#Opinión / En Argentina el optimismo prevalece a pesar del fuerte ajuste: ¿por qué?

Por Nicolás Cereijo[1]

La figura de Milei es disruptiva desde todo ángulo que se lo vea. No solo por ser el primer presidente economista, que llega al poder sin estructura ni partido político, outsider, antiestablishment político. Sino también porque es el primero en llevar adelante un ajuste extremo en el contexto de medidas antipopulares y, a pesar de ello, comenzó el año con mayor apoyo e imagen que cuando inició su gobierno. ¿Por qué?

Desde ya que hemos leído muchas posibles explicaciones, de todo tipo, y por eso me quiero concentrar en lo que entiendo como la clave de su popularidad: el optimismo. Dicho optimismo fue tejido en base a la concreción y materialización efectiva de un conjunto de medidas, pero centralmente tres: bajar la inflación, mantener el dólar estable y controlar la calle.

El ciudadano común, ajeno o poco interesado en la discusión política diaria, al ver materializada medidas concretas, recupera la confianza, el optimismo de lo que viene. No es novedad que cada gobierno que asume en Argentina le echa la culpa de todos los males al anterior. Las palabras cambio o reconstrucción ya son un clásico. El tema es el contenido. Y allí en donde Milei se anota un punto más que valioso. Al cumplir con metas pactadas en campaña, logra para sí algo que la sociedad en general había perdido: la confianza.

El último estudio de la firma Pulso Research marca que el 47% de los encuestados demuestra Esperanza (optimismo/alegría) en el futuro, mientras que en segundo lugar el 19% muestra incertidumbre. Por su parte, el último estudio de Latam Pulse (iniciativa conjunta entre la brasilera AtlasIntel y Bloomberg, que realiza estudios en cinco países clave de Latinoamérica: Argentina, Brasil, Chile, Colombia, y México) marcó otro dato fundamental: si bien el 61% contesta que la situación económica actual de su familia es mala, el 40% cree que la misma va a mejorar en el futuro y el 24% que se mantendrá.

Está claro que en una sociedad partida en torno a la figura de Milei, hay entre un 35% y 40% que se muestra opositor férreo al gobierno, sea la medida que tome. Pero del lado manifiesta algún tipo de apoyo, la base de la retención más aún en los moderados es el optimismo.

Ahora bien, bajo un contexto de optimismo y relativo acierto, el gobierno aprovecha para profundizar su agenda cultural y su estilo confrontativo. No importan las formas. Radicaliza su discurso con el convencimiento de que no sirve ser “tibio” – de paso le pega al macrismo – y polariza con niveles de violencia simbólica preocupantes. Fortalece su relato mítico de las fuerzas del cielo – vaya si no es un aspecto populista – y edifica y fomenta el fanatismo que tanto se había cuestionado del kirchnerismo. ¿Será que los extremos se atraen?

De esta manera, se abre un abanico de opciones y de políticas que legitiman las formas poco sutiles, hostiles y violentas desde lo simbólico en clave de la “autenticidad” del líder. ¿El fin justifica los medios?

Para cerrar y reflexionar, creo que no se trata de enojarse con la ciudadanía, sino comprender que fueron años, décadas, de falta de eficacia en las políticas públicas. De percibirse un cansancio de la elocuencia política. Así, han desgastaron enormemente la confianza pública en los dirigentes, que por cierto en general poco eco se hicieron de esto. Por eso el optimismo es una pieza hoy día del gobierno, pero como todo bien intangible, tiene fecha de vencimiento si no se renueva.

Por el momento es la receta del éxito parcial que lo puede dejar muy bien parado para las próximas elecciones. Pero a no confiarse porque la pérdida del optimismo puede llevar a una caída estrepitosa, sino pregúntele a Mauricio Macri o a Alberto Fernández.

  1. Analista Político.
    Profesor en la UBA (Arg), UCALP (Arg), Talent Academy (Ecu)

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