Voceros empresariales y algunos altos funcionarios del gobierno han desatado una intensa ofensiva en contra de la propuesta de dejar el petróleo del Yasuní bajo tierra. Llaman abierta y descaradamente a votar NO en la consulta del 20 de agosto próximo.
El argumento es el mismo que vienen repitiendo los últimos tres gobiernos: que los recursos que genera la explotación petrolera son indispensables para financiar el presupuesto general de Estado y, en consecuencia, para asegurar el desarrollo del país. Lo que no explican estos apologistas del extractivismo es a qué se refieren con estas dos conclusiones. Dicho de otro modo, qué entienden por financiamiento del presupuesto estatal y qué entienden por desarrollo.
En Lógica, a un argumento que parece válido sin serlo se le denomina falacia. Con frecuencia se recurre a este recurso retórico con el propósito de persuadir o manipular a las demás personas. Esto es particularmente evidente en el mundo de la política. El estudio y la clasificación de las falacias empezó con Aristóteles, hace dos milenios y medio, y todavía no concluye. Y no concluirá mientras el mundo se enfrente a los nuevos fenómenos de las fake news y las posverdades.
En el caso que nos ocupa, hay dos respuestas muy sencillas para demostrar que el argumento en mención no tiene el más mínimo sustento lógico. La primera es que el presupuesto del Estado no depende exclusivamente de los recursos generados por la extracción desaforada de recursos naturales. Otra cosa es que nos hayamos acostumbrado a un modelo de financiamiento público totalmente cómodo, indolente e irracional.
En efecto, existen medidas alternativas. Entre otras, el incremento de la tributación a los grupos más adinerados del país, tal como los proponen los Yasunidos, o la reducción de gastos innecesarios como la compra de armamento para las Fuerzas Armadas.
La segunda respuesta se refiere al mito del desarrollo que, como un mantra nacional, hemos repetido desde hace medio siglo. Concretamente, desde que inició la explotación petrolera a gran escala. El Ecuador sigue siendo tan pobre y desigual como en los años 70, y la marginalidad no ha cesado de incrementarse. No solo eso: hoy enfrentamos una amenaza –la violencia criminal– desconocida hasta hace una década. Pero queremos apostarle a la minería como solución mágica.
El mayor problema de estas falacias con pretensiones de infalibilidad es su tendencia a reducir la realidad a un asunto meramente contable. A un registro de ingresos y egresos. Eliminan la complejidad de los problemas. En el caso de la crisis ambiental global y la depredación de la naturaleza que se derivan de ciertas actividades industriales, no se percatan que el dilema trasciende los impactos económicos, políticos o culturales que supuestamente están en juego. Estamos hablando de la sobrevivencia de la vida en el planeta. No solo de la vida humana, sino de la vida en general, esa particularidad que hace de la Tierra un cuerpo celeste maravilloso y único. Al menos, en el sistema solar.
Junio 9, 2023
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