[Pensamiento] Octubre y la reconquista

“El acontecimiento, tomado en su azar, es justamente el sitio donde corresponde circunscribir la esencia de la política, la firmeza de la esencialización reposa sobre la precariedad de lo que adviene.” (Badiou, 1985, pág. 45)

«…un Gobierno que emplea la fuerza para imponer su dominio enseña a los oprimidos a usar la fuerza para oponerse a él.” (Nelson Mandela)

Los tres juicios

El 25 de noviembre de 2020 tuvo un primer desenlace la disputa de sentido sobre la rebelión de Octubre19. La Ministra de Gobierno, María Paula Romo, fue enjuiciada y censurada por la Asamblea Nacional.

En realidad, estuvo sometida a tres juicios. Desde abajo, los movimientos sociales, las mujeres y los indígenas vieron a la Ministra como la responsable y el símbolo de la criminalización de las luchas de Octubre, que tuvo como resultado once muertos y alrededor de mil heridos. La represión más extrema en la historia de los levantamientos desde el 90. El símbolo del paso a un Estado policial.

Los medios oficiales, los voceros del gobierno, buscaron convertirla en la heroína que detuvo el intento de un golpe de Estado, y enfrentó a la desestabilización orquestada por el correismo, que instrumentalizó a los indígenas hasta convertir Octubre en un “ataque a la democracia”. Cada gobierno busca contar con su propio golpe fracasado, Correa tuvo su 30S, Moreno busca tener su Octubre19.

El juicio político de la Asamblea no podía llegar al problema de fondo; se quedó enredado en los cálculos electorales, en la necesidad de tomar distancia ante un gobierno desgastado o en el argumento de la venganza ante el traidor. El juicio de la historia se condensa en el debate sobre Octubre.

Estatuas y símbolos.

El ethos barroco de nuestra cultura da fuerza a los juegos de símbolos. El fantasma de Eugenio Espejo caminaba en silencio entre las calles de Quito: “… el martes 21 de octubre de 1794 Quito despertó con un acontecimiento inusitado. En efecto, de las cruces de los atrios de Santo Domingo, La Catedral, San Francisco y La Merced fueron colgadas unas banderas rojas, en las cuales de un lado se puso la inscripción: “Liberto esto Felicitatem et gloriam conssecuto”, en tanto en el otro lado de la banderola se podía leer: “Salve Cruce”. (…) Lo escrito (…) correspondió a esta idea: ‘Seamos libres, consigamos felicidad y gloria al amparo de la cruz’. La conmoción en Quito (…) fue enorme. (…) el presidente de la Real Audiencia de Quito contó al virrey de Nueva Granada (…) “Se me acaba de avisar haberse visto fijados igualmente en las puertas del Cabildeo Secular y en otros parajes similares pasquines dirigidos a alucinar a la plebe, procurando su sublevación…”. (Rodas, 2016).

El símbolo no se queda en la materialidad de la piedra, sino que se encarna en la conmoción secreta del mensaje y en el fantasma del personaje, la “precariedad” del acontecimiento, el alucinamiento para la sublevación.

En la relación con el símbolo, el matiz empieza frente a las formas de presencia de diversos movimientos. Para el fantasma la clave estaba en la fuerza de la palabra en una transposición del espacio sagrado. El movimiento Black Life’s Matter opera en el derribo de las estatuas, la invocación del estallido social y el rechazo a la estrategia de dominio. Dos tradiciones diferentes.

La disputa de sentido

El 12 de octubre de 2020 convergieron en torno a la estatua de Isabela La Católica tres acciones. Llegaron temprano las mujeres con los símbolos del rechazo a una historia de coloniaje y violencia que no ha terminado. Los hispanistas colocaron las coronas de flores para invocar la herencia y la añoranza del monarquismo español. Un grupo de indígenas, bajo la visión del “estallido de Octubre”, atacó la estatua para derribarla, en rechazo a la Conquista española por la destrucción de la sociedad y el poder indígena.

En las redes y los medios de opinión se desató una campaña de reinterpretación no sólo de los acontecimientos e Octubre, sino una relectura de la historia de la Conquista y la defensa del patrimonio de la ciudad.

