que exhiben su ausencia a partir de un mundo que estaba por terminar. Si el fordismo les había dado oportunidad de existencia bajo el mundo del trabajo tecnomecánico; el posfordismo o el capitalismo tardío, los expulsaba hacia el terreno de lo fantasmático y los flujos. Por ello, el principio del álbum parte de un sonido ordenado hacia una estridencia que ubica ese mundo negado para estos jóvenes, y la sola posibilidad de existir ya no es realista sino otra forma de rendición. In Bloom y Come as you are, segunda y tercera canción, ofrecen una sonoridad tejida, la que, para muchos, especialmente, para los mayores y otras generaciones se negaban a aceptar: el cambio no estaba en camino, sino que todo ya había cambiado, lenta e ineluctablemente.
Breed y Lithium son la distopía completa del álbum, velocidad y fuerza, agresividad y destrucción, ¿acaso no era ese el nuevo momento cuasificcional del triunfo de un liberalismo global basado en los derechos y la tolerancia? Lo estentóreo de estas dos canciones advierten la rapacidad del sistema: la aplicación de lo monocultural como política cultural del nuevo capitalismo. Nirvana no era un grupo de chicos blancos cantando con la fórmula de las décadas anteriores: modificar lo diferente y hacerlo caber en la identidad hegemónica como expresión de la diversidad musical. Eran chicos que cantaban lo que ya no existía y jamás podría ser restaurado.
Polly, es la acumulación por desposesión como diría David Harvey, está desposeída de desesperación y angustia, es uniforme, casi un acompañamiento a un poema leído; desposeída también de pasado que solo podía acumularse -depresivamente- en un futuro, jamás en su presente que estaba siendo negado, por ser obsoleto e inútil al posfordismo y neoliberalismo. Territorial pissings y Drain you, recuperan ese sentido freudiano del unheimlich (lo ominoso) donde lo anodino y deforme toma cuerpo, pero de manera cotidiana. Se vuelve una experiencia cercana que rompe totalmente con la trascendencia. Ya no interesa que pueda convertirse en devenir, sino que emerja en ese momento, en el siendo-ahí, con más precisión. Estos dos temas no planten una reconciliación, están por fuera de un universo, digamos, hegeliano de la suma de contarios como síntesis, sino en una especie de apuesta revolucionaria de tensión permanente e irresoluble.
Lounge act y Stay away, resultan una línea continua del disfrute, la batería de Grohl es lo que más sobresale junto con los gritos de Cobain, sin ambages ni edulcoraciones de armonía, se torna un gozo más allá cualquier principio. Es sin duda, una especie de droga para cualquier joven de los noventas. Su fondo, no es el testimonio de la mansedumbre ni del éxito de la vida. Es la frustración y la tristeza del no futuro, despojados de toda ilusión no les quedó más que el confort de lo depresivo como autenticidad (de ahí será entendible el suicidio de Cobain, de Shannon Hoon, vocalista de Blind Melon y Layne Staley, líder de Alice in Chains). Es decir, tornó visibles las estructuras del sistema que oprime y subyuga, desnaturalizándolo, para de ese modo construir un lazo social distinto basado en lo perdido. Esto último es lo que pone en escena con On a plain y Something in the way, nos acerca lo que ya Reinhart Koselleck denominó conceptualmente como campo de experiencia y horizonte de expectativas. El campo de experiencia del capitalismo había copado y negado toda posibilidad de una vida democrática, pero a la vez era incapaz de admitir dicho fenómeno como logro. En cambio, el horizonte de expectativa se reducía por la mínima esperanza de salir de aquello, y más bien, lo traducía en una contingencia novedosa que dejaba atrás toda filosofía de la historia posible y se convirtió en el nuevo orden mundial.
Endless, nameless, cierra el disco, y lo realiza de un modo asombroso. Es la canción más larga y pathemica, la preminencia de guitarras distorsionadas y desafinadas, gritos heridos y desesperados dan cuenta que Nevermind, poseía un orden que transitaba desde un semisosiego e iba escalando denodadamente hacia la aspereza. Esta canción recoge todo el spleen del Grunge y de los jóvenes que se adhirieron con total bonhomía. Condensa la rabia e ira, por un lado, y por otro, lo traumático del alcohol y las drogas como forma de hacer frente y soportar el posfordismo que iniciaba.
Y en ese horizonte, el tardocapitalismo, denodadamente deseó dar finalización al Grunge en su mismo momento de aparición. No fue casual, por ejemplo, que tres años mas tarde de la publicación de Nevermind, en 1994, saliera a la luz, Dookie de Green Day, como epilogo del contexto, con la idea de renovar -bajo la industria cultural- el punk norteamericano; del mismo modo, en 1995, se visibilizaba otro disco que daba la estocada final al Grunge, mimetizado del modo más sereno y alegre como fue el Tragic Kingdom de la banda californiana, No Doubt.
Para algunos críticos e historiadores musicales, estos dos discos –Dookie y Tragic Kingdom– fueron la evidencia concreta de cómo el Grunge iba siendo copado por el mainstream y dejaba atrás toda su capacidad radiactiva e interpelante. De ese modo, las luchas políticas por evidenciar que el fin de la historia no era tal, solo habían sido una anécdota, pues se erigía una explicación de un comienzo diferente, pero con estructuras iguales, inclusive, profundizando en la exclusión y desigualdad. El Grunge empezó a ser parte de una política poco vivificante y más anclada a las economías libidinales del reconocimiento y los premios que otorgaba MTV, además de introyectar una pasividad juvenil, que veía en la depresión y suicidio un conjuro pasivo, más que una forma de rebelión y placer.
Por ello, Nevermind (y también el Ten de Pearl Jam de 1991; en Bristol, Reino Unido, Massive Attack y su disco Blue Lines del mismo año, al igual que Tricky con su álbum, Maxiquanye de 1995) al momento de su publicación hizo posible entender a la generación posMuro, de Berlín, aquellos hijos de los obreros especializados del fordismo y convertidos en ejército de reserva para el posfordismo, parafraseando a Mark Fisher, testigos preclaros del realismo capitalista y su forma de organización económica, en el que la música, era presagio y a la vez, profecía cumplida.
Nevermind, fue el disco de nuestra generación, que en su momento no logramos asimilarlo políticamente, sino varios años después. Si las generaciones de los años 60, 70 y 80, querían cambiarlo todo, y la música acompañaba esos procesos; la generación de la década del 90, la del Grunge, estábamos totalmente distantes de dicho derrotero, más bien había una responsabilidad subyacente y no era la de cambiar el mundo, sino que era la de no dejar que este se destruyera. Solo eso. Nada más.
Be the first to comment