Contaba Fernando Vega que su madre ironizaba sobre los circunloquios que utilizaban las damas de alcurnia de la Cuenca conventual de mediados del siglo pasado para evitar pronunciar palabras incómodas que pudieran prestarse a una doble interpretación. Por ejemplo, decir “las blancas posturas de la esposa del cantor matutino” en lugar de huevos. De ese modo se libraban tanto de la suspicacia ajena como de los malos pensamientos propios.
El presidente Lasso acaba de hacer precisamente lo contrario: suplantó con una vulgaridad una declaración formal que podía ser inclusive más contundente. Bastaba con afirmar que el exalcalde de Guayaquil se acobardó en las pasadas elecciones para que todo el país entendiera un mensaje que, por lo demás, es de dominio público.
«Podría tratarse de una simple pantalla mediática para tratar de desvanecer las sospechas generales a propósito del pacto por la impunidad con correístas y socialcristianos, uno más de los típicos tongos a los que nos tiene habituados nuestra mediocre clase política».
El incidente añade una incongruencia a esta desagradable situación. Dado el estilo convencional y circunspecto del Primer Mandatario, era preferible utilizar un lenguaje más acorde con su figura. Definitivamente, ni los qué chuchas ni los huevos empatan con un banquero apergaminado y, adicionalmente, curuchupa confeso. Se nota forzado. Y si pretendió alborotar el ambiente político se metió un tiro en el pie, porque a una buena parte de la población ecuatoriana le fastidia una grosería innecesaria. Peor aún en boca del Presidente de la República.
Hasta aquí los detalles; lo de fondo es la intencionalidad (si la hubo) de las declaraciones de marras. Porque, luego de la entrevista, Guillermo Lasso ingresó de lleno, y con sobra de méritos, en el terreno del populismo comunicacional, ese mundo de la política donde la improvisación y la chabacanería reemplazan a los planes, las estrategias y la diplomacia. Lasso accedió por la puerta grande al club de Bucaram, Lucio, Correa y Nebot, un espacio que había cuestionado en forma sistemática.
¿Agredir a dos expresidentes que poseen una significativa representación legislativa fue un exabrupto o implica una abierta declaración de guerra? En el primer caso, podría tratarse de una simple pantalla mediática para tratar de desvanecer las sospechas generales a propósito del pacto por la impunidad con correístas y socialcristianos, uno más de los típicos tongos a los que nos tiene habituados nuestra mediocre clase política.
En el segundo caso, tocaría especular que el gobierno está provocando una ruptura categórica con aquellas fuerzas a las que considera golpistas. Dicho de otro modo, estaríamos asistiendo a una confrontación por intereses estratégicos decisivos para la reconfiguración del esquema de poder en el país. Porque, aunque las tres fuerzas en conflicto responden a la misma dinámica capitalista de las élites empresariales, tienen desavenencias respecto del reparto de la torta. Tal como ocurre con la bronca entre Lasso y Fidel Egas: ambos banqueros, pero dueños de bancos diferentes.
En este caso, toca preguntarse si el gobierno tiene alguna arma secreta (por ejemplo, información reservada devastadora para sus rivales) como para desatar una guerra total con la oposición política y empresarial. Porque para esto se requiere algo más que las blancas posturas de la esposa del cantor matutino.
Mayo 3, 2022
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