Llegó a Washington para desecar el pantano, dijo. Matar a los cocodrilos. A los caimanes también. Destruir a todas esas especies que se ganan la vida alimentándose del dinero de los impuestos y la buena fe del pueblo estadounidense.
Dos años después, el pantano está más grande que nunca. Los cocodrilos y los caimanes todavía están ahí. Donald Trump nunca desecó el pantano. En su lugar, introdujo en él una nueva clase de depredadores más grande y agresiva, proveniente directamente de la época de los dinosaurios. En la cima de esta cadena alimenticia, el depredador mayor, el más temible de todos, el T-Rex Donald Trump.
Este presidente es, en lugar de asesino de depredadores, el depredador en jefe, un depredador para todos los gustos, contra todos los seres vivos. Hace presas de las mujeres y se jacta de ello. Se alimenta de las minorías estadounidenses: negros, latinos y toda la gente en la isla de Puerto Rico, devastada por el huracán. Hace presa de inmigrantes. Se alimenta de los niños separándolos de sus padres y arrojándolos en jaulas. Se alimenta de los ministros de su propio gabinete, humillándolos repetidas veces, y luego los despide de forma cobarde, no en una reunión cara a cara sino a través de Twitter. Se alimenta de los minusválidos, burlándose de su discapacidad. Se alimenta de gays y personas LGBTQ, marginándolos en las fuerzas armadas.
Que Trump construya un gobierno basado en su propia condición de reptil no es ninguna sorpresa. Lo que es sorprendente es la variedad de corrupción en la que se han involucrado sus seleccionados para puestos clave. Los altos funcionarios que facturan al gobierno cientos de miles de dólares en viajes privados, para burós que cuestan más que un automóvil de lujo, para beneficios como guardaespaldas innecesarios y oficinas tan impenetrables como cualquiera de la CIA –para una secretaria del medio ambiente. Un asesor de Seguridad Nacional, que mientras estaba en el cargo trabajó para un gobierno extranjero (Turquía), ofreció a los rusos una relación más agradable bajo Trump (a pesar o debido a la injerencia de los rusos en las elecciones) y mintió al FBI. Luego, este funcionario de Seguridad Nacional del más alto rango tuvo la audacia de afirmar que no sabía que mentirle al FBI es un delito. Luego, hubo un importante asistente de Trump que tuvo que renunciar cuando se publicó y se reprodujo enormemente una imagen del ojo morado que le provocó a una exesposa. Y esta es la lista corta.
Trump trajo a la capital de la nación un elenco de apoyo que, durante sus a menudo cortos períodos, cometió prácticamente todos los pecados cardinales. Estos son el orgullo, la codicia, la lujuria, la envidia, la gula, la ira y la pereza. Nadie encarna estos siete pecados mortales mejor que el propio Trump. Avaricia: una investigación del New York Times demostró la forma depredadora en que Trump construyó su fortuna. Pereza: Tenemos un presidente que no lee, se pierde las ceremonias solemnes en los cementerios militares estadounidenses, debido a la lluvia o porque se va a jugar al golf. ¿Orgullo, ira, envidia, gula? Por supuesto. Acerca de la lujuria ni siquiera hay que preguntar y recibe la mayor parte de la atención de los medios. Pero la codicia, la ira y el orgullo son probablemente las perversiones más fuertes de Trump.
Y la cosa sigue. El último secretario del gabinete que renunció, el secretario de Interior Ryan Zinke, se marchó en medio de una nube ética más tóxica que la de Ulan Bator, la capital de Mongolia y la ciudad con el aire más contaminado del mundo. ¿Y por qué esta ciudad con un desarrollo industrial muy limitado tiene esta terrible distinción? Por el carbón. El combustible favorito de Trump es lo que hace que la abrumadora mayoría de las casas en Ulan Bator se calienten de manera tolerable durante los inviernos largos y fríos, a expensas del sistema respiratorio y la vida de las personas, especialmente los niños.
Zinke no es responsable del aire malo de Mongolia. Sin embargo, el secretario del Interior, quien según el New York Times “es el último funcionario de Trump en salir de una administración plagada de cuestiones de conflictos éticos”, hizo todo lo posible por enviar a Estados Unidos en la dirección de Mongolia. Disminuir los Parques Nacionales fue solo una de sus herramientas para abrir una gran cantidad de terrenos públicos a la extracción de combustibles fósiles.
Zinke, junto con el secretario de la EPA (Agencia de Protección al Medio Ambiente), Scott Pruitt, quien también tuvo que marcharse debido a la corrupción, fueron los actores clave en la realización de la guerra de Trump contra el medio ambiente. Tan grave como son las violaciones éticas de Zinke, de Pruitt y de otros, todas palidecen en comparación con la devastación que han causado sus políticas. Aún peor es el hecho de que siempre hay otro sinvergüenza para que tome su lugar, un cabildero de la industria de combustibles fósiles o, como lo hizo con sus equipos defensa legal y de seguridad nacional, Trump puede desenterrar a especies prehistóricas como John Bolton y Rudy Giuliani.
Pero ni el escándalo de Zinke ni los indignantes hechos y palabras de John Bolton y Rudy Giuliani capturaron los mayores titulares de la semana pasada. En su lugar, la noticia principal fue lo que el abogado y amañador de Trump, Michael Cohen, dijo bajo juramento en el tribunal: que era culpable de violar la ley de financiamiento de campañas al pagar a dos mujeres que afirmaban haber tenido relaciones con Donald Trump a fin de silenciarlas e influir en la elección a favor de Donald Trump.
Esos son delitos graves y Trump, el organizador y beneficiario del corrupto plan, es incluso más culpable que Cohen, quien fue condenado a tres años de prisión. Pero el Departamento de Justicia tiene una regulación interna que impide procesar a presidentes en ejercicio. Los republicanos del Congreso no harán nada contra este presidente, incluso si él asesina a la persona de la que habló de matar en la Quinta Avenida, y los demócratas en la Cámara temen perseguir a Trump debido a la posibilidad de violencia por parte de los partidarios extremistas de Trump y el tibio apoyo de los endebles millones de votantes estadounidenses. Más estratégicamente, los demócratas saben que, dado que el Partido Republicano controla el Senado y los republicanos nunca aceptarán condenar a Trump, al impugnarlo pagarán el costo político y no sacarán al bribón del cargo.
Por lo tanto, tenemos un depredador en la Casa Blanca que también es, a todos los efectos, un delincuente. Y nadie puede o va a hacer nada al respecto en el corto plazo, a pesar del esfuerzo incesante y valiente del incorruptible Bob Mueller.
Traducción de Germán Piniella para Progreso Semanal.
Progreso Semanal/ Weekly
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