#Opinión / Dark side of the moon o la persistencia del rock

Este 1 de marzo se cumplieron 50 años del aparecimiento del álbum Dark side of the moon de la banda londinense, Pink Floyd. Un disco que fue el parteaguas de sus siete anteriores. Pues, estos últimos estaban construidos en la clausura de la escucha. Discos que se resistían al advenimiento radical de la cultura pop. Incluso, títulos como el de su segunda producción: A saurceful of secrets, lleva esa impronta de intimidad y nostalgia de un tiempo que pudo haber sido, por eso sus loops, ruidos y experimentaciones. Además, Syd Barrett, miembro fundador del grupo, ya estaba completamente ausente y la posta fue tomada por Roger Waters.

Por: Christian Arteaga / Docente de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la UCE

Dark side of the moon está muy distante del hipismo de esos años y más cercano al rock sinfónico de los posteriores. Ya no le cruzan las letras alucinadas ni los sonidos estrambóticos, más bien marca un esquema que parte del susurro hasta alcanzar un tipo de delirio controlado, placentero pero consumible de manera inmersiva. La línea que perfila Roger Waters se siente en casi todo el álbum, pues, su letras y ritmos se tornan abiertamente políticos. Sí, políticos en una época en que el virtuosismo del rock progresivo tenía un límite difícil de franquear, y era que, de tanta perfección en el estudio (piénsese en Yes y/o King Crimson), se volvían incapaces de reproducirlo fehacientemente en vivo.

Grabado en el mítico Abbey Road y producido por otro referente del rock and roll como es Allan Parsons, este disco posee una atmósfera extática. Inicia con Speak to me, que detenta sonidos de latidos y relojes, voces y timbres de cajas registradoras, todos muy tenues. De pronto, emerge una risa que va tornándose descontrolada hasta llegar a un grito perturbador y automáticamente hay un respiro, es Breathe (in the air), las guitarras rítmicas y solos de David Guilmour son una especie de memoria viva o aludida, casi un ruego que se descoyunta de la anterior, pero sin idealizar el pasado. Por el contrario, la respiración en el caso de Breathe es situada en su tiempo, no desea el revival de los años sesenta, sino sólo permanecer el presente. Tanto es así que la lleva desaforadamente a conectarse con un nostálgico futuro en la canción On the run. Críticos musicales como Simon Reynolds y Simon Frith, situaron a esta última como el inicio de la música electrónica y de las primeras fiestas raves, por el tipo de sintetizador que utilizaron, un EMS Synthi AKS.

On the run es un camino angustioso que finaliza en un estallido, un estrellamiento para ser precisos. Y en aquel Big Bang, en dicha explosión, otra vez el sonido del reloj aviva un comienzo. Allí, Time resurge con un ritmo de batería y guitarras secuenciadas, de fondo el órgano Hammond de Richard Wright que no deja que exista el silencio. Es decir, hasta aquí hay una fuerte resistencia al básico naturalismo musical británico, como The Rolling Stones, por ejemplo. Otra de las especificidades es que las alusiones a experiencias alucinógenas están absolutamente lejanas, más bien, el tiempo es una metáfora del desastre, un espacio que termina y es antesala de la muerte y no al revés.

Por ello es que al final de Time, el ritmo cambia y los riffs de Guilmour se perciben sosegados y van a la par de lo que canta: Home, home again/ I like to be here when I can/ And when I come home cold and tired/ It’s good to warm my bones beside the fire/ Far away across the field/ The tolling of the iron bell/ Calls the faithful to their knees/ To hear the softly spoken magic spells.[1]

Esa ambigüedad de hogar/muerte en Time es lo que le salva de un purismo nihilista, ya que no resulta un escape sino la culminación de una ruta que se conecta de manera casi perfecta con The great gig in the sky, pues la voz que se escucha en la intro, reafirma lo anterior de manera potente cuando dicha locución enuncia el por qué no habría de tenerle miedo a la muerte, aquello es inevitable y no hay que apesadumbrarse, de hecho se está muriendo en ese instante[2]. Es decir, no repara en las sensaciones ultraterrenas del hipismo o las amatorias bíblicas del folk. Sino en una permanente coacción libidinal de estar vivo, por ello, la interpretación femenina en toda la canción ofrece ese simulacro de extasis, un ascenso posible sin dejar el cuerpo.

