- Trama
Cada persona vive una trama. El tráfico no cesa en la 12 de octubre -al menos en el carril derecho con dirección sur. Los coches contiguos rebasan al taxi que me lleva al Teatro del Ático de Nijinsky para ver ‘Barrio Caleidoscopio’, el monólogo del actor Carlos ‘Cacho’ Gallegos.
Ya es hora de que el taxista copie la fórmula de los autos que sí avanzan por la calle húmeda. Las luces de los coches rebotan contra el parabrisas del taxi, distorsionándose como esfinges violetas. Imposible. Abro la puerta. Los charcos tragan partes de la ciudad y la niebla leve da coletazos sobre los techos. Un Chevrolet y dos camionetas Toyota salen de la funeraria Girón mientras una línea de coches –entre ellos, el taxi que dejé- espera y aumenta.
“Por supuesto joven. Es un sitio especial, un premio. Ahisito está. ¡Corra ya!”, responde con voz de locutor de spots el cuidador de autos al preguntarle por el Ático de Nijinsky.
El entusiasta cuidador se acomoda la gorra naranja y señala al edificio ‘El Girón’, que se levanta sobre la Veintimilla. Solo una habitación ilumina desde lo alto. Las nubes curvan en la noche quiteña como la línea del Ying-Yang. Entro en el ascensor; despega más rápido que el taxi que tomé: extraña experiencia de llegar a un teatro ubicado en las alturas y, así, conocer el mundo dentro del mundo. “Piso 13”, subraya el ascensor. Callejón sombrío. Personas reclinadas sobre la pared. Aroma a café. “Teatro” dice un rótulo metálico junto a la taquilla. Una pareja monopoliza el sofá y se queja de la tesis de grado: “es una usurera que nos cobra hasta las ojeras”. El ventanal da al centro histórico: iluminarias grana y azul rodean a la Virgen del Panecillo.
Suena el tercer campanazo. El frente está disponible. “Hágale” –pienso. Mi silla me acuchilla la espalda. La música de acordeones se estira y con ella los parlantes.
Oscuridad. Una figura sepia aparece, grita. Los espectadores se remueven del susto. Empieza la historia de Alfonsito, entre risas, instancias tiernas y tristes por el desquicio de este hombre cautivo en su domicilio. Por un lado, hace que imaginemos el polvo retorciéndose a la luz de la tarde; por otro, da brincos como una ratica sobre la silla durante casi toda la obra. Esta fue mi trama nocturna.
- El cautivo se vuelve lunático
Alfonsito es culto. Por su coordinación motricidad-habla debería ganar un récord Guinness. Aunque nos dice que hay muchos objetos en ese oscuro lugar el único elemento visible es la silla de la cual no se levanta. En ella se divierte y nos captura su modo de contar -a través de gestos o de su voz alocada- los recuerdos de su vida en la intemperie. Es un muy hábil narrador, tiene múltiples puntos de vista (sobre la economía, la amistad, la estupidez, etc.) pero siempre vuelve a una línea nuclear: salir o no salir de allí. Digamos que Alfonsito hace y nos propone un ejercicio de memoria por sus diversas digresiones. En cualquier caso Alfonsito tiene mucho que decir y gracias a sus narraciones podemos entender quién es él. Un tipo sensible, miedoso, bromista, apegado a su madre, recluido por motivos desconocidos y con una esquizofrenia latente. Nunca se queja de su condición.
Quizá Alfonsito valora más sus experiencias desde ese encierro o como diría Juan Gabriel Vásquez: “Nunca nos llegan a tiempo los pocos pedazos de conocimiento que obtenemos de nosotros mismos.”
También, él evoca el espacio que no puede experimentar más y, de vez en vez, destaca lo sobrenatural de las cosas como si en el centro de su desdicha y mente retorcida habitara un poeta que le devuelve la cordura. Tiene miedo a salir; digamos que el ‘Alfonsito B’ le recuerda los riesgos, y disfruta atormentándolo. Sus emociones varían al igual que los altibajos de los electrocardiogramas.
Principalmente, Alfonsito cuenta el paseo que hace por el barrio. Un traslado que ocurre en su mente, que despide el deseo de libertad. Alfonsito disfruta del éxtasis de las pequeñas cosas, pero no de las cosas intangibles: el amor, por ejemplo. En aquel viaje ideal, Alfonsito reprime los sentimientos que tiene por Magalita, la dependienta de la tienda. Alfonsito compra algo, paga a la dependienta, que quiere asir el dinero; pero los dedos del cautivo atenazan la mano suave de su amor platónico. Ella se sacude, se va molesta. Al ocultar sus sentimientos, él se comporta como un lunático, ni en su propia fantasía puede liberarse.