Una línea fue la acusación de la responsabilidad de la violencia de Octubre a la movilización indígena. Algunos comunicadores, caricaturistas y voceros del poder, atacaron una especie de contrarracismo violento de los indígenas en Octubre. Silenciaron la diferencia entre la estrategia indígena de Octubre, que se basó en la movilización masiva pacífica y en el apoyo de otros sectores ciudadanos aliados, sobre todo de mujeres y jóvenes; con la estrategia instrumentalista del correismo que intentó utilizar la movilización para el derrocamiento del “traidor”, o la presencia de fuerzas obscuras con objetivos preestablecidos, como en el caso del incendio de la Contraloría. No reconocieron la diferencia entre la “violencia divina”, el derecho a la rebelión consagrado en la Constitución, y la “violencia instrumental” de quienes buscaron utilizar la ira popular para sus ajustes de cuentas, pero terminaron burlados por la movilización.

Los discursos atravesaron la línea delgada de la denuncia de violencias instrumentales para pasar a formas de racismo afinado, que puede invocar la paz en abstracto y la integridad del patrimonio de la ciudad por encima del sentido de la justicia del reclamo, por encima del reconocimiento a la resistencia al modelo neoliberal, al pacto con el Fondo Monetario Internacional.

Emergió con virulencia un discurso racista de odio de los hispanistas, de los defensores del patrimonio de la ciudad, de los cultores de la hispanidad. No sólo atacaron el sentido de Octubre, sino que amplificaron el discurso del vandalismo de los indígenas y volvieron sobre los antiguos debates en torno a los quinientos años: el aporte de la hispanidad, las ventajas de la Conquista ante el retraso de los pueblos indígenas. Otra vez el discurso de los indios sin alma que tienen que ser salvados por la encomienda de los conquistadores.

El racismo como ordenador civilizatorio.

No es una sorpresa. El odio racista estaba agazapado ante el avance de las luchas indígenas y sociales, sobre todo a partir del Levantamiento del 90. En Octubre 2019 todavía no pudo expresarse el odio racista, porque el apoyo ciudadano fue ostensible en Quito y en el país. Progresivamente los voceros del orden han buscado virar el sentido del acontecimiento. Desde el poder, el racismo es el nexo entre el viejo colonialismo con las nuevas formas de colonialidad del poder.

La globalización en curso es, en primer término, la culminación de un proceso que comenzó con la constitución de América y la del capitalismo colonial/moderno y eurocentrado como un nuevo patrón de poder mundial. Uno de los ejes fundamentales de ese patrón de poder es la clasificación social de la población mundial sobre la idea de raza, una construcción mental que expresa la experiencia básica de la dominación colonial y que desde entonces permea las dimensiones más importantes del poder mundial, incluyendo su racionalidad específica, el eurocentrismo. Dicho eje tiene, pues, origen y carácter colonial, pero ha probado ser más duradero y estable que el colonialismo en cuya matriz fue establecido. Implica, en consecuencia, un elemento de colonialidad en el patrón de poder hoy mundialmente hegemónico.” (Quijano, 2014)

No es un debate que se circunscribe al aniversario de Octubre, sino que se proyecta hacia atrás a la lectura de la constitución de América con la Conquista y hacia adelante a las visiones de la ciudad, del territorio. Desde la política, en el centro está el debate sobre las violencias.

Tres libros sobre Octubre

Tres líneas de interpretación sobre Octubre. “Octubre” libro colectivo de la Comuna. “Estallido. La rebelión de Octubre en el Ecuador” de Leonidas Iza, Andrés Tapia y Andrés Madrid. “Octubre, la democracia bajo ataque” de María Paula Romo y Amelia Ribadeneira.

Los mass media se han centrado en el juego binario entre la sacralidad del “estallido” y la maldad del “ataque a la democracia”. El lenguaje bélico ordena la disputa de sentido.

Desde la visión del “Estallido”, “Octubre raya en la epopeya. Acontecimiento preñado de rebeldía. Síntesis del trabajo voluntario masivo y de la honda capacidad destructiva/constructiva de los populares. Momento de consternación del espíritu humano, de generación de emociones contrapuestas entre clases sociales polarizadas. Pero esta hazaña, a pesar de todo, dista aún de alcanzar el fondo de la necesaria radicalidad del verso-subversivo. No fue aún la Revolución. ¿Qué demanda la historia para que el esfuerzo de la clase trabajadora decante en una sociedad construida a su imagen y semejanza? Entre otros aspectos, que la vanidad y el espíritu de secta de la izquierda, y de la humanidad, se hagan añicos, y tras naufragar en sus propias nimiedades, se tornen forma mancomunada de sensatez y voluntad de poder.” (Iza, Tapia, & Madrid, 2020, pág. 276)

