La célebre frase de Velasco Ibarra, denme un balcón y seré presidente, bien podría ser reemplazada por una más actual: denme una cuenta de TikTok y seré presidente. A Guillermo Lasso y a Daniel Noboa les funcionó.
Aunque ambas estrategias coincidan en su finalidad, difieren en su naturaleza. A diferencia de TikTok, el balcón implicaba una relación real, directa y tangible entre el candidato y la masa de electores. Y su éxito dependía de la capacidad demagógica del personaje. Al margen de la abstracción de los discursos y de la retórica de las promesas, los votantes podían ver, escuchar y sentir al elegido que les conduciría al paraíso. No existía más mediación que la embriagadora seducción de un sueño.
La política que se desarrolla en las redes sociales representa, en cambio, una desconexión con la realidad. Por eso, precisamente, se llaman medios virtuales. La comunicación difundida a través de TikTok puede ser producida inclusive sin la presencia ni la participación del principal involucrado. Alguien diseña la estrategia, otro elabora los productos, un tercero puede manejar la cuenta del candidato; y los seguidores estarán convencidos de que reciben los mensajes directamente del protagonista.
Por su edad, trayectoria y condición, Daniel Noboa es el producto más refinado de esta nueva forma de hacer política. Y hasta ahora le ha servido. Mucha gente se sorprende del modo en que ha logrado compensar sus inocultables limitaciones intelectuales y discursivas a punta de comunicación virtual, al extremo de mantener una importante aceptación ciudadana. Y esto pese a las políticas antipopulares que ha aprobado. En menos tiempo, y por menos de lo que ha hecho Noboa, Abdalá Bucaram tuvo que hacer maletas.
Es evidente que el gobierno se jugará por la misma estrategia virtual para resistir al desgaste hasta fin de año. La duda es si le alcanzará para la reelección. Porque al igual que la clásica manipulación mediática, la virtualidad en las redes sociales también tiene límites. Más aún en un campo tan despiadado y pragmático como la política. Acaba de ocurrir con el debate presidencial en Estados Unidos: la patética senilidad de Biden no puede ser ni siquiera maquillada, mucho menos transformada en una aparente vitalidad.
El mayor problema de las redes sociales no solo es la proliferación de verdades absurdas y forjadas, sino la tergiversación de la realidad. Es decir, de los hechos. Lo estamos presenciando a propósito de los juicios por corrupción, narcotráfico y crimen organizado. Cualquiera lanza una información o una versión falsas que terminan confundiendo a todo el mundo. En esas condiciones, hacer justicia se vuelve una tarea no solo complicada, sino temeraria.
El oficialismo también entró en el mismo juego. Desde el gobierno, o desde el bloque de ADN en la Asamblea Nacional, se difunde información falsa imposible de desmentir, porque quienes alertan sobre el engaño (en este caso la oposición) carecen en absoluto de credibilidad. Y la ciudadanía termina de coro farandulero en una efímera e insustancial pelea de tiktoks.
El balcón, al menos, exigía esfuerzo, imaginación y verbo.
Julio 2, 2024
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