- Montaje
Al verlo tan cerca me fijo en las ojeras de Alfonsito, son profundas. Está pálido por el cautiverio al que lo someten. La expresión de su rostro es como la de una madre que busca a su niño perdido en una comisaría: impaciencia eléctrica.
Asimismo su hablar apresurado le intensifica la angustia en los ojos. A ratos se filtra la luz, compañera itinerante de Alfonsito, y nos permite leer el estado mental encarnado en sus facciones: roja en la ira, azul en el desvarío, blanca en la decepción y dorada en la euforia. Sus zapatillas polvorientas y los agujeros en la ropa que lleva encima dan cuenta de que ese lugar es una especie de calabozo -o ¿está colapsando? Hay un montón de momentos inquietantes: cuando limpia sus dientes y, por morbo, huele el hilo dental; “!puerta cara de ventana!” y otros insultos con los que desprende su rabia. En cierto momento de la pieza, Alfonsito imagina que abre la puerta, crac, pero la musiquita invertida de fondo acentúa la locura de este preso. De todos modos gesticula salir. A medida que da zancadas, se parece más a un roedor.
- La maquinaria siniestra
Tengamos en mente que al mirar el interior de un caleidoscopio las imágenes se multiplican simétricamente. Lo mismo ocurre cuando vemos a Alfonsito divagar, teorizar sobre los asuntos de su vida, de lo que fue su vida antes del encierro. Solo recordando sostiene algo de esperanza.
Al contrario que en el teatro Kabuki, caracterizado porque un equipo anima a los actores, desde el lado del público las risas y los resoplidos van in crescendo por la propuesta de humor y drama de Gallegos. Pero con solo imaginar que pasamos al lado de Alfonsito emergen varias cuestiones: ¿Cuánto tiempo lleva encerrado? ¿Por qué tarda en llegar su escape? ¿Y si lo animamos a vencer el miedo y huir? Desde ese punto, ‘Barrio Caleidoscopio’ escenifica la pulsación de la impotencia de Alfonsito y del mismo público, el cual juega el rol de un espía inútil. La mirada del público, potente como un dron, atraviesa la casa y los objetos que enclaustran a Alfonsito. Esa es la maquinaria siniestra que monta Gallegos. Si embargo, no existe un aparato que detecte su huella térmica y lo salve. Nada. Ni las migas de luz. Nada más que sus delirios lo sostienen en su celda-hogar. ¿Cuánta gente pasa esta tragedia, o está atrapada en una vida que devora su tiempo? ¡Cuántas cosas, en el fondo, nos subyugan!
Sea como sea, los espectadores, a su manera, felicitaron a Gallegos tras finalizar la actuación: “Es la tercera vez que veo este trabajo”, “me hace llorar” o “es una bestia”.
Gallegos piensa que proyectó sus miedos en Alfonsito. Reconoce que se inspiró en el movimiento de una rata. Asimismo, la literatura –Cortázar o Kafka- se filtró en la escritura del guion. El cual su esposa tradujo al francés, ‘Quartier Calèidoscope’, y Gallegos dedicó un año a la interpretación del monólogo en ese idioma. Viviana Cordero diseñó el vestuario, Miguel Sevilla la banda sonora y Jorge Gutiérrez la iluminación.
- Premios
Era 2004, Gallegos se especializó en teatro físico, movimiento y mimo en L’Ecole Internationale de Thèatre Jacques Lecoq de París y vio al clown como un plus para la improvisación. Seis años después escribió ‘Barrio Caleidoscopio’, con la cual ganó los Fondos Concursables. En parte, el teatro le descorrió el telón del mundo: se radicó en París y EE.UU. Recibió varios reconocimientos por su conmovedor monólogo ‘Barrio Caleidoscopio’; por ejemplo, el Primer lugar XIV Festival de monólogos Le Coup de Chapeau (Francia) o el Premio del Público en el IX Festival Internacional Monodrama Thespis (Alemania).
Por ahora, Gallegos se encuentra en el Ecuador. Presenta su nueva obra ‘Solo solo solo’ y, también, imparte Talleres de Clown que terminan este 15 de diciembre.
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