La voz de Aida y la historia yugoslava en la pantalla

Por CATHERINE SAMARY

La película La voz de Aida, de la directora de Sarajevo, mi amor(2006), Jasmila Žbanić, se ha estrenado en Francia a finales de septiembre. Con su título original Quo Vadis Aida (Bosnia-Herzegovina, Francia, Alemania, 2020) ya ha obtenido varios reconocimientos, entre ellos la nominación para el premio Óscar 2021 a la mejor película internacional, en EE UU. Se trata de una ficción histórica, la historia de Aida, una profesora de inglés de Srebrenica, reclutada como intérprete en el campamento de las tropas de la ONU que se suponía debían proteger el enclave musulmán en un territorio dominado por las fuerzas nacionalistas serbiobosnias y que tratará de salvar a su marido y sus hijos.

La fuerza y el propósito de la película consiste en denunciar (es decir, en recordar y someter a debate) lo que fue un crimen contra la humanidad en una zona de seguridad de la ONU. Quien vaya a ver la película sabe que trata de la masacre de Srebrenica en julio de 1995, en Bosnia-Herzegovina. Sin embargo, los tres años de guerra transcurridos desde 1992 no se evocan más que por el cuaderno que ha ido escribiendo el marido de Aida y que destruirá por precaución sin que se llegue a conocer su contenido.

No voy a contar la película, pues se trata de una puesta en escena hábilmente construida como un thriller. La feroz e impresionante determinación de Aida, interpretada magistralmente por Jasna Djurićić, estructura la película, sin patetismo. La talentosa directora, Jasmila Žbanić, no hace de ella una heroína y sabe destilar sutiles discrepancias (léase críticas) con respecto a sus decisiones (centradas únicamente en su familia), que se expresan bien entre la población, bien en la familia de Aida. Pero la parábola pretende mostrar el drama vivido en un contexto que no deja muchas salidas.

El momento en que comienza la película tiene fecha precisa: 11 de julio de 1995. Después de tres años de guerra de limpieza étnica, toda una región de Bosnia-Herzegovina (BH) está bajo el control de las milicias y fuerzas armadas nacionalistas serbias, dirigidas por Ratko Mladić. La película no lo especifica, pero como es bien sabido, el propósito explícito de estas fuerzas es, tras el desmembramiento de la Yugoslavia plurinacional, anexionar esta zona de BH (una vez homogeneizada sobre la base de la población serbia, por medio de la guerra) a la vecina Serbia/1. El escenario se centra en Srebrenica, en la víspera de un asalto anunciado de las tropas de Mladić destinado a acabar de completar el control político del territorio serbio de BH/2. Para los nacionalistas serbios se trata de suprimir, tras varios años de combates abiertos, este enclave de mayoría musulmana.

Le película deja translucir ciertas tensiones, vacilaciones, perfiles diferentes en la población e incluso en la familia de Aida, especialmente por parte de uno de sus hijos, tentado de unirse a los combatientes ocultos en el bosque. Además, Aida recuerda algunos momentos felices del pasado que sin duda asombrarán a quienes sostienen ciertos tópicos sobre esos curiosos musulmanes bosnios, creyentes y practicantes o no. Otro signo de la sociedad del pasado, Aida es ciudadana de Srebrenica, profesora de inglés, musulmana en el sentido étnico-nacional de la palabra, que en aquel entonces designaba a la parte de la población eslava de Bosnia adscrita a la cultura musulmana, que desde entonces llaman bosniaca/3. Las diferentes culturas no impedían los encuentros entre vecindarios. Las escuelas eran, en este sentido, lugares de mestizaje. Así, Aida reconoce, desde lejos, entre las filas de Mladić, a uno de sus antiguos estudiantes, serbio, lo que refleja la realidad de la preguerra y también el presente de terribles enfrentamientos entre antiguos vecinos e incluso compañeros de clase.

