África: los golpes de estado en Mali, Burkina Faso y Niger

Por Daniel Gatti

El 26 de julio, militares reunidos en un Consejo Nacional para la Salvaguardia de la Patria (CNSP) derrocaron al presidente de Níger Mohamed Bazoum, justo una semana antes de que se celebrara en el país africano el 63.o aniversario de la independencia de Francia. Una «nueva independencia» de la misma potencia fue precisamente una de las consignas de los sublevados, que de inmediato denunciaron los acuerdos de seguridad con París, exigieron el retiro de la base aérea y de los alrededor de 1.500 soldados franceses estacionados en el país, y suspendieron las exportaciones de uranio hacia la antigua metrópolis colonial.

Francia respondió que desconocería esas decisiones («solo el gobierno legítimo de Níger puede tomarlas», dijo el Ministerio de Defensa) y que mantendría su base y sus tropas. También anunció la suspensión de la llamada ayuda al desarrollo. La Unión Europea en su conjunto hizo lo mismo, también Estados Unidos, que es, además, el otro país que mantiene bases militares y tropas (1.000 soldados) en Níger. Al comentar el cese de la cooperación estadounidense, el hombre fuerte de la junta nigerina, el general Omar Tchiani, ironizó: «Que se queden con esa asistencia y que se la den a los millones de personas sin hogar en Estados Unidos, que la solidaridad empieza por casa». Sumadas, las «ayudas al desarrollo» occidentales representan, de todas maneras, un alto porcentaje del PBI de este país, ubicado entre los de menores ingresos del mundo. 1 Utilizadas como palanca para hacer presión sobre el gobierno, buena parte de ellas era dirigida a proyectos que beneficiaban fundamentalmente a empresas occidentales; otra se perdía en los meandros de la corrupción o iba a manos de las élites locales.

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Algunas escenas que se vivieron tras el golpe fueron las propias de las desbandadas poscoloniales, con una evacuación precipitada y desordenada de los nacionales de la potencia dominante (París lo seguía siendo en Níger, como lo ha sido en buena parte de África desde la descolonización de los años sesenta y setenta). Y hubo otras escenas: multitudes reunidas en apoyo al derrocamiento de Bazoum –un presidente en funciones desde comienzos de 2021 tras elecciones denunciadas en su momento como fraudulentas–, ataques a la embajada francesa, izamiento de banderas rusas. En las capitales europeas occidentales, en Estados Unidos, las reacciones fueron unánimes: se trataría de un golpe de Estado más de esos que periódicamente se repiten en la descarriada e ingobernable África y se estaría ante un ataque intolerable a la estabilidad y la paz en la región, que favorecería al ascendente yihadismo.

El presidente francés, Emmanuel Macron, sacó a relucir los tonos monárquicos y hasta imperiales que acostumbra: París, dijo, «no tolerará ningún ataque contra sus ciudadanos y sus intereses», y, si se produjeran, su reacción será «inmediata e implacable». La Comunidad Económica de Estados de África Occidental (Cedeao) se dividió entre una mayoría de países dispuestos a intervenir militarmente para reponer al depuesto Bazoum (con Nigeria, Benín, Costa de Marfil y Senegal como puntas de lanza) y una minoría opuesta a la guerra. Entre estos últimos países, Mali y Burkina Faso –excolonias francesas que recientemente expulsaron nuevamente a las tropas del país europeo de su territorio tras sendos golpes militares– dijeron que, si hubiera intervención contra Níger, lo tomarían como una declaración de guerra contra ellos. Guinea y, por fuera de la Cedeao, Chad y Argelia, también otrora naciones colonizadas por París, respaldaron al binomio. Sudáfrica, ajena a la comunidad pero una de las principales potencias regionales, se puso en el medio, en una suerte de «ni intervención ni golpe».