Desde esta visión, “El resultado del 13 de octubre fue una victoria para el sector popular; el júbilo general al desenlace de la mesa es fiel testimonio. Sin embargo, posteriormente se urdió un escenario de derrota desde la izquierda institucional correísta. Es impreciso señalar que hubo un sector de las organizaciones que cayó en la trampa de la mesa de negociación, mientras que otras no. La mesa fue el resultado de una imposición del sector popular. Quizás se podía alcanzar más logros, por ejemplo la amnistía de todos los procesados de Octubre; sin embargo, el vértigo de uno de los acontecimientos sociales más álgidos de la historia del Ecuador, en determinados momentos, ocasionó miopía.” (Iza, Tapia, & Madrid, 2020, pág. 112)

En el “Ataque”, la Ministra de Gobierno plantea que la movilización de Octubre “no fue un paro de características normales en protesta por una medida económica de Gobierno, sino un intento de golpe para terminar con la institucionalidad del Estado, no solo con el mandato del presidente Lenín Moreno.” La ministra Romo calificó de «terror» lo que la capital ecuatoriana vivió en octubre. “Si bien había bloqueos en 90 puntos del país. El terror se hizo presente en mayor magnitud en la ciudad de Quito (…) Encontramos el ‘Manifiesto de Quito’ en manos de políticos correístas que hablaban de la toma del palacio de Carondelet”. (Romo, 2020)

“Octubre”, editado por el colectivo Comuna, ubica el acontecimiento en el tiempo largo, en la cadena de las luchas de resistencia de los pueblos indígenas y los movimientos sociales a partir del Levantamiento del 90; y en el espacio ancho y ajeno de nuestra América: “La movilización de Quito y el Ecuador fue una suerte de detonante de las movilizaciones de Chile y de Colombia, la revitalización de la haitiana y, en alguna medida, del enfrentamiento al golpe de Estados por los pueblos originarios de Bolivia”, dice Alejandro Moreano. (Saltos & otros, 2020, pág. 77) Blanca Chancosa señala “Octubre fue como un anuncio. Octubre continúa”. Marlon Santi insiste, “la agenda no era un golpe, sino cambios trascendentales.” (Saltos & otros, 2020, pág. 3) Coinciden en un punto clave, el aprendizaje de los levantamientos anteriores: el problema no se resolvía con la caída de un Gobierno, sino que el objetivo era enfrentar el Programa neoliberal, los acuerdos con el FMI, simbolizados en el Decreto 883.

Tras el relato

El relato oficial desde el poder apunta a un objetivo central, justificar el control represivo para defender la democracia bajo ataque: el enfrentamiento a un “golpe de Estado” orquestado por la instrumentalización del correismo de las luchas de Octubre; y el enfrentamiento a la violencia generada por sectores subversivos. Una trama argumental lineal: el Decreto 883 era necesario, pero no fue comprendido, numerosas páginas de libro se dedican a este punto. La causa detonante fue injustificada. Los medios utilizados fueron ilegales. Por tanto, el objetivo era atentar contra la democracia. El relato de un “golpe” se ha convertido en el nuevo argumento de justificación del Estado de excepción, el paso al Estado policíaco como garantía del funcionamiento del proyecto neoliberal.

La prueba presentada por la Ministra de Gobierno es “El Manifiesto de Quito, un documento que circuló en redes sociales, sobre todo de políticos correístas, en el que se decía el propósito de la toma de la Asamblea y las acciones posteriores a la toma política. (…) Este manifiesto pasaba desde la excarcelación de los ‘perseguidos políticos’ hasta la detención de quienes hubieran autorizado el retiro del asilo del señor (Julian) Assange, pasando por quienes hubieran tomado medidas económicas. Un documento interesante que nos da una hoja de ruta, una línea clara de cuáles eran estos intereses inconfesables detrás de lo que nunca fue un paro”, dijo Romo en la presentación del libro. (El Universo, 2020)

Atrás de la versión oficial hay un racismo estructural: el desprecio a la capacidad de los pueblos indígenas de tener objetivos y estrategias propias, la negación de los indígenas como humanos, necesitados siempre del tutelaje de los salvadores o pervertidores, o bajo la imagen del salvaje, del vándalo. Y también la degeneración del papel del Estado, la reducción a la violencia policíaca para mantener el orden, en un círculo vicioso: «…un Gobierno que emplea la fuerza para imponer su dominio enseña a los oprimidos a usar la fuerza para oponerse a él.” (Nelson Mandela)

El relato del “Estallido” tiene como línea argumental mostrar un punto de cambio del movimiento indígena, la novedad de Octubre como el paso a una estrategia de confrontación insurreccional directa, más allá de la estrategia de largo plazo y de combinación de diversas formas de lucha, impulsadas por los viejos dirigentes; deslindar campos con la “izquierda institucional”.

