Si alguien quisiera hacer un estudio antropológico sobre la sociedad ecuatoriana tendría que pasarse un rato por la Asamblea Nacional. La estrategia aplicada por los bloques socialcristiano, correísta y oficialista para manejar la relación con el bloque de Pachakutik es la más fina expresión de las formas coloniales que perduran en nuestra sociedad. La vieja concepción de que los indígenas pueden ser fácilmente manipulados en beneficio ajeno sigue normando las conductas de nuestras élites criollas.
Tres frases pueden sintetizar lo que piensan los respectivos líderes de esas tres fuerzas políticas respecto de los indígenas ecuatorianos: ponchos dorados, vuelvan al páramo, anarquistas que atentan contra la democracia. Para Guillermo Lasso, Jaime Nebot y Rafael Correa, el mundo indígena es la expresión de un rezago histórico, de una cultura anacrónica e incomprensible y de una manifestación política incompatible con el pragmatismo moderno. Por lo tanto, tienen que ser encauzados dentro de la más pedestre politiquería. Es decir, dentro de las lógicas del chanchullo, la troncha y el retaceo institucional.
Es cierto que el movimiento Pachakutik también aporta con una diversidad demasiado inconsistente para la política formal. Su extrema fragilidad orgánica refleja una estructura que prioriza visiones y expectativas locales sobre visiones nacionales o estratégicas. Por eso, justamente, su bloque parlamentario no pudo administrar adecuadamente el sorpresivo éxito electoral de hace un año. De haber sido la segunda fuerza legislativa pasó a ser el botín más codiciado de los hábiles operadores políticos de las fuerzas rivales; incluso, de las fuerzas antagónicas.
Que hoy dos sectores de la derecha se disputen a dentelladas las fracciones del bloque parlamentario de PK resulta inconcebible desde una mirada política, pero entendible desde una óptica antropológica. UNES, el PSC y CREO entendieron desde el inicio que no se podía permitir la consolidación de una fuerza política que pusiera en entredicho, desde la más absoluta legalidad, los fundamentos del sistema de dominación urbano/mestizo. Al mismo tiempo, necesitaban convertir al bloque del arcoíris en un simple complemento de sus agendas. Fraccionarlo fue la medida más acertada para conseguir estos dos objetivos.
La movida va a tono con una costumbre que data de la colonia, cuando las élites criollas aceptaron la convivencia con los indígenas desde una postura de superioridad que les asegurara ciertas condiciones fundamentales para sus intereses económicos: producción interna y mano de obra barata. Las rígidas fronteas culturales fueron el mecanismo más eficaz para perpetuar esta desigual relación. De ese modo instauraron un racismo estructural que se sigue viviendo a diario en todos los espacios de la sociedad.
Hoy, ese añejo colonialismo asoma las orejas en la Asamblea Nacional en forma de unos pactos contra natura vergonzosos. ¿Es que no recuerda la fracción minoritaria de PK el papel de los socialcristianos en los crímenes de lesa humanidad del pasado, o de los correístas en la persecución implacable en contra del movimiento indígena? ¿Es que no recuerda la fracción mayoritaria las decisiones económicas del presidente Lasso cuando era un simple funcionario en anteriores gobiernos?
La dominación cultural es una aberración tan compleja como peligrosa.
Febrero 23, 2022
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