
Daniel Noboa, joven heredero de uno de los más importantes emporios empresariales del Ecuador, se reelige como mandatario de este pequeño país andino con aproximadamente 1.2 millones de votos sobre su adversaria progresista.
Por Decio Machado/ Semanario Brecha
Tras la primera parte del ciclo progresista en el presente siglo, esa que se enmarca entre el triunfo de Hugo Chávez en 1999 y el fin del gobierno de Rafael Correa en 2017, el único país en el que dicha sensibilidad política no volvió a recuperar el poder en ningún momento ha sido Ecuador.
Así, el pasado 13 de abril, la Revolución Ciudadana -partido político liderado por el ex presidente Rafael Correa desde el exilio- en unas elecciones en las que tenía todo a su favor para volver a ser gobierno, volvió nuevamente a ser derrotada en las urnas.
El caso ecuatoriano es de estudio académico. A diferencia de países como Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, México o Uruguay; Ecuador se enmarca en un derrotero de constantes fracasos electorales tras el fin de la década de mandato correísta, entre 2007 y 2017, y la posterior traición política de su sucesor en el cargo, Lenín Moreno entre 2017 y 2021.
A partir de entonces, las candidaturas presidenciales del correísmo, tanto en 2021 con Andrés Arauz al frente, como en 2023 y ahora en 2025 con Luisa González como relevo presidencial, la Revolución Ciudadana consagra su tercera derrota electoral consecutiva en apenas cuatro años.
Especializados en perder lo que parecía imposible de perder
Si algo caracteriza al progresismo ecuatoriano en estos últimos años ha sido su especialización en perder campaña electorales, a priori, consideradas difícilmente perdibles por el correísmo.
En 2021 el joven quinquelingüe y brillante economista Andrés Arauz, quien se perfilaba como el heredero de Rafael Correa al frente del progresismo ecuatoriano, se veía inverosímilmente derrotado frente al septuagenario bachiller y banquero Guillermo Lasso, en un país donde la banca ha sido responsable del exilio económico de más de un millón de personas apenas una generación atrás.
En 2023, tras la renuncia de Guillermo Lasso en apenas treinta meses de gobierno y con todo a su favor para volver al sillón presidencial del Palacio de Carondelet, el progresismo ecuatoriano perdía las elecciones de forma sorprendente tras el asesinato de uno de los candidatos presidenciales, hecho exógeno a la disputa electoral que le permitió a Daniel Noboa entrar en la segunda vuelta y ganar con apuros el balotaje frente a Luisa González, una abogada forjada a sí misma y proveniente de sectores populares costeños.
El pasado domingo 13 de abril, tras una campaña electoral en primera vuelta marcada por la brillante estrategia de consultores extranjeros que permitió polarizar entre Luisa González y Daniel Noboa unas elecciones en la que participaban dieciséis candidaturas presidenciales; el correísmo se dio de bruces en una segunda vuelta cuya principal característica fue volver a repetir errores tácticos y operacionales propios de sus campañas anteriores.
Entre estos destaca su incapacidad para desmarcarse del gobierno de Nicolás Maduro, régimen político que genera escasa simpatía en el país; sus limitaciones a la hora de generar confianza respecto a su programa económico de gobierno, especialmente en todo lo que tiene que ver con el sostenimiento de la dolarización; y su torpeza para comunicar un talante dialogante, abierto y democrático que genere certidumbre ante una sociedad que recibe un permanente bombardeo mediático a través del cual se le acusa al correísmo de corrupción y autoritarismo.
Así las cosas, la ventaja en intención de voto favorable a Luisa González tras el pacto entre el correísmo y otras «izquierdas», el movimiento indígena y otros sectores social populares generado tras el arranque de la segunda vuelta, se vio mermada por errores cometidos por la candidata progresista y su equipo de asesores en el debate presidencial televisivo frente a Daniel Noboa. Un debate por cierto, marcado más por la limitación dialéctica y sobreactuación teatral de ambos candidatos que por la visibilización de sus atributos positivos para sacar adelante a un país inmerso en una crisis de carácter multidimensional y diez puntos porcentuales más pobre hoy que 10 años atrás.
Si el objetivo era marcar la diferencia entre Luisa González y Rafael Correa, dado que la oposición conservadora acusaba a la primera de ser marioneta del segundo, el resultado fue todo lo contrario. Luisa González terminó pareciéndose mucho en ese debate al líder principal de la Revolución Ciudadana, quien desde hace años es objeto permanente de orquestados ataques desde diferentes ámbitos mediáticos, procesales, sociales, académicos y políticos.
Desde entonces, 23 de marzo, hasta las elecciones del pasado domingo, el correísmo perdió la iniciativa política inmerso en una ceguera colectiva, pero principalmente de la mayoría de actores y sujetos involucrados de forma directa en la disputa electoral.
Por si lo anterior fuera poco, el uso de la Fiscalía General del Estado como herramienta política electoral por parte del Gobierno Nacional -Noboa siempre jugó con la cancha inclina a su favor en esta campaña electoral-, permitió hacer públicos los chats y grabaciones de audio contenidas en los dispositivos tecnológicos incautados a uno de las autoridades alineadas a las filas del correísmo dentro del Consejo de Participación Ciudadana, entidad responsable de la designación de autoridades en organismos de control en el país. Lo anterior, transparentó los intestinos de una organización política donde muchos de sus miembros se graban las conversaciones entre ellos, descalificándose entre sí de forma muy poco elegante y con ciertos aires de superioridad.