Fue precisamente para poner fin a varios años de combates encarnizados que asolaron y destruyeron los cantones de esta región que la ONU declaró Srebrenica zona protegidadespués de haberla desmilitarizado. Al comienzo de la película, sus comandantes locales (procedentes de los Países Bajos) tratan de tranquilizar a la población que se apelotona tras las rejas del campamento que han cerrado. Frente al nuncio de un asalto, un ultimátum de la OTAN amenaza con bombardear los lugares de concentración de las fuerzas armadas de Mladić si no se alejan del enclave hasta una hora determinada. Pero la hora pasa y de las conversaciones telefónicas entre responsables de la ONU se deduce que el Alto Mando ha dado marcha atrás y prometido que no habrá bombardeos/4: se trata de reafirmar el supuesto estatuto de neutralidad de la la ONU, una fuerza de mantenimiento de la paz (una paz que todavía no existe). Por tanto, ya no es cuestión de blandir las amenazas de bombardeo de la OTAN… y Mladić lo sabe.

La directora nos muestra las dos caras de Jano –unidas y coherentes con el propósito indicado‒ de Mladić. Por un lado, discursos aparentemente apaciguadores de negociadores, que no solo se creerán los dirigentes de las ONU, sino también una parte de los bosniacos (no sin lúcidos comentarios de una de sus protagonistas). En esta perspectiva, Mladić hará aque se reparta pan a la gente hambrienta y les dirá que está harto de esta guerra que no desea. Afirma que dejará que la población decida si se queda o prefiere irse, escoltada por la ONU.

Pero también se le ve recorrer y ocupar una Srebrenica desierta, eliminando todo signo (bandera) de rebelión e identidad musulmana. Y mientras negocia, asistimos a una escena construida con maestría: uno de los comandantes de Mladić viene con su batallón armado hasta los dientes y exigir –y obtiene rápidamente el visto bueno de los dirigentes de la ONU– la autorización para penetrar en el campamento a fin de comprobar que los hombres refugiados en él no llevan armas ocultas. Después de constatar la ausencia de armas, lanza en tono burlón un comentario ominoso: tres años de guerra, dice, han convertido a todos en combatientes (resistentes potenciales…). Finalmente, exige y obtiene la evacuación del campamento: el Tribunal de la Haya solamente condenará esta dejación de los comandantes neerlandeses de la base de la ONU/5.

Sigue la última fase del macabro plan –y de sus dos vertientes de expulsiones/huidas y masacres–: separación de las mujeres y los niños y niñas de los hombres (de todas las edades). Estas familias truncadas deberán desplazarse en autocar a municipios situados fuera del territorio serbio, mientras que los maridos, padres, hermanos e hijos serán trasladados a destinos secretos. Y abatidos en masa. Este desenlace no es el final de la película, que no se detiene en la sucesión de actos de violencia. No obstante, una de las masacres en un hangar condensa su temática. La escena concluye en una escuela, donde Aida volverá a enseñar. Con motivo de una fiesta, el alumnado presenta un espectáculo. Desde lo lejos, Aida reconoce, petrificada, a un alegre abuelo que estuvo con las tropas de Mladić. No hay conclusión. Una mirada penetrada de sufrimiento. Y muchos interrogantes e incertidumbres sobre el futuro.

Todos los años desde finales de la década de 1990 (la posguerra, por tanto), el 11 de julio las esposas, hermanas, hijas y madres de aquellos hombres fríamente asesinados se reúnen cerca de Srebrenica con cientos de personas. A día de hoy, más de 8.000 nombres aparecen inscritos en el Memorial de Potočari-Srebrenica creado en homenaje a las víctimas después de años de investigación que todavía prosigue y de exhumaciones de fosas.