El objetivo es justificar un nuevo liderazgo dentro de la CONAIE y el movimiento indígena. “Su acción política exige pensar las nuevas realidades económicas de la población indígena que, como resultado de los procesos de migración, ahora se encuentra también en la ciudad, la agroindustria y el trabajo autónomo precarizado. Estas nuevas condiciones requieren también de una nueva forma de organización.” (Iza, Tapia, & Madrid, 2020, pág. 116) Plantean una disputa entre dos corrientes dentro del movimiento indígena: “Por un lado, existe una conciencia encadenada al sistema de partidos y las instituciones de la democracia burguesa, que oscila entre la izquierda institucional y la derecha; y, por otro, una que impugna el estado de las cosas, constituyéndose como una tendencia anticapitalista. Consideramos que en la Rebelión de Octubre se impuso la tendencia de carácter anticapitalista (sobre las tendencias de izquierda institucionalista y de derecha), motivada, entre otros aspectos, por la emergencia de nuevas dirigencias.” (Iza, Tapia, & Madrid, 2020, pág. 120)

En el Ágora, la tarima fue controlada por las figuras emergentes en torno a Leonidas Iza, cerrando el paso a los viejos dirigentes. “Un fenómeno de Octubre fue la objeción permanente de las juventudes hacia la presencia de los personajes que han hecho de su relación con el Estado una opción de vida, quienes llegaron a ser desplazados de los centros de convocatoria en Quito a través de la presión física. (…) El repudio a varias figuras que se arrogan la representación de las organizaciones populares y que tienen aspiraciones electoralistas fue manifiesto.” (Iza, Tapia, & Madrid, 2020, pág. 140)

Los autores destacan como carácter central del “Estallido” la contraviolencia popular. “La respuesta popular es reactiva a la violencia de las clases dominantes. De esta manera, el Estado no actúa como pacificador, sino como un garante del terror, axioma del orden moderno. (…) La respuesta popular, por su parte, derivó de la memoria histórica y de la experiencia de lucha acumulada, sobre todo, durante el período de enfrentamiento al neodesarrollismo y neoliberalismo, especialmente en 2019. (…) “El crecimiento de la lucha popular fue la respuesta a la escalada represiva y no a la inversa. (…) En otras palabras, la violencia no es una opción, sino el resultado de una situación insoportable acumulada, y adquiere carácter político porque es una increpación del orden socialmente imperante, a través de la participación multitudinaria de la población.” (Iza, Tapia, & Madrid, 2020, pág. 264 y 268)

Lo paradójico de la “renovación” es el retorno a las visiones y lenguajes de los análisis clasistas y anticapitalistas de la izquierda de los setenta, desligados de las luchas anticoloniales y antipatriarcales. “El proyecto de transformación anticapitalista es una quimera sin el crecimiento del porcentaje de la clase obrera organizada y del sindicalismo clasista –en especial en la estratégica agroindustria–; sin la organización del proletariado desempleado de las zonas urbano marginales de las principales ciudades y del campesinado, sobre todo, de la Costa; sin el fortalecimiento de una línea anticapitalista en el movimiento indígena; y sin la agremiación de las juventudes y de las mujeres del campo popular.” (Iza, Tapia, & Madrid, 2020, pág. 281)

La segunda preocupación es deslindar campos ante las críticas de acuerdos con el correismo. “La influencia de Correa en el contexto de la movilización fue periférica. El exgobernate buscaba la desmovilización y división, persistiendo en su discurso anti CONAIE.” Denuncian, con razón: “Otros, de forma vedada, defendieron la idea racista de la “manipulación” del movimiento indígena por un partido electorero o por un “complot” continental, aberración que descartaba cualquier posibilidad de iniciativa autónoma del movimiento indígena.” (Iza, Tapia, & Madrid, 2020, pág. 142 y 179)