La fecha del ultimátum pasó, sin que por ahora haya habido despliegue de tropas en la zona. El lunes 7 el gobierno de Macron había vuelto a advertir al CNSP nigerino para que «se tome en serio» la posibilidad de una intervención y Níger, que cerró su espacio aéreo, denunciaba que ya había una decisión de «invadir» el país. Un día después, Radio Francia Internacional informaba que la fuerza de intervención contaría con unos 25 mil hombres, la mitad de ellos provenientes de Nigeria, que la comandaría. Pero, al mismo tiempo, operaba la diplomacia. El martes 8, autoridades de la junta nigerina recibían en Niamey a Victoria Nuland, subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos del Departamento de Estado, es decir, la número dos de la diplomacia estadounidense. «Fue una conversación extremadamente franca pero muy difícil y con pocos avances. Les dimos varias opciones para la vuelta al orden constitucional, aunque me dio la impresión de que no las consideraron», comentó la diplomática. La Cedeao estaba reunida ayer jueves en Abuya, la capital de Nigeria, «analizando la situación».

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Las manifestaciones de apoyo al golpe en Niamey fueron organizadas por un movimiento llamado M62, que reúne a varias centrales sindicales y a una veintena de organizaciones de la sociedad civil nigerinas que, unos meses antes del levantamiento, ya habían reclamado el desmantelamiento de las bases militares extranjeras. «Nuestro movimiento», dijo al diario italiano Il Manifesto (1-VIII-23) Abdourahmane Ide, integrante de la dirección del M62, «nació hace algunos años para protestar contra el gobierno de Mahamadou Issoufou, primero, y contra el de Bazoum, después, por su política económica y sobre todo por la presencia de soldados extranjeros en el país. Tras el fin de la operación Barkhane en Mali [en 2022] varios miles de soldados franceses llegaron a Níger para sumarse a los que ya estaban, algo para nosotros inaceptable».

Ide explicó que el ejército nigerino se basta para «hacer respetar la seguridad nacional» y que, si se trata de combatir a los integristas musulmanes de Al Qaeda, el Estado Islámico y Boko Haram, que se han expandido por toda la zona del Sahel, la operación Barkhane francesa se ha mostrado totalmente ineficaz. Hay quienes piensan, incluso, en Níger, en Burkina Faso, en Mali, que las tropas francesas son cómplices del yihadismo, y que lo han usado como pantalla para perennizar su presencia en estas tierras y expoliar sus recursos, consignó en marzo en Le Monde Diplomatique Rémi Carayol, un periodista que publicó hace algunos meses un amplio trabajo de investigación sobre las intervenciones militares francesas en su patio trasero africano, Le Mirage sahélien: la France en guerre en Afrique («El espejismo saheliano: Francia en guerra en África»).

Uno de quienes así piensan es Alassane Sawadogo, coordinador del Frente de Defensa de la Patria burkinés. «¿Cómo explicar que, con los medios de que disponen, los franceses no hayan sido capaces de derrotar a grupos armados?», en los ocho años que duró la operación Barkhane, se preguntó el dirigente. El año pasado Mali acusó en Naciones Unidas a Francia de armar a los yihadistas, recordó Carayol. Sin llegar a tanto, el nigerino Ide piensa también que el combate al integrismo musulmán ha sido una excelente excusa para franceses y estadounidenses «para montar bases militares en Níger con complicidad de los gobiernos nacionales y expoliar los recursos del subsuelo», según dijo a Il Manifesto. Y agregó que su movimiento pretende «colaborar con Mali y Burkina Faso, que, desde que expulsaron a los franceses [entre el año pasado y este] y se aliaron con los rusos, han visto mejorar sus condiciones de vida. Los rusos no nos han explotado como lo han hecho los franceses, y para combatir el peligro del fundamentalismo islámico es también más conveniente confiar en ellos» que en los occidentales.

