Cuando la codicia revienta a la ideología, es posible explicar la incoherencia de la política. En esos momentos, el interés material de los protagonistas se sobrepone a cualquier otra consideración. Sobre todo, a cualquier consideración ética. Las alianzas y los discursos se cobijan bajo formas extremas de cinismo.
Es lo que ocurre a propósito del golpe blando que supuestamente está promoviendo el gobierno. Que los socialcristianos propicien esa denuncia aparece, por decir lo menos, como una burla descarada. Ellos, que han estado detrás de todas las maniobras inconstitucionales de los últimos 40 años, se presentan hoy como víctimas de los mismos procedimientos que santificaron en el pasado. Ponen el grito en el cielo porque les están dando una cucharada de su propia medicina.
En realidad, la confrontación entre el gobierno y la alianza socialcorreísta huele al típico tongo de nuestra vetusta politiquería. Ambos bandos se oxigenan mutuamente mientras resuelven las disputas por los dineros públicos. Así, la escena política queda reducida a un simulacro que oculta los verdaderos propósitos de los involucrados. Los tres aliados de 2021, que orquestaron un vergonzoso fraude electoral en contra de un candidato indígena a la presidencia, hoy fingen tirarse de los pelos.
En medio de la gravísima descomposición que experimenta el sistema político, cada contendor necesita posicionar un enemigo que le permita intensificar los ataques y, al mismo tiempo, tapar sus propias miserias. Sacarse los cueros al sol es una condición indispensable para legitimar el conflicto ante la mirada de la ciudadanía. Elevar la estatura cortándole las piernas al rival, o purificarse destapando la mayor cantidad de pestilencias ajenas, es la consigna central. El mierdómetro en su versión más refinada.
Sin embargo, el irreversible desprestigio que padecen estos dos sectores políticos constituye un límite insalvable para la estrategia de mutuo desgaste de su imagen pública. Con un rechazo popular de los poderes ejecutivo y legislativo que bordea entre el 85 y el 90 por ciento, resulta imposible alterar el desplome.
En física, eso se explica mediante el segundo principio de la termodinámica: una vez que un proceso se desencadena, no se detiene hasta concluir. No hay marcha atrás. Lassistas, nebotsistas y correístas no tienen más horizonte que su inviabilidad política. Podrán subsistir, pero como excreciones del sistema político, como simples intermediarios para la apropiación de la riqueza nacional por parte de grupos empresariales concretos.
Practicar el juego del albañal tiene sus riesgos. Por ejemplo, que la ciudadanía se canse y dé rienda suelta a su indignación. Las próximas elecciones serán un buen termómetro para medir la fetidez política que nos abruma.
Diciembre 27, 2022
Aquello de posicionar un «vergonzoso fraude electoral en contra de un candidato indígena» no es también un «simulacro» para «legitimar un conflicto ante la ciudadanía»?
Está usted haciendo lo mismo que critica.