Reconocen que la estrategia del correismo apuntaba a la caída del Gobierno: “En el otro extremo, la ‘Revolución’ Ciudadana se pronunció por la caída de Moreno por vía constitucional, Juntos Podemos llamó a construir un “Gobierno de coalición”. Desde este objetivo no logrado, Borón, uno de los intelectuales del progresismo continental, calificó el desenlace como una derrota: “Para concluir: lejos de haber triunfado lo que realmente ocurrió fue la consumación de una derrota de la insurgencia popular, cuyo enorme sacrificio fue ofrendado sin nada concreto a cambio y para colmo en una falsa mesa de negociaciones”. Los autores del “Estallido” comentan: “Suponemos que anhelaba que la lucha termine en el llamamiento a elecciones, arengas al neo desarrollismo y al capitalismo de Estado.” (Iza, Tapia, & Madrid, 2020, pág. 149 y 173)

La ciudad, el paisaje.

La campaña de odio impulsada por el régimen, los medios vinculados y sectores hispanistas, se fundamentó en la defensa del patrimonio urbanístico ante la agresión de los indios, calificados como “vándalos”. El intento de derribo de la estatua de la Reina Isabel un año después, era la prueba palpable.

La representación de Quito como un patrimonio monumental coloca la mirada en los edificios, las estatuas y las piedras; una visión “incompatible con el contenido ‘espiritual’ que le imprime lo humano, (…) el gran ‘mata paisajes’” (Barrera, 2011, pág. 123). En realidad, “no es anodino apegarse a la terminología que toda cultura pone de manifiesto para decir lo que ve en su entorno” (Berque, 2009, pág. 58)

Desde esta visión de naturalización del espacio, vinculada a la visión del espacio absoluto, separado de la construcción social, se transforma al humano en agresor, hasta construir la imagen del vándalo como destructor. Desconoce la ciudad como un hecho relacional, atravesado por exclusiones, amurallamientos y también por aperturas, compartires, espacios comunes.

Octubre mostró un juego territorial en Quito, un terreno tomado por la protesta que tenía fronteras en disputa con el poder. El Ágora como centro de referencia, con espacios de apoyo constituidos por los sitios de seguridad y alimentación, sobre todo en las universidades. El espacio sagrado de la nuda vida, como refugio, protegido por un acuerdo de no agresión. Y la frontera de conflicto en la Tarqui, en dirección sobre todo al “Palacio Legislativo”, el sitio de la Asamblea. Los enfrentamientos entre las fuerzas policiales y el respaldo de las fuerzas militares, y la defensa de las guardias indígenas. Al interior del Ágora, un terreno de la construcción de los discursos, los símbolos, las vocerías.

El incendio de la Contraloría rompe esta distribución, no pertenece al “pensamiento paisajero” (Berque, 2009) de los insurrectos. Por ello, tiene que buscarse el origen en otro punto. Cuando se coloca allí el sentido de Octubre, se organiza un pensamiento represivo. No es “anodino” que la portada del libro de María Paula Romo sea la imagen del incendio de la Contraloría en medio de la bruma del humo; lo que se vincula al título, «Octubre, la democracia bajo ataque”. La distribución de víctimas, la democracia-gobierno, y victimarios-los-vándalos.

La otra frontera política destacada en los acontecimientos de Octubre se ubicó en el puente de la Unidad Nacional, la entrada a Guayaquil, resguardado por la Alcaldesa de Guayaquil, con volquetas y muros, para impedir la entrada de la amenaza indígena: “que se queden en los páramos”, ordenó Jaime Nebot. La oligarquía guayaquileña se negó a ver que la violencia brotó desde adentro, el estallido lumpen de los excluidos de la ciudad-monumento. El Gobierno pudo encontrar refugio en el Puerto, ante la amenaza de la movilización hacia el símbolo del Palacio de Carandolet.

Las violencias

La novedad de Octubre respecto a otros levantamientos fue el grado de violencia y contraviolencia. A partir de 1990 se han realizado once levantamientos en el país:

  • 1990: Toma de la Iglesia de Santo Domingo y Primer Levantamiento Indígena.
  • 1991: La Marcha de los Pueblos indígenas amazónicos
  • 1992: Levantamiento por los 500 años de resistencia
  • 1994: Levantamiento contra las reformas a la Ley Agraria
  • 1996: Levantamiento contra el régimen de Bucaram y caída de Bucaram
  • 1999: Levantamientos contra el régimen de Mahuad y resistencia al Proyecto neoliberal.
  • 2000: Rebelión indígena-social-militar y caída de Mahuad
  • 2005: Revuelta de los Forajidos y caída de Lucio Gutiérrez.
  • 2005: Marcha de resistencia al ALCA
  • 2012: Marcha en rechazo al extractivismo y por la Defensa de la Vida y el agua
  • 2019: Octubre, contra el Decreto 883 y el programa neoliberal del régimen de Lenin Moreno.

