Ecuador necesita ciencia, innovación y progreso

Por Inty Gronneberg

Desde hace siglos las revoluciones científicas vienen moldeando en gran medida las transformaciones de la humanidad. El inicio de esta transformación permitió que la cosmovisión global cambie de un sistema en el cual los pocos recursos existentes se destinaban solamente a preservar las capacidades de la época y dar legitimidad al orden social, hacia sociedades en las cuales poco a poco se obtuvieron nuevos poderes fruto de la inversión de recursos en la investigación científica. 

La apuesta por la investigación científica ha permitido el descubrimiento -por ejemplo- de todas las medicinas existentes, ha permitido crear herramientas para mejorar todo tipo de procesos, ha estimulado el crecimiento económico y el desarrollo de las innovaciones tecnológicas que soportaron pasadas y actuales revoluciones industriales. La ciencia, desde sus inicios, ha necesitado más que solo investigación para generar el progreso; ha estado ligada directamente con un refuerzo constante de recursos que dependen de políticas de Estado y modelos económicos para que esa investigación sea posible y el acceso a sus resultados sean debidamente democratizados al conjunto de la sociedad.

El origen de este cambio está en la toma de conciencia por parte de la humanidad del fin último que debe tener la investigación científica. Es vital comprender que los nuevos conocimientos e inventos que la ciencia genera se deben traducir en progreso colectivo. El fin mismo de la ciencia no es únicamente la generación de conocimiento, sino además la creación de innovación que repercuta de forma positiva en la sociedad.

Si bien a nivel global existe un amplio consenso sobre esta necesaria contribución social de la ciencia, la investigación y la innovación, en nuestro país, incluso en círculos académicos, no se entiende que el rol de la ciencia supera ampliamente la producción de conocimiento en publicaciones en revistas indexadas. Olvidamos que es un deber ético y moral utilizar ese conocimiento para la mejora de las condiciones de un país en vías de desarrollarse. Ese involucramiento de la Academia es fundamental ahora, contribuyendo a superar los retos que nos impone la crisis actual. 

Este es un momento histórico que exige a quienes hemos tenido la oportunidad de capacitarnos dejar el comfort de la crítica y la polarización, para arrimar el hombro aportando con nuestros conocimientos en aras a combatir el crecimiento de la pobreza, la galopante desigualdad social y la destrucción del planeta. 

¿De qué sirve entonces la ciencia si en los tiempos más difíciles para una sociedad no somos capaces de aportar soluciones concretas para combatir los grandes problemas a los que nos enfrentamos? Tenemos como reto desarrollar centros de transferencia tecnológica que permitan transformar el conocimiento generado en los motores de nuevos emprendimientos tecnológicos destinados a diversificar la matriz productiva, generándose a su vez empleo adecuado y un modelo productivo más amigable con la naturaleza ¿Cuánto más vamos a esperar para que el país salga del oscurantismo tecnológico en el cual se encuentra inmerso, tanto por la falta de visión de muchos de sus gobernantes como por la pasividad de la gente con conocimiento y capacitada?

Una de las lecciones que deberíamos sacar de la crisis multifacética en que vivimos es la necesidad de colaboración real y autónoma entre política y ciencia. Políticas públicas eficientes bajo criterios de justicia social requieren de ética, conocimiento y un accionar comprometido.

La ciencia y la investigación, ahora más que nunca deben estar al servicio del país. Es momento de unir esfuerzos, dejar los satanismos y la polarización y empezarse a sumar en proyectos colectivos que busquen que el Ecuador empiece el camino hacia un futuro de progreso inclusivo y sostenible.

 

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