#Opinión / Roma tendrá que prepararse

 

Cada muerte de un Papa reactiva ese antiguo y apasionante debate sobre varios temas encadenados: el vínculo entre religión y política, la vigencia y la perspectiva de la iglesia católica, las relaciones a veces armónicas y con frecuencia intransigentes entre cultos distintos. El acontecimiento reviste una trascendencia especial, no solo porque el cristianismo es la religión con mayor número de fieles en el mundo (2.400 millones, de los cuales 1.400 millones son católicos), sino porque el catolicismo mantiene una estructura centralizada única. El sumo pontífice es la primera autoridad espiritual de esos miles de millones de seguidores.

No solo eso. El catolicismo está indisolublemente ligado a las estructuras de poder político, económico y sobre todo cultural de Occidente. Mal que bien, marca la pauta a nivel global. Y en ninguna otra religión existe un personaje que ostente tanta legitimidad, reconocimiento y representación como el Papa.

Esta condición es la que inclina a mucha gente a atribuirle al Papa la capacidad de generar cambios radicales en la iglesia, que, por la situación descrita, repercuten a nivel planetario. Cualquier decisión o iniciativa que promueva supondría una alteración significativa del funcionamiento de la sociedad.

No obstante, muchas veces se omite analizar lo que implica encabezar la institución más antigua, estructurada y convencional del planeta. Dos milenios de funcionamiento hegemónico no son pelo de cochino. Por eso mismo, la iglesia católica mantiene unas estructuras cuya modificación resulta extremadamente difícil.

Aspirar a que una sola persona, por más autoridad que tenga, pueda sacudir esas estructuras macizas resulta ilusorio. Es más, podría hasta ser peligroso, porque detrás de esa posibilidad están las creencias y la fe de miles de millones de practicantes que buscan certezas, fundamentos existenciales y esperanza. Lo real, o mejor dicho lo viable, es la incidencia que pueda tener un Papa en agendas puntuales.

Juan XXIII cuestionó el excesivo clericalismo de la iglesia católica y planteó la modernización de la institución. Como impacto no planificado del Concilio Vaticano II se podría señalar el surgimiento de la teología de la liberación. Juan Pablo II le apostó al desmoronamiento de los regímenes estalinistas de Europa del Este. Francisco priorizó la agenda ecológica global y la importancia de la casa común. Pero ninguno de los tres consiguió alterar las condiciones de injusticia y desigualdad que norman el funcionamiento del sistema capitalista, una de cuyas consecuencias es, en términos teológicos, el alejamiento permanente del reino de Dios.

Hoy, la elección del sucesor de Francisco debe afrontar no solo estas restricciones concretas, sino la irrupción de un fenómeno que hará mella en el proceso. Las redes sociales, como ya está ocurriendo, se encargarán de añadir una ensordecedora estridencia al cónclave. Con toda seguridad, antes de que salga humo blanco las redes ya habrán elegido a cinco Papas. Las fake-news estarán a la orden del día, y los adictos al celular no tendrán piedad al momento de espulgar los antecedentes de todos los candidatos.

Roma tendrá que prepararse.

Abril 24, 2025

 

Acerca de Juan Cuvi 189 Articles
Miembro de la Comisión Nacional Anticorrupción (CNA), Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo, Parte de la Red Ecudor Decide Mejor Sin TLC.

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