Quinto mandato de Netanyahu: el continuo giro a derecha de Israel

El 9 de abril se realizaron las elecciones israelíes. Benjamin Netanyahu, el inoxidable primer ministro ultraderechista, ha ganado un quinto mandato. Supera así en permanencia en el puesto a David Ben Gurion, el “padre fundador” del estado sionista.

Por Claudia Cinatti

El 9 de abril se realizaron las elecciones israelíes. Esta vez no hubo cisnes negros y Benjamin Netanyahu, el inoxidable primer ministro ultraderechista, ha ganado un quinto mandato. Supera así en permanencia en el puesto a David Ben Gurion, el “padre fundador” del estado sionista.

Después de meses de una campaña picante, la mayoría de los electores terminó reafirmando un resultado conservador. Netanyahu había llamado a elecciones anticipadas en diciembre del año pasado, en un movimiento audaz para salir de la encerrona judicial en la que se encontraba, y aún se encuentra, acusado de varios casos de corrupción.

Pero lo que en un principio parecía un camino allanado para el primer ministro terminó siendo una elección reñida. La gran sorpresa la dio el ex jefe del ejército, Benny Gantz, un outsider que fundó un partido nuevo –Azul y Blanco-, y terminó empardando a Netanyahu aunque no le alcanzó para conformar una coalición parlamentaria para desplazarlo del gobierno.

Algunos datos ayudan a darse una idea tanto de la fragmentación e inestabilidad del sistema político, como del profundo giro a la derecha que se operó en los últimos años, sobre todo bajo los gobiernos de Netanyahu.

Se presentaron alrededor de 40 partidos, muchos de los cuales no son más que emprendimientos individuales de militares y derechistas varios. Pero solo unos diez o doce superaron el piso de algo más del 3% de los votos para entrar al parlamento (Kneset).

Entre Netanyahu y Gantz se llevaron el 52% de los votos, en una elección pareja de un 26% cada uno. Sin embargo, la diferencia está en las posibilidades de formar coalición de gobierno. En ese sentido, Netanyahu le debe la victoria a los partidos de la extrema derecha y el bloque religioso, que le garantizan una mayoría parlamentaria de al menos 61 bancas sobre un total de 120.

La participación electoral llegó al 68%, poco más de cuatro puntos por debajo de la elección de 2015. La particularidad es que la mayor abstención se registró entre los ciudadanos árabes israelíes, que componen el 20% de la población pero son tratados como ciudadanos de segunda, más aún desde que se votó la Ley Nacional del Estado que define a Israel como un estado judío. Las rupturas y fracciones en el bloque de los partidos árabes, más los llamados al boicot a las elecciones, hicieron que estos perdieran una cantidad sensible de bancas.

El espectro de “centroizquierda” se redujo. Sobre todo por la debacle del Partido Laborista que fue el gran perdedor de la elección y terminó de sepultar las expectativas de Gantz de reunir una coalición para desplazar a Netanyahu. El laborismo obtuvo solamente 6 bancas (tenía 24 como parte de la Unión Sionista, la alianza de “centro” que tenía con la ex ministra de relaciones exteriores Tzipi Livni). A su izquierda, el partido Meretz mantuvo su presencia de cuatro bancas.

La elección se jugó entre la extrema derecha y la derecha del espectro político, aunque algunos analistas consideran al partido Azul y Blanco como una alianza “centrista” en comparación con Netanyahu. Pero en verdad, esta coalición entre generales y políticos “centristas”, es una variante de la derecha sionista. Basta ver los spots de campaña de Gantz con imágenes de bombardeos israelíes sobre la Franja de Gaza durante la operación Margen Protector de 2014, en la que murieron al menos 500 niños, mientras se escucha la voz en off reivindicando haber reducido a este territorio palestino a la “edad de piedra”. No es ningún secreto que el ejército está tan en contra de conceder un estado palestino –incluso en los territorios ocupados- como el bloque de la derecha sionista. Por eso Gantz habló de “separación” de los palestinos (no de estado), reafirmando la política de “fortalecer los asentamientos de colonos” y de “retener el control de la seguridad en todo el territorio de Israel”.