Si Luisa González, con una campaña fresca y muy poco ideológica, había sumado en primera vuelta unos 10 puntos porcentuales más que lo que venía sumando la Revolución Ciudadana en esa misma fase de campaña anteriores; posiblemente perdió la mitad de ese voto blando en la segunda vuelta, siendo este reemplazado por un voto más ideológico afín a las organizaciones políticas y sociales que les expresaron respaldo en esta segunda fase de campaña. En resumen y dicho en términos populares, «subió la carne pero bajó el pescado», todo ello inmersos en una campaña de acusaciones mutuas entre los candidatos presidenciales donde no existió conversación alguna con el electorado.
Pocos días antes de la jornada del balotaje y en un ambiente de espiral triunfalista por parte del correísmo, algunas de las investigaciones cualitativas indicaban ya mayor resistencia ante Luisa González que frente a Daniel Noboa en determinados segmentos del electorado que aun mostraban incertidumbre respecto a su intención de voto. No importó, todo fue ignorado, una vez más los trofeos de guerra eran despilfarrados en celebraciones prematuras.
De error en error hasta la derrota final
Lo anterior desembocó en la tragedia, no solo para el correísmo sino para el conjunto del pueblo ecuatoriano, de la noche del pasado domingo 13 de abril.
Pese a que todo mandatario que corre para una reelección hace que la disputa electoral se convierta en un plebiscito sobre su gestión, en este caso quince meses de gobierno noboista sin un solo hito o meta cumplida en su gestión, más por rechazo al correísmo que por apoyo a Daniel Noboa, este último se imponía con el 55,60% de los votos válidos emitidos.
Pero como dice la sabiduría popular “no hay dos sin tres”, motivo por el cual la dirigencia correísta cometería su último error estratégico electoral en la noche de autos, no reconocimiento los resultados y acusando de fraude al Consejo Nacional Electoral. Si bien es cierto que la campaña electoral de Noboa se caracterizó con una sucesión de irregularidades permitidas cómplicemente por los órganos rectores y de control de la democracia, lo que le permitió jugar con notable ventaja frente al correísmo, también lo es que hasta lo fecha sigue sin presentarse una sola prueba con el suficiente sostén como para acreditar tal denuncia robo en las urnas, motivo por el cual el correísmo se ahonda aun más en su propia crisis de credibilidad.
Nubarrones en el horizonte
Dos izquierdas políticas de importancia existen en Ecuador, una político institucional, la Revolución Ciudadana, y otra político social, la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE). Una con presencia y en disputa permanente por las instituciones y otra con músculo social movilizador. Los errores de campañas ponen dejan en este momento a ambos ejes de intervención política muy tocados tras los resultados del pasado domingo.
Como sorteará la indudable crisis interna que seguramente se le avecina a la Revolución Ciudadana tras su tercera derrota electoral consecutiva, en esta ocasión por “goleada”, tras haber sido la fuerza hegemónica en el país durante los años anteriores es una pregunta todavía sin respuesta. Unos hablan de un posible riesgo de implosión interna, otros de la necesaria renovación de sus cargos dirigentes en dicha corriente política e incluso hay quienes indican de posibles futuros escenarios de rupturas en territorios determinados ante las elecciones seccionales que tendrán lugar en el país dentro de dos años. Todo en estos momentos es incertidumbre, especulación y evidentemente una grieta por donde el aparato mediático y gubernamental actúa como herramienta para intentar agudizar fisuras.
Y de igual manera sucede en el movimiento indígena, donde su actual dirigencia, comprometida en la lucha contra las políticas neoliberales en el país, apoyaron contra “viento y marea” la candidatura de Luisa González en la segunda vuelta. Ahí, en ese ámbito menos funcionarial y más militante, en el segundo semestre de este año deberá tener lugar el Congreso de la CONAIE para la elección de nuevas autoridades del movimiento indígena, momento en el que Leonidas Iza -actual presidente de la organización- y su equipo deberán hacer frente a los sectores indígenas más conservadores que, financiados por el gobierno de Noboa, se oponían al pacto con el correísmo y ahora planifican el asalto a la dirección del movimiento social más importante del país. Un hipotético triunfo de los opositores a la actual dirección de la CONAIE supondría la entrega, bajo prebendas, al gobierno de la única organización social en el país con musculatura para construir resistencias contrahegemónicas a los envites neoliberales por llegar durante el próximo período de mandato noboista.
Así las cosas, lo sucedido el pasado domingo debería analizarse en toda su profundidad, la cual va mucho más allá de lo electoral. Bajo la hipótesis del peor escenario en estos momentos posible pero perfectamente factible dada estado de situación, una crisis interna que debilite aun más al maltrecho correísmo sumada a una derrota de los sectores con compromiso con la lucha popular y social al frente del movimiento indígena, supondría dejar convertido en un erial a la izquierda política y social del país durante la próxima década. Todo ello además inmersos en un proceso de nueva constituyente, ya anunciado con carácter de urgencia por los voceros del gobierno de Daniel Noboa, que implicará un fuerte retroceso de las conquistas sociales plasmadas en la aun vigente Constitución de 2008.
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