El nerviosismo de las bolsas

Francisco Louça

¿Qué ha pasado este 10 de octubre? Las bolsas se han desplomado, pero nadie sabe por qué. En los Estados Unidos, fue la peor sesión en ocho meses; en Japón y Asia aun peor. En Shanghai llegó al nivel más bajo en cuatro años. El 6 de febrero había sucedido algo así y se señaló entonces que Greenspan, que dirigió la Reserva Federal de Estados Unidos hasta la víspera de la crisis, había observado la existencia de burbujas especulativas. Pero ¿el mercado financiero se puso tan «nervioso» sólo por una declaración? El hecho es que los mercados anticipan algunos de los mayores riesgos económicos, pero no todos.

Cada año es más peligroso

Si medimos la economía por el ritmo de los desastres ambientales, se podría adelantar una teoría que comparase las crisis con los efectos del cambio climático sistémico, que generan eventos extremos e imponderables cada vez más frecuentes, desde el «Leslie» a las inundaciones en Francia. El problema es que esta interpretación se refiere a una causalidad oculta aunque está justo delante de nuestros ojos.

Por cierto, los tres mala noticia reciente eran predecibles: el ligero enfriamiento de la economía mundial, en parte por la guerra comercial (el pronóstico del FMI pasa de un crecimiento del 3,9 al 3,7 en 2018), el aumento de las tasas de interés de referencia de Estados Unidos al 3%, para atraer capital y financiar el déficit (pese a las críticas de Trump a la persona que designó para la Fed, Powell), y un barril de petróleo por encima de los 80 dólares por primera vez desde 2014 (que con las crisis iraní y venezolana aun aumentará más). Incluso la cuarta noticia que provoca temblores, la inestabilidad institucional en la UE -con un ‘Brexit’ difícil de manejar, y con el choque presupuestario de Italia con la Comisión-, sería predecible. Así que no es de extrañar que los mercados de valores caigan. Es, por el contrario, por la certeza del riesgo.

Esa certeza ha permitido a «The Economist» a dedicar una edición a la “próxima recesión», afirmando que Italia «es una bomba de relojería» y que «el pánico en Italia puede irradiar a los mercados financieros, congelar la inversión y el crecimiento en el mundo». Munchau, en el «Financial Times», argumenta en el mismo sentido de que «la deuda griega e italiana son menos sostenibles en la actualidad que en 2010, cuando comenzó la crisis, y Alemania está ahora menos dispuesta a apoyar la zona euro».

Los remedios son amargos

Una crisis financiera no es ninguna sorpresa. El ciclo económico es una certeza. Por lo que habrá crisis. Y después de las dos recesiones de principios del siglo XXI, los gobiernos y los bancos centrales saben lo que pueden hacer para contener los efectos sistémicos de pánico y para reparar los daños. El problema es que lo que saben sirve de muy poco.

En la crisis, las grandes economías podrían aplicar estímulos monetarios y reducir las tasas de interés. Pero incluso si las tasas de interés de referencia se elevan en 2019 en la Eurozona y en Estados Unidos, donde ya está en el 3%, el margen de ajuste se reduce. Existe la alternativa que acabamos de vivir, la inyección de liquidez por parte del banco central, pero también plantea dificultades políticas: el BCE ha triplicado el tamaño de su balance desde la crisis, lo que crea malestar en Alemania, que lo considera una monetización de la deuda. El nuevo presidente del BCE tendrá que manejar esta presión.

China, que casi duplicó su deuda desde la última recesión, podría devaluar la moneda para ampliar la demanda externa. Pero las compañías chinas tienen una montaña de deuda en dólares, 450 mil millones, que de este modo empeoraría. Es cierto que China, a diferencia de otras economías importantes, tiene un arma clave, controla el capital y la banca, así como grandes reservas. Sin embargo, está bajo tensiones externa (las restricciones a las exportaciones a los EE.UU.) e internas (expectativas de una mejora del consumo). Es decir, ninguna de las zonas económicas escoge corregir la escasez de demanda, el remedio para limitar los efectos de una crisis, y por el contrario, los límites institucionales agravan los obstáculos para hacerlo. Por otra parte, la cooperación política en respuesta a una crisis es ahora más dudosa, teniendo en cuenta el papel de Trump. La próxima vez será peor que la crisis de 2008.

Por eso mismo, los Estados deben garantizar una mayor capacidad de control de los movimientos de capital. Un ejemplo: por primera vez, un tribunal inglés obligará a una familia de Azerbaiyán, que compró una mansión en Londres y gastó en pocos años 16 millones de libras en Harrod, que justifique su «riqueza inexplicable». Si se aplicara la misma norma a las Visa Oro en Portugal, daríamos un paso en la lucha contra la delincuencia y estaríamos mejor preparados para lo que viene. Otro ejemplo: la familia Obiang, el dictador de Guinea Ecuatorial, esconde parte de su fortuna en Madeira. Los procesos judiciales a los que se enfrenta son una buena razón para revisar sus cuentas. Sólo se puede evitar la contaminación de la crisis con el control financiero.

«Express»

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