El embudo de la película, y más allá

Quo Vadis Aida no es un documental, por mucho que relate, con talento, hechos reales. Interpela, estableciendo únicamente la obligación de ver la punta del embudo, esos hechos que ofrece para su análisis e interpretación. Se puede subir por el embudo, hasta el núcleo de la película y más allá. Los debates en torno a la película lo permitirán. Esta no es más que una de las numerosas contribuciones posibles…

En primer lugar podemos hacer el esfuerzo de captar lo que encarna el personaje de Aida y –con toda su diversidad– su familia. Hacerlo exige ampliar un poco el enfoque a la población de Srebrenica, su diversidad, su historia, antes y durante los tres años de combates. Pero el personaje de Aida obliga asimismo a penetrar en los círculos de la ONU, ante todo en el campamento de los Cascos Azules que la ha reclutado como intérprete, y de inmediato en la cúpula de dirigentes de la institución.

Sin embargo, también podemos salir de la película y ampliar todavía más el enfoque prosiguiendo con la investigación sobre los hechos históricos. Por un lado, en el plano internacional, más allá de la ONU, examinando los contextos (fin del mundo bipolar, disolución del Pacto de Varsovia, pero… continuidad de la OTAN (!). En la película solo se menciona a los Países Bajos, pues son sus tropas las que tienen la mala suerte de asumir la responsabilidad sobre aquel campamento. Pero hemos de preguntarnos por los lazos entre ONU y OTAN, visibles en la película, durante la crisis yugoslava: esta facilitará la transformación y ampliación de la OTAN, cuando en 1991 habían desaparecido la URSS y el Pacto de Varsovia. La película transluce el esbozo de un binomio –la OTAN como brazo armado de la ONU– que conduce al embrollo (de los rehenes) y a la dejación arriba mencionada.

Pero de Srebrenica a los demás territorios de la antigua Yugoslavia, ¿qué planes(¿negociados por quién?) y qué mantenimiento de la paz debían aplicar los Cascos Azules? El embudo de los hechos de Srebrenica debe ensancharse todavía más hasta las negociaciones de Dayton que pusieron fin a esta guerra, tan solo unos meses después. La mayoría de las personas que vean la película habrán olvidado sin duda quiénes fueron los protagonistas de las negociaciones que se desarrollaron inmediatamente después de la masacre de Srebrenica y que concluyeron con los acuerdos de Dayton-París, en diciembre de 1995. Se trata de bastante más que un compromiso de alto el fuego elaborado en Dayton (Ohio, EE UU), a saber, de la nueva Constitución de un país declarado soberano(bajo la presidencia de Ilia Izetbegovic, uno de los signatarios de los acuerdos), pero dividido en entidades sobre bases étnicas que validan las relaciones de fuerzas sobre el terreno.

Los otros dos signatarios de los acuerdos serán Slobodan Milosevic (presidente serbio de lo que quedaba de la federación yugoslava con Montenegro) y el dirigente croata Franjo Tudjman, es decir, los dos presidentes de los Estados vecinos. Se considera que representan respectivamente a los serbios y los croatas de BH, como Izetbegovic se presenta como encarnación de los musulmanes.

Esto significa que hay que analizar tras los discursos dominantes dos grandes series de disrupciones históricas en curso a mediados de la década de 1990: por un lado, los actores internos de la crisis del sistema y de la federación yugoslava titista (y por tanto de la transformación de las relaciones de propiedad, derechos sociales y nacionales, ideologías y poderes de Estado que comporta la restauración capitalista en curso), con el debate sobre sus causas. Ha que incluir en ello el impacto de la crisis más amplia de las experiencias que se reclamaban del socialismo y del fin a la URSS de Gorbachov. Y por otro lado, las fases y escenarios de la crisis del orden capitalista mundial en sus dimensiones europeo-occidentales con la creación de la Unión Europea (UE). En el cruce concreto de las dos historias, las negociaciones de Gorbachov con el canciller alemán y la unificación alemana, en la opacidad del vuelco histórico de 1989.