A partir de 1990, el levantamiento se constituyó en la nueva forma de lucha que congregó a un bloque social liderado por el movimiento indígena. Una estrategia que combina la masividad con las formas pacíficas de resistencia, que opera en un cerco desde el campo a la ciudad, para ocupar los territorios simbólicos del poder estatal. La constante fue una relación concertada en forma implícita para evitar el desate de violencias, tanto del lado de las movilizaciones como del control del Estado, con resultados excepcionales de muertos y heridos. Converge la estrategia de las luchas indígenas y también la actuación de las Fuerzas Armadas bajo el principio de no dirigir las armas contra su propio pueblo.

Dos desenlaces: la negociación con el régimen, bajo la presión de la movilización, como en 1990, 1991, 1994, 1999; o la caída de los gobiernos, como en 1996, 2000 y 2005.

Se han producido cambios en los dos lados. Por el lado de los pueblos indígenas, la migración del campo a la ciudad, coloca comunidades dentro del territorio urbano; la renovación generacional, muestra la presencia de los hijos del Levantamiento del 90 como actores decisivos; emerge la presencia de la mujer, reforzada por la transparentación del trabajo de cuidado durante la pandemia; la participación en la educación forma una capa de profesionales indígenas; la participación en el mercado, forma una capa empresarial indígena. Ya no se trata de la comunidad indígena del campo, como en los noventa del siglo pasado. La estrategia de cerco del campo a la ciudad se amplió con la presencia de barrios urbanos y la expansión de la protesta a los valles periféricos de la Capital.

La transformación principal se da por el lado del Estado, sobre todo a partir de la modernización correista. Se desplaza el control represivo desde las Fuerzas Armadas a la Policía, bajo una concepción de enfrentamiento amigo-enemigo. El paso del Estado de derecho al Estado de seguridad se asienta en las reformas del COIP, bajo la visión del código del enemigo en el tratamiento de las rebeliones sociales como crímenes contra la seguridad del Estado.

En Octubre una de las cuestiones claves en disputa se refirió al monopolio de la violencia legitimada en manos del Estado, y la criminalización de las luchas sociales. En el período de Correa la persecución se presentó como judicialización, bajo la acusación de sabotaje y subversión tipificados en el COIP, con muertes de dirigentes, como Bosco Wisuma o José Tendetza, licuadas en el aparato judicial. La represión de Octubre cobra una forma masiva, con la actuación sobre todo de la Policía y la dirección de la Ministra de Gobierno, María Paula Romo, en línea con las estrategias represivas que se presentaron ante las movilizaciones de Chile. Las Fuerzas Armadas se mueven en una disputa entre la contención civilista de nos dirigir las armas contra su propio pueblo, y la línea de segurización impulsada por el Ministro de Defensa, Oswaldo Jarrín.

El estallido social, la “violencia divina” de Octubre se mueve en un terreno confuso, incierto, por la naturaleza de la represión estatal y la respuesta de contraviolencia desde la movilización indígena y social. “El llamado al paro nacional y al levantamiento indígena por parte de las organizaciones sociales fue rebasado por, lo que Benjamín denomina, la violencia divina. Se refiere esto a un estallido popular  cuya fuerza es una respuesta violenta a la violencia simbólica y sistémica del capital, una energía social que trasciende las demandas concretas y justas de los pueblos.  La característica principal de la violencia divina es que no es medio para ningún fin, es simplemente expresión de la inconformidad que destruye lo fundado. Sin embargo de esto, las organizaciones sociales pudieron dar cauce a este estallido y lograr resolverlo en la mesa de diálogo que exigieron a Moreno.” (Sierra, 2019)

El principal obstáculo para la legitimidad del Levantamiento estuvo en la presencia de la violencia instrumental del correismo que intentó utilizar la movilización de Octubre para su estrategia de ajuste de cuentas con el “traidor”. La sabiduría, sobre todo de los viejos dirigentes indígenas y de las mujeres, evitó la doble trampa, y condujo a un desenlace de negociación, orientando a la lucha contra el programa, y no a un cambio de gobierno que podía ser utilizado por los juegos de poder, para un reacomodo de representación, sin afectar la política de fondo. El aprendizaje apunta a convertir Octubre en un punto de inflexión para la recuperación de los movimientos sociales y del movimiento indígena.