Ahora, dicha elevación se detiene abruptamente para dar paso a la crítica política. Pues, si entendemos a la política como una contingencia determinante en los sistemas de relaciones mediante la fuerza y el azar, el disco está preñado de fuerza política descolocadora que se enlaza con el tiempo de la producción. Por ello, despues de estas dos canciones que nos referimos emerge el eco de una caja registradora en Money, como reparo mordaz al capitalismo a partir de una fetichización de la técnica musical, con base en un guiño crítico a bandas estadounidenses como The beach boys. El tono insuflado por un funky clandestino en su armonía logra distinguir aquella seña, que no solo es musical, sino que al exponer a una banda norteamericana fuertemente pop, resultó un ejemplo de la monetización de la música.

La precupación política sobre la guerra es contundente en Us and them, los Floyd ignoran todavía un futuro thatcheriano y a un movimiento obrero derrotado, pero llevan encarnadas las secuelas propias de la Segunda Guerra Mundial. Y ese pandemonium bélico expresado en aquel tema, resulta más un efecto de impotencia que de desgarre, sientiéndose socorrido únicamente el solo de guitarra en Any colour you like, como  sobrevivencia frente a los estertores que dejó la posguerra. Any colour you like es una elegía instrumental a sus primeros trabajos, en el que el fantasma de Barrett deambula como efecto beatífico, para nada oscuro ni ominoso. Por ello, la guitarra de Guilmour y los teclados de Wright reconstruyen la presencia de Barret, no permanente, pero al asecho.

No es gratuito que este especie de homenaje se ligue de forma natural con Brain Damage, en la que el personaje principal es el lunático sin contención, proyectando un tipo de salud mental como problema político. Es decir, para la sociedad, la locura es resultante de una voluntad y un efecto astronómico, por ende, un real problema individual. Sin embargo, este daño cerebral se torna colectivo. La locura es una particularidad de la comunidad inglesa -en su forma fascistoide y demencial como los hooligans o bajo el humor sarcástico de izquierdas con Terry Guilliam y los Monty Phyton-, allí reside su cuestionamiento al cinismo como una forma subjetiva de clasificar a los sujetos, mediante una lúdica manera que se sustenta en el entretenimiento pop.

Y este es su cierre a través de Eclipse, en el que la escala de valores de esta demencia colectiva permite todo, menos entender que el lado oscuro de la luna depende siempre de la luminosidad del sol. Eclipse es una oda, cuyo climax no está en el ritmo cuasi marcial en el que está compuesta la canción -o en la voz aguda de Waters y que gradualmente se van sumando las de Guilmour, Wright y el baterista, Nick Mason – sino en el final, en una respuesta casi inaudible que expresa: There is no dark side of the Moon, really. Matter of fact, it’s all dark.[3]

Este album es una proeza musical por su inscripción escópica, la música puede ser vista a través de la portada que exhibe un prisma donde la luz es conducida al color, pensada y diseñada por los grandes de Hipnogsis -que también realizaron la portada de House of the Holy de Led Zeppelin o Past, present and future de Al Stewart, entre muchos-. Resulta una admonición a sus posteriores discos, sus distancias y rupturas, a ese realismo capitalista del que habló de largo -en su corta vida- Mark Fisher, y en la musica se presenta bajo la forma de la no abstracción. Por tanto, la música y la imagen carecen de forma porque son estas dos, el capital mismo. Volver a escuchar Dark side of the moon, por quienes nacimos a inicios de los años ochentas, nos devuelve con todo los obstáculos de hoy -sobre lo que parecía inevitable y sin alternativa- un poco de sentido, una escucha estimulante. Tal vez, una puerta que se abre.

 

[1] Hogar, hogar de nuevo/ Cuando puedo me gusta estar aquí / Y cuando llego a casa, frío y cansado/ Es bueno calentar mis huesos junto al fuego/ Lejos, al otro lado del campo/ El tañido de la campana de hierro/ Llama a los fieles de rodillas / Para escuchar los mágicos hechizos pronunciados suavemente. (Traducción mía)

[2] And I am not frightened of dying /Any time will do, I don’t mind/Why should I be frightened of dying?
There’s no reason for it, you’ve gotta go sometime/If you can hear this whispering you are dying

 

[3] Realmente, no hay lado oscuro de la luna. De hecho, todo está oscuro. (Traducción mía)

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