Dicho de otro modo, la desintegración consumada de la federación yugoslava (declaraciones de independencia de Eslovenia y Croacia en 1991) y el estallido de enfrentamientos violentos en Croacia primero y en Bosnia-Herzegovina después, se producen en pleno proceso de construcción harto incierta de la UE, en conflicto con los proyectos de EE UU y en el que la pareja franco-alemana es totalmente incapaz de acordar una política exterior común con respecto a la crisis yugoslava. La opacidad de esta –aunque solo fuera debido al cambio de etiquetas políticas de los dirigentes locales– y los enfrentamientos armados sobre el terreno para apoderarse de territorios y propiedades en nombre de los nuevos Estados-nación se producen en contextos cambiantes.

La clarificación de todo esto no es para nada necesaria para ver y entender la película La voz de Aida; ni para saber y convencerse de que en Srebrenica hubo un crimen contra la humanidad y un fracaso flagrante de la ONU. Por eso no cabe reprochar a la directora la elección del argumento, aunque las poblaciones del espacio yugoslavo y de BH (especialmente serbias) que sufrieron otras masacres o expulsiones masivas difícilmente aceptarán la película. Le reprocharán que haya aislado un caso concreto de un conjunto necesario para la plena comprensión, inclusive de lo que padecieron las poblaciones musulmanas (en el sentido étnico-nacional indicado), que pusieron el 70 % de las víctimas cuando representaban el 40 % de la población.

Si es cierto que la estabilización del conjunto del espacio yugoslavo será imposible sin justicia política y social frente a todos los crímenes cometidos, que suponga no dejar de lado a ninguna de las víctimas, la película no impide nada al respecto. Hay que tomarla como uno de los aspectos verdaderos (parciales) de realidades ensambladas. Negar o minimizar la realidad mientras no se aborde y relate todo lo demás conduce a un callejón sin salida. Limitarse a Srebrenica, o a la película exclusivamente, también.

Independientemente de su nacionalidad, su historia, sus experiencias (incluidos esos dramas tan crueles), toda persona debe emitir un juicio claro, incondicional, sobre Srebrenica. Dado que no hay que quedarse allí, he emprendido aquí el remonte necesario por el embudo que abre la película y reproduzco a continuación extractos de textos (entre muchos otros) sobre la realpolitik de las grandes potencias en Dayton, y sobre los protagonistas de aquellos acuerdos.

Tan solo una observación más, para concluir estos comentarios, a propósito de las controversias en torno al calificativo de genocidio aplicado a esta masacre en las sentencias de la Corte Penal Internacional de La Haya. Comparto personalmente el juicio de Rony Brauman, expresidente de Médicos Sin Fronteras, quien subraya que hablar de genocidio no es correcto, ya que no mataron a las mujeres ni a los niños y niñas. Pero no cabe ninguna duda de que se trata de una masacre, un crimen de guerra y un crimen contra la humanidad contra “hombres en edad de llevar armas”. Sin embargo, es posible precisar más la calificación, inspirándonos, en mi opinión, en analogías con el caso palestino. El conjunto de medios desplegados –no únicamente la masacre– apunta expresamente a una limpieza étnica de territorios, cuya lógica puede trazarse en un mapa. Engloba a un pueblo mucho más allá de la religión y de Srebrenica. Y no niega su legitimidad histórica sobre el territorio en cuestión.

El término etnocidio que se ha empleado para describir la política sionista hacia el pueblo palestino me parece apropiado, con el emplazamiento a la población musulmana de Bosnia a desaparecer o asimilarse a Croacia o a Serbia. Esta violencia multidimensional impone la religión como única base de la identidad de la población bosniaca. También es violencia vivida y rechazada por gentes serbias y croatas de Bosnia-Herzegovina que no se reconocen en las políticas nacionalistas o religiosas de los partidos dominantes.

https://www.contretemps.eu/voix-aida-yougoslavie-srebrenica/

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