El partido Azul y Blanco trató de conciliar un discurso opositor con el estado de ánimo predominantemente de derecha del electorado y terminó atrapado en sus propias contradicciones. Demasiado indulgente para pelear el mismo espacio de extrema derecha de Netanyahu que tiene como programa la anexión de los territorios palestinos. Y a la vez, demasiado de derecha para el electorado que aún busca una representación para el “campo pacifista” y la llamada “solución de dos estados”.

El Likud y Netanyahu comprendieron desde el comienzo esta debilidad de origen. Uno de sus eslóganes favoritos fue “Netanyahu. Derechista. Fuerte” contrastado con “Gantz. Izquierda. Débil”. “Bibi” repitió la estrategia electoral que tan buenos resultados le viene dando: agitar el fantasma de la estampida árabe en las urnas, combatir contra una izquierda que no existe y sacarle votos a los que están a su derecha con un programa ultra, como la anexión de gran parte de Cisjordania.

Por razones domésticas e internacionales, lo más probable es que el quinto gobierno de Netanyahu sea aún más de derecha que los anteriores, si eso es posible.

En el plano interno, la coalición que ahora dirigirá el Likud es una colección de partidos racistas, fascistas, ultra ortodoxos, neoliberales, etc., muchos de los cuales son desprendimientos aún más radicales, como el llamado Poder Judío que hace apología abierta de la violencia contra los árabes y plantea la expulsión de los palestinos. O el partido de Avigdor Liberman, el ex ministro de defensa de Netanyahu y vocero de los colonos.

Muchos analistas anuncian un pacto de “inmunidad por soberanía”. Esto significa que a cambio de que estos partidos modifiquen la legislación para salvar a Netanyahu de ser procesado y juzgado por corrupción, el primer ministro deba hacer concesiones a sus socios. Estos halcones le exigirán que cumpla al menos con parte de su programa, como la incorporación de los asentamientos en la franja occidental bajo soberanía israelí, o mantener los privilegios de los judíos religiosos ortodoxos.

En el plano internacional, Netanyahu milita en la corriente de los Trump, Bolsonaro, Orbán y otros monstruos similares de la extrema derecha nacionalista. Incluso ha tenido la habilidad de sumar a Putin a su bando debido a que comparten intereses inconfesables en el Medio Oriente.

No es ningún secreto que el estado de Israel se transformó en una profesión de fe de la geopolítica de esta derecha alineada con la Casa Blanca, como se demuestra con el reconocimiento de Jerusalén como capital del estado sionista. Además, el peso internacional de Israel creció con la llegada de gobiernos de derecha. En América Latina, a la colonización de los servicios de inteligencia, se suman importantes negocios como la venta de armas y tecnología de seguridad y vigilancia.

Trump le hizo un regalo inesperado de campaña a Netanyahu. En marzo, el presidente de Estados Unidos le dio el apoyo a la anexión por parte de Israel de las Alturas del Golán, un territorio sirio ocupado por el estado sionista en la Guerra de los Seis Días de 1967. Además de endurecer la política contra Irán que va desde la implementación de duras sanciones, designar como “terrorista” a la Guardia Revolucionaria Islámica y a Hezbollah.

En los próximos días se podría conocer un supuesto “plan de paz” para el conflicto con los palestinos en el que estuvo trabajando el yerno de Trump, enviado a la región. Básicamente consistiría en un plan en el que se cambia soberanía por inversiones fundamentalmente de los estados árabes.

Pero este movimiento supersestructural y geopolítico hacia la derecha contrasta con el enorme desprestigio del Estado de Israel a nivel internacional, sobre todo entre los jóvenes de origen judío, como muestra la exitosa campaña de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) contra el estado de Israel.

Los crímenes del estado sionista contra el pueblo palestino son cada vez más difíciles de ignorar. Estos crímenes de guerra comprenden tanto las grandes masacres como el castigo colectivo diario al que es sometido el pueblo palestino bajo ocupación.

Como ha demostrado el historiador de origen judío Ilan Pappé, la fundación del estado de Israel fue un “hecho colonial” basado en la limpieza étnica del pueblo palestino. Esa política colonial se continúa en la ocupación y en la perpetuación del terrorismo de estado, al que define como “genocidio incremental”. Esta situación colonial, reforzada con Trump-Netanyahu, es la que recrea una y otra vez la resistencia palestina desde hace siete décadas.

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