En Mali, en Burkina Faso, en Guinea, en República Centroafricana, es fundamentalmente Rusia, pero también China, quienes han reemplazado a Francia y a Estados Unidos como potencias hegemónicas, en el plano económico, en el comercial y también en el militar. Los paramilitares rusos de Wagner se mueven con libertad en esos países y estarían jugando un papel central en el combate al yihadismo. Según afirmó el canal de televisión árabe Al Jazeera, la junta nigerina habría pedido formalmente ayuda a Wagner en caso de ataque occidental. Carayol no cree, sin embargo, como tampoco lo creen varios investigadores africanistas consultados por el portal francés Mediapart, que Moscú esté detrás del golpe en Níger. Aunque lo beneficie.

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Frenar la influencia rusa y asegurarse el control de riquezas, como el uranio, mucho más que cualquier preocupación por la «consolidación de la democracia» en la región, aparecen entre los factores principales que alentarían una intervención militar contra Níger liderada y ordenada por los países occidentales y protagonizada por soldados africanos. Níger es el séptimo productor mundial de uranio, un metal fundamental en el funcionamiento de las centrales atómicas, básicas para el abastecimiento energético de países como Francia, cuya matriz energética es esencialmente nuclear (70 por ciento).

Hasta muy recientemente, Níger era el primer abastecedor de Francia en uranio (en 2022 fue desplazado por Kazajistán, primer productor mundial del mineral) y el cuarto abastecedor de la Unión Europea. Una empresa francesa (Orano, ex-Areva) controla la producción del mineral en suelo nigerino. Hasta 2014, en virtud de los acuerdos de «cooperación» firmados entre París y Niamey, la compañía apenas pagaba un 5,5 por ciento de regalías sobre el uranio producido en las minas nigerinas. Desde entonces pasó a pagar un 12 por ciento. Una miseria de todos modos para una empresa cuyos ingresos más que duplican los de Níger, un país en el que, además, menos del 20 por ciento de la población tiene acceso a la electricidad, pero cuyo uranio contribuye a encender una de cada tres lamparitas en Francia. Frutilla de la torta: cuando los precios del uranio en el mercado internacional caen, Orano cesa la producción. Poco le importa que «toda una región de Níger quede en situación de precariedad extrema», como poco le importan las consecuencias ambientales y sanitarias de esta explotación minera, de la que es la primera beneficiaria, dijo a Mediapart (6-VIII-23) la historiadora francesa Camille Lefebvre, directora de investigación en el Centro Nacional de Investigación Científica de París y especializada en la ocupación colonial en Níger a fines del siglo XIX.

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Desde que fue electo presidente, Mohamed Bazoum fue un fiel aliado de Occidente, y en particular de Francia, consignó el miércoles 2 en Le Monde Diplomatique el investigador especializado en África Philippe Leymarie. Tras la ruptura de Burkina Faso y Mali con París, Níger era hasta ahora, junto con Chad, el único de los diez países de la región del Sahel favorable a la permanencia de tropas francesas. Liquidada en noviembre pasado la operación Barkhane, instituida en 2014 por París para combatir la insurgencia islamista en la zona, Niamey se había convertido en el corazón de una suerte de Barkhane 2, con su base aérea de donde despegaban drones y cazas, y sus 1.500 soldados. Níger era también un aliado económico incondicional de Occidente, una condición que el presidente de Estados Unidos Joe Biden le había reconocido expresamente a Bazoum en diciembre pasado. Y, para la Unión Europea, un país clave en su dispositivo de contención de la inmigración africana hacia sus fronteras. Hay hoy en Níger –«país de llegada, tránsito y partida de refugiados», según un reciente informe de la Organización Internacional para las Migraciones– unos 300 mil refugiados provenientes mayoritariamente de Nigeria. Para la Unión Europea se trata de retenerlos lejos de su «jardín», y con ese fin firmó con Niamey el mismo tipo de acuerdos que estableció con otros países ubicados fuera de la fortaleza Europa.