El Parlamento de los Pueblos

El intento más importante de recoger el sentido profundo de Octubre, como el relanzamiento de la lucha diversa de indígenas, mujeres, trabajadores, estudiantes, gente común, contra el programa neoliberal y contra los acuerdos neocoloniales con el Fondo Monetario Internacional, fue la reinstalación del Parlamento de los Pueblos. A la vez la recuperación de la memoria histórica de los levantamientos, memoria del Parlamento de los Pueblos instaurado en Enero del 2000, como expresión de formas germinales de poder autónomo; y recreación de nuevas formas de unidad programática. Se juntaron 180 organizaciones sociales para acordar un Programa alternativo, para reunir las diversas vertientes de luchas post-capitalistas-postcolonialistas-postpatriarcales. Allí está la semilla de las nuevas perspectivas, para pasar de la resistencia a la construcción de un imaginario alternativo.

La campaña Pueblos contra el odio se inscribe en esta perspectiva: disputar el sentido profundo de los acontecimientos suscitados en torno a Octubre, como la semilla de un mundo plurinacional, de un mundo que se construye sobre la base del respeto a la diversidad y la construcción de la unidad en el bien común. Enfrentar los nuevos fundamentalismos racistas y neocoloniales, para construir una sociedad organizada en torno a la fraternidad universal. “Ante esta arremetida de corte fascistoide, rechazamos el odio que mana desde del poder, y hacemos un llamado a rechazar toda ideología supremacista que atenta en contra de la democracia como herramienta para construir una sociedad más justa e igualitaria.” (Colectivos de Izquierda, 2020)

 

Trabajos citados

Badiou, A. (1985). ¿Se puede pensar la política? Buenos Aires: Nueva Visión.

Barrera, G. (29 de Julio de 2011). El pensamiento paisajero. Reseña. (UNAM, Ed.) Investigaciones geográficas(Boletín 75), 22-24.

Berque, A. (2009). El pensamientos paisajero. Madrid: Biblioteca Nueva.

Colectivos de Izquierda. (20 de Octubre de 2020). Pueblos contra el odio.

El Universo. (12 de Octubre de 2020). María Paula Romo presenta libro sobre protestas de octubre-2019. El Universo. Obtenido de https://www.eluniverso.com/noticias/2020/10/12/nota/8012050/maria-paula-romo-presenta-libro-protestas-octubre-2019

Iza, L., Tapia, A., & Madrid, A. (2020). Estallido. La Rebelión de Octubre en Ecuador. Quito: Ediciones Red Kapari.

Quijano, A. (2014). Colonialidad del poder, eurocentrismo y América latina. En A. Quijano, Cuestiones y horizontes: de la dependencia histórico-estructural a la colonialidad/descolonialidad del poder. Buenos Aires: CLACSO.

Rodas, G. (23 de Octubre de 2016). Banderolas rojas: Un signo de la lucha por el poder. El Comercio. Obtenido de https://www.elcomercio.com/tendencias/banderolas-rojas-signo-lucha-libertad.html.

Romo, M. P. (12 de Octubre de 2020). Romo dice que un año después de las protestas de octubre del 2019 no hay ‘mayor avance’ en las investigaciones. El Comercio. Recuperado el 27 de Noviembre de 2020, de https://www.elcomercio.com/actualidad/romo-protestas-octubre-investigacion-libro.html

Saltos, N., & otros. (2020). Octubre (Segunda ed.). Quito: Árbol de papel.

Sierra, N. (17 de Octubre de 2019). La victoria de los pueblos del Ecuador: Octubre 2019. Obtenido de Ecuadortoday: https://ecuadortoday.media/2019/10/17/la-victoria-de-los-pueblos-del-ecuador-octubre-2019/

 

Acerca de Napoleón Saltos 42 Articles
Fue director de la Escuela de Sociología de la Universidad Central del Ecuador. Ex dirigente de la Coordinadora de Movimientos Sociales. Su trabajo académico ha sido publicado dentro y fuera del país.

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