Artaud de Pescado Rabioso o la admonición del terror

En 1973, salió a la luz el último disco de Pescado Rabioso -banda conformada a inicios de los años 70 por Luis Alberto Spinetta, David Lebón, Carlos Amaya y Carlos Cutaia-. Sin embargo, este álbum llevaría la impronta mayoritaria de Spinetta -colaboraron en este, su hermano, Gustavo, Rodolfo García y Emilio del Guercio-. Artaud tuvo el acierto de exhibir el clima político y cultural que iba tomando forma en una Argentina en proceso de modernización y urbanización.

Por: Por Christian Arteaga.

Partamos que, en aquel año, 1973, se fundó la Alianza Anticomunista Argentina, conocida también como la Triple A, cuya cabeza pública fue el peronista de extrema derecha, José López Rega, que además de fungía de ministro de Bienestar Social. La Triple A fue una organización de carácter paramilitar y terrorista, que se encargó de perseguir y asesinar a militantes, artistas, religiosos, estudiantes y sindicalistas que mantuvieron una actividad pública en los espacios de la izquierda legal y la que empezaba a tomar fuerza clandestinamente, como las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), posteriormente cambiaría el nombre a Montoneros y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).

 

Y es que, en el decurso de la irrupción de Artaud, estuvo presente la venganza de la extrema derecha argentina por la fuga de algunos integrantes de las FAR y del ERP del penal de Rawson, un año atrás, en 1972. Justamente, este disco está cruzado completamente por el complejo clima político de aquella década. Empero, lo más singular de dicho trabajo fue su visión sobre lo que sucedería con la instauración de la Junta Militar en marzo de 1976 y la forma en que esta acometió contra todo el movimiento obrero, sindical, estudiantil, poblacional y contra las dos organizaciones políticas militares que eran Montoneros, del peronismo de izquierda y popular y el ERP, de corte marxista troskista.

 

En aquel marco, la reivindicación a Antonín Artaud, el gran dramaturgo surrealista francés, se decantó en la delirante y violenta realidad a la que iba adentrándose el territorio gaucho, además del especial gusto que tenía Spinetta por la producción literaria del escritor galo. Y es que la apuesta por la suprarrealidad del disco puede distinguirse desde su portada: no fue cuadrada y congruente sino extraña, con cinco lados irregulares y de color verde que iba hacia un degradé de tonalidad amarilla, con el rostro pequeño de Artaud en la esquina derecha. Esto fue a tono con el epígrafe que llevó el álbum: “Acaso no son el verde y el amarillo cada uno de los colores opuestos de la muerte. El verde para la resurrección y el amarillo para la descomposición, la decadencia?” Antonín Artaud. París – 1937

 

Para la época, significó una heterodoxia en el diseño, además de mezclar los soportes literarios en una propuesta estrictamente musical. Es decir, el disco se concibió en un plano conceptual bastante híbrido, pues, sus nueve canciones poseen varias intensidades afectivas. Así, el álbum abre con un tema de corte más bien hippy existencial -incluso de tinte conservador- que se titula Todas las hojas son del viento, una especie de ditirambo que celebra la vida y adopta la estrategia de consejo personal sobre lo que representa el cuidado. Si bien comenzar con dicha balada presupondría una propuesta lineal, rápidamente, eso se revierte y emerge una de las monumentalidades de Pescado Rabioso que es Cementerio club. Esta resultó la seña más sugestiva sobre el tiempo que se avecinaba, o sea, una manera de revelar el contexto que iba a desatarse: las ejecuciones selectivas y después, masivas en el gobierno militar de facto; además de convertirse en un himno cifrado en plena dictadura que los jóvenes la utilizaban como estrategia para romper la censura militar.

 

Recordemos que el solo de guitarra de Cementerio club, décadas después fue reintroducido como solo de la canción Té para tres en el unplugged de Soda Stereo, titulado Confort y música para volar. La tercera canción del Artaud, intitulado Por, es una de las más experimentales pues supuso una construcción únicamente de palabras sin relación estricta: “Árbol, hojas, alto, luz, aproximación (…)” sino más bien en línea del cadáver exquisito de los surrealistas, pero también con la influencia beatnik del cutup, que a Spinetta no le fue indiferente, pues sabemos que era un ferviente seguidor de la música Bill Evans y Chet Baker. Es decir, el período permitía esos encuentros entre el rock, jazz y blues anglosajón con las apuestas nacionales de Lito Nebbia, Manal y Vox Dei.

 

Superstición es una tonada con aceleraciones y detenimientos, muy al estilo King Crimson, en el que la guitarra eléctrica guía casi toda la canción, más la voz aguda de Spinetta, produce una conjunción que cambia, rápidamente, al ritmo de un jazz que vindica otra razón por fuera de la creencia irreductible del cristianismo. Posteriormente, La sed verdadera es un tema electroacústico y sin batería, lo que lo torna místico y melancólico, acompañada de una letra sin rima, sino una especie de narración que en un momento se ve eclipsada por sonidos anodinos, muy a lo Pink Floyd o The Beatles, muy especialmente en A day in the life.

 

La cantata de los puentes amarillos es una proeza magnífica entre el punteado inicial de la guitarra acústica y la voz imperdible de Spinetta, que comparte o se conecta con Cementerio club, cuando afirma: “Con esta sangre alrededor, no sé que puedo yo mirar (…) ensucien sus manos como siempre (…) y en el mar, naufragó, una balsa que nunca zarpó(…)” Es decir, denostó el agotamiento de un tipo de comunidad que iba colándose sobre horizontes cosmopolitas con divagaciones de un pasado más equilibrado. Esta se opone totalmente a la noción de lo antiguo, e interpeló un presente-futuro nada ascético sino sensual, de larga duración. No en vano es la canción más larga del álbum, con nueve minutos, que se metamorfosea rítmicamente desde un folk hasta un rock progresivo con cero silencios.

 

El riff de Bajan, séptimo tema, se mueve en una homogeneidad musical, pero con fuerza en la lirica, hablamos de una poética contundente: “(…) cuando en tus ojos las horas bajan, el día se sienta a morir (…) además, vos sos el sol, despacio también podés ser la luna.” Después, surge la tonada más estrambótica del álbum denominada A Starosta, el idiota, que es un guiño perfecto a The fool on the hill de The Beatles, de hecho, en algún momento se mixtura con alguna parte de una canción de los cuatro de Liverpool. Aquí, el piano de cola ralentiza la música, empero, cambia de forma espontánea a un rock armonías fragmentadas generado una desazón gozosa y aceptable.

 

Finalmente, Las habladurías del mundo cierra esta obra musical exhibiendo la velocidad de aquellos tiempos, una colectividad en dispersión, aunque sostenida difusamente por un proyecto nacional (peronismo) que vendrá a romperse unos años después cuando los militares tomen el gobierno. Así, Artaud es la muestra de la bonhomía de los jóvenes de los años setenta, su ingenuidad y honestidad combinadas enfrentando un proyecto que los rebasó totalmente (Plan Cóndor). De hecho, a 50 años de haber aparecido dicho álbum, sigue conectando una experiencia estética y social ineluctable entre el desgarre y la experimentación, entre el horizonte y la anticipación al genocidio de la dictadura.

 

 

 

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Soy W. Miltón Castillo, toco la bateria en una banda de Rock and Roll, en mis tiempos libres me dedico a escribir.

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