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Luego de ir perdiendo, una a una, su veintena de colonias africanas, entre 1958 y fines de la década siguiente, París recompuso un sistema de relaciones con su patio trasero que se tradujo en lo que se conoció como Francáfrica, una suerte de superestructura neocolonial dotada de instrumentos políticos, económicos, acuerdos de seguridad y mecanismos monetarios. La mayor parte de sus excolonias se incorporó a ese sistema, en virtud del cual Francia se reservaba la posibilidad de intervenir militarmente para garantizar la «estabilidad» de sus aliados. Desde hace al menos un par de décadas se dice en París que la Francáfrica es cosa del pasado y que el país ha ido construyendo un nuevo tipo de relaciones con sus excolonias, supuestamente más respetuoso de su autonomía.

Pero está lejos de ser esa la realidad, remarcó por estos días, entre muchos otros, el doctor en Historia y militante africanista Amzat Boukari-Yabara. «El acta de defunción de la Francáfrica sigue sin aparecer», dijo el investigador a Mediapart (6-VIII-23). «El caso de Níger es probablemente más significativo que el de Mali o Burkina Faso, puesto que ha sido presentado como un aliado estable de París, un cerrojo de seguridad en el Sahel y un socio de las políticas migratorias de la Unión Europea». Con su posición geográfica, Níger tiene un papel central en el sistema de dominación de Francia en la subregión, y el golpe de fin de julio «les ha servido a los militares franceses para reforzar su tesis de un efecto dominó que habría que evitar» para impedir el contagio hacia Chad, Costa de Marfil, Congo, Togo, Camerún, Gabón, agregó el historiador. Francia ha tratado siempre el tema de sus relaciones con su patio trasero desde la defensa de sus propios intereses, sean económicos o militares, y poco le ha importado la realidad de esos países, en especial su extrema pobreza producto en gran parte de la colonización, señaló, además, Boukari-Yabara.

«Eso ha generado odios, resentimientos, rebeliones», controladas con intervenciones militares y gracias a la complicidad de las élites locales, observa Camille Lefebvre. «Desde hace diez años Francia está en guerra en este país y esta región sin haber hecho esfuerzo alguno para comprender lo que allí sucede», y embarrando aún más la cancha, denunció la historiadora. En todo el Sahel, indicó a su vez Boukari-Yabara, «se están viviendo todavía las consecuencias de la intervención en Libia» de hace más de una década, conducida por Estados Unidos y con participación de tropas francesas, británicas y de otros países europeos, que provocó la desestabilización profunda de la región. «Existe también una forma de arrogancia profundamente colonialista ejemplificada en las declaraciones de Macron sobre la fecundidad de las mujeres nigerinas como causa de la imposibilidad de desarrollar el país. Son viejos lugares comunes que reaparecen y que no llevan precisamente a que los nigerinos quieran a Francia.»

Los militares franceses –pero no solo ellos, también una buena parte de la dirigencia política– están imbuidos todavía de la idea de que, si ellos se van, los africanos van derecho a la catástrofe y quedarán a merced del yihadismo. Ni siquiera perciben –destaca Lefebvre– que la propia presencia militar extranjera, es decir, la suya, «puede ser un elemento que refuerce la incidencia de los islamistas». Y qué decir del pasado colonial, destaca la historiadora, autora en 2021 de L’Empire qui ne veut pas mourir: une histoire de la Françafrique («El imperio que no quiere morir: una historia de la Francáfrica»). Hacen como si eso pasado ya no contara, pero en Níger, como en todo el Sahel, los africanos «llevan en su cuerpo, en su memoria, y se transmiten de generación en generación los horrores de los asesinatos masivos, de las violaciones colectivas» que marcaron los sesenta años o más de dominio imperial.

La bronca contra sus propios gobiernos –depredadores o cómplices de la depredación–, combinada con el rechazo al neocolonialismo y a la presencia de las bases militares extranjeras, ha conducido a esta nueva realidad de rebeliones en cadena en el patio trasero francés, apunta Lefebvre. Aunque el viejo imperio no lo quiera ver.

Nota

1-La asistencia humanitaria –que alcanza a unos 4,5 millones de personas, una quinta parte de la población total del país– por el momento se mantiene.

 

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