Yo siempre haré honor a donde vengo, de abajo, de la pobreza, de saber lo que es el hambre y ver las humillaciones que aguantó mi madre como empleada doméstica en casa de ricos, entre otras muchas cosas.
Siempre estaré con el pueblo y jamás con la derecha. Esta protesta no es de los indígenas, de los indios de mierda a los que hay que dar bala, como muchos escriben, de los terroristas para otros cuantos. Es del pueblo, esos que viven acá en ciudad Bicentenario, donde pagan menos por el arriendo y se ven afectados también por el paro, porque no disfrutan de un empleo con salario fijo, se ganan el día.
De doña Viviana, a quien le compro siempre los huevos y el queso y que no ha podido abrir su local toda la semana y estos días ni salir de la casa por los bloqueos, pero que me dice al teléfono «es que todo mismo está subido». De los que cerraron la Occidental y la Rumihurco, bajando de la Roldós, del Rancho, de Colinas del Norte. De los de San Antonio de Pichincha que cerraron la autopista, que viajan cuatro horas cada día para ir y venir de Quito con un servicio de transporte pésimo que cuesta $0,45 hasta esa población, y que toman el Metro que camina de milagro, asfixiando a los usuarios con el smog que emana hacia dentro de las unidades. De esas personas que ayer regresaban a pata a sus casas luego del trabajo, por la falta de transporte público, agarrados sus mochilas, apesadumbrados y decididos.
De mi cuñada que no han podido abrir su negocio en Otavalo, desde la semana pasada y espera que todo esto pase para seguir trabajando, aunque sabe que sus ganancias son menores a los meses pasados, porque la tela para la confección ha subido más del 30% y los insumos ni se diga, y ella, como artesana, no puede indexar ese costo a sus clientes, como sí lo hacen los grandes industriales.
Del de mi cuñado, que vive en Quichinche y hace turnos de 7 a 7 con los indígenas en el paro y no ha podido trabajar en su camioneta de alquiler. De todos modos está jodido, porque con el alza del diésel, lo poco que ganaba, se redujo al mínimo y muchas veces queda en nada cuando se daña la camioneta. Él, igual que su hermana, no puede subir el precio de las carreras en el mismo rango, porque sus clientes no pagan. No es como en Quito, dice, acá son bien llorones y no tienen también, explica. Del lado de mi mami, ahora de 80 años, que va al IESS y no hay la medicación para su diabetes, hipertensión, neuropatía.
Toca comprar, lo que se pueda y si no, al menos de la neuropatía, a aguantar el dolor y molestia; y eso que por el Día de la Madre, recibió como regalo pastillas, colirios y otros insumos médicos para paliar en algo sus necesidades. De mi lado mismo, que llevo un año completo sin empleo por no haber accedido a trabajar 24/7 por el mismo salario, y luego, al ser vetada para el ejercicio profesional en una institución pública, porque encontraron en mi red social un comentario no favorable para quien fuera candidato presidencial en 2014 y ahora nos gobierna. En fin, esto a manera de desahogo, así que recíbanlo como eso, como confesión, así que no amerita reacción, respuesta o similares. Solo pasen por alto, sin detenerse, como cuando vemos a los nadie en la calle y como quiteños de bien, pasamos de ladito.
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