EL ROMANTICISMO MELANCÓLICO DE LOS LUGARES AUSENTES

ESCRITOS DE ANDARIEGO

 

Quienes hemos dedicado gran parte de nuestra vida a viajar, más que como turistas, para ser habitantes de cada lugar a donde vamos, con los años construimos una serie de gratos recuerdos que van acompañados de sensaciones que tanto en tanto se repiten para nuestros sentidos, haciéndonos extrañar permanentemente.

 

Hemos reflexionado con otros viajeros o viajeras, que entre más se viaja, más nos hacemos invisibles y menos somos de un solo lugar; en mi caso particular, luego de veinte años recorriendo Suramérica, me siento muy muy suramericano, pero mucho menos colombiano y no porque niegue la patria, sino porque en cada lugar he creado una vida, un pequeño universo que va desde el paisaje hasta la relación con los seres cotidianos: los de las verdulerías, carnicerías, restaurantes, librerías, bares, cafés, etcétera, me  sorprendo de que con algunos no nos cruza el tiempo y cuando regreso luego de un par de años, el saludo habitual sigue siendo el cotidiano.

También vamos creando una especie de familias que trascienden el mero título de amistad, unas familias que ya no hablan en lenguajes diferentes ni tienen hábitos distintos, familias que se mimetizan y crean sus propios idiomas, ya es normal verlos y ser parte, ya es normal sentirse pertenecido y no extranjero.

Viajar es hermoso, se conoce cada lugar desde la vivencia del estar presente, pero también tiene sus desventajas, como lo mencione al principio, va generando entre quienes viajamos constantemente, una sensación de no sentirnos de ningún lugar y mucho tiempo en alguno es el peso inconforme de no estar en el otro, por ejemplo, cuando estoy en Buenos Aires extraño Quito, cuando estoy en Quito extraño Bogotá y cuando estoy en Bogotá extraño Buenos Aires y así se van sumando lugares de acuerdo al tiempo que estemos en ellos.

Los cercanos nos ven con cierto fastidio porque es innegable estar mencionando algo de ese otro sitio donde habitamos y por más que se quiere se vuelve difícil de no hacer.

Por otro lado, los viajeros ya no somos del lugar donde nacimos, sentimos que la patria es amplia, nos hacemos partícipes de las decisiones, aunque no votamos generalmente, queremos que uno o el otro sea el que gobierne, peleamos los derechos de los que nacieron allí, compartimos sus creencias y somos parte de ellas, y aceptamos sus rituales sociales como propios, en términos prácticos, queremos estar en los asados argentinos familiares del domingo, vamos por un encebollado después del chuchaqui de la fiesta, proponemos el café bogotano de la tarde, tomamos maté ya sin el asquito de compartir la bombilla, nos parece normal el mote con huesillo a la mañana, compramos sopaipillas o llegamos de visita con una docena de facturas, escuchamos tango, vamos por unas chelas de tienda o llamamos a la man para ir a cine, celebramos las fiestas como propias y vestimos como si fuéramos del lugar sin problema.

Los viajeros frecuentes tenemos una especie de añoranza nostálgica que nos une a cada lugar y el respirar de un olor particular nos remonta a ese otro sitio donde también existe ese mismo olor.

Llevamos encima un romanticismo melancólico de esos lugares ausentes.

 

Bariloche Argentina
Bariloche Argentina
Acerca de Fernando Prieto Valencia 11 Articles
Director de teatro, escritor y dramaturgo, andariego.

Be the first to comment

Leave a Reply

Tu dirección de correo no será publicada.


*