El derrotero ideológico de la revolución ciudadana: una década desperdiciada

Por Natalia Sierra

Resumen

El texto que se presenta propone una interpretación crítica de la década progresista-correísta y el futuro político del Ecuador. En función del propósito expuesto, se trabaja el concepto de ideología en el pensamiento del filósofo esloveno Slavoj Žižek, el mismo que permitirá leer la trayectoria de la fantasía ideológica del progresismo ecuatoriano, desde el lanzamiento del discurso de la Revolución Ciudadana, con el gobierno de Correa, hasta los primeros meses del gobierno de Lenín Moreno.

Introducción

El concepto de ideología es quizá uno de los más importantes en la discusión de la teoría social, por la importancia que tiene en la comprensión de la realidad social y política, particularmente en lo que hace referencia a los distintos patrones de poder y dominación que se ensayan para garantizar la reproducción del capitalismo. En razón de lo dicho, se considera que la discusión que el filósofo esloveno realiza en torno al concepto de ideología es de gran aporte al pensamiento social y político latinoamericano, específicamente para desarrollar el análisis crítico del último periodo de los denominados gobiernos progresista. En este texto, se toma como caso de análisis específico el proceso político ecuatoriano conocido como Revolución Ciudadana.

El análisis crítico del gobierno de la Revolución Ciudadana, en su década correísta, será articulado en torno a la lectura de las tesis sobre ideología trabajadas por Slavoj Žižek. El texto se divide en dos partes: la primera trata acerca de la crítica que el autor hace a la concepción tradicional de ideología, como falsa conciencia, y la segunda debate la propuesta del filósofo sobre el caso político propuesto.

La ideología no es una falsa conciencia.

La definición más elemental de ideología es probablemente la tan conocida frase de El Capital de Marx: “Sie wissen das nicht, aber sie tun es (ellos no lo saben, pero lo hacen)”. El concepto mismo de ideología implica una especie de naïveté básica constitutiva: el falso reconocimiento de sus propios presupuestos, de sus condiciones afectivas, una distancia, una divergencia entre la llamada realidad social y nuestra representación distorsionada, nuestra falsa conciencia de ella (1).

La concepción extendida de ideología, en la que está incluido el primer marxismo, la ve como una especie de pantalla ideal que distorsiona a la realidad, tal cual esta es. En otras palabras, una distorsión en las representaciones mentales que impide ver la verdad de la realidad. Esta comprensión de ideología involucra necesariamente un juicio teórico de la realidad social, desde el cual esta aparece con valor ontológico; esto es, como existente en sí misma, más allá de la interpretación humana. La realidad social sería, entonces, una sustancia independiente del sujeto que la interpreta y, en este sentido, una verdad a ser interpretada o, en rigor, a ser descifrada o descubierta. Esta concepción, inherente a la teoría tradicional fundamentada en el positivismo, induce a pensar que es posible demoler la ideología con la intervención de la ciencia para llegar a la verdad social. Por supuesto, la ciencia no es entendida como una ideología más, sino como el único pensamiento de la verdad que puede conocer la realidad social en su verdad sustancial.

Desde esta perspectiva, el avance del pensamiento científico en su misión de “quitar la magia al mundo” habría llegado en la actualidad a su desmitificación total; en otros términos, a su desideologización, la misma que permitiría encontrarse cara a cara con la realidad social “tal cual esta es”. A nivel político, esta concepción sostiene la tesis de que se estaría viviendo el mundo post ideológico y la política real que, curiosamente, coincide con la caída del bloque del Este o del llamado socialismo real.

La ideología del mundo post ideológico –o mundo sin ideologías– puede ser leída si se extiende la tesis de Marx referida a la subsunción real del trabajo por el capital (2). Cabe decir que cuando la tecnociencia organiza la totalidad de la vida social se ha hecho realidad social, se ha hecho mundo. La ideología del capital se ha objetivado como realidad social, todo el movimiento social se encuentra en función de la acumulación de capital. De lo que se trata, entonces, no es que la ideología, en tanto falsa conciencia o pantalla de distorsión, haya caído y ahora el mundo se presenta tal cual es, capitalista en su sustancia, sino que la ideología capitalista organiza la realidad social de manera absoluta.

De hecho, la idea del mundo post ideológico es una ideología que se sostienen en la objetivación de la ideología capitalista o economía política burguesa. Dadas las cosas como están, no habría la posibilidad de que la “conciencia ingenua” sea sometida a un procedimiento crítico-ideológico, para que esta conciencia pueda reconocer la realidad social que está distorsionando y, mediante este mismo acto, disolverla (3). La ideología capitalista no se presenta como lo que es, una ideología hecha realidad social, sino como la realidad social sustancial y, en tal sentido, absoluta y eterna.

Desde la perspectiva que se propone, la realidad social no es óntica; es decir, no es una existencia en sí misma, sustancial y consistente, independiente de lo que el hombre puede saber de ella en base a su descubrimiento o interpretación. No es contemplada por un sujeto pasivo y externo a ella, pero tampoco es vista desde dentro en tanto despliegue de la actividad mental que la proyecta como discurso de las ciencias sociales –particularmente de la Sociología– sobre la evidencia irrebasable e intransferible de todo cuanto existe contenido en la sociedad.

Es el espíritu alucinado por el abismo de su propia libertad (negatividad) que renuncia a ella, huye de ella buscando un sostén en alguna positividad (realidad social) que el mismo la hace y deshace, al tiempo que se hace y se transforma en ese mismo hacer. Lo que crea la ilusión de que la realidad social es sustancial y verdadera, y no una ilusión objetivada, es la dificultad del sujeto para adherir y asumir su acto libre, por el cual construye la realidad social que a su vez lo hace-ser tal (4).

En la medida en que la realidad social es una construcción humana, es una mistificación ideológica y no una positividad sustancial. Así: “La máscara no encubre simplemente el estado real de cosas; la distorsión ideológica está inscrita en su misma esencia”. (5) No se puede ver la realidad social de la cual es parte el sujeto que la mira “como en realidad es”, pues si eso fuera posible esta se disolvería en la nada. Por lo tanto, no es viable correr el velo ideológico para llegar a la realidad real, sin velo solo hay el horror de lo Real. “La ideología estructura la realidad social” (6).

En tal sentido, como ya lo trabajó la teoría crítica de la primera Escuela de Frankfurt, el planteamiento es recogido por el filósofo esloveno:

…no se trata simplemente de ver las cosas (es decir, la realidad social) como “son en realidad”, o de quitarse los anteojos distorsionadores de la ideología; el punto principal es ver cómo la realidad no puede reproducirse sin esta llamada mistificación ideológica (7).

La ideología estructura la realidad social.

“La verdadera ruptura la representa Althusser con su insistencia en el hecho de que es una cierta fisura, una hendidura, un reconocimiento falso, lo que caracteriza la condición humana” (8).

El falso reconocimiento o ilusión ideológica no se encuentra tanto en el “saber” como en el “hacer”; esto es, no en el nivel de la representación mental, sino en la representación hecha realidad. La distorsión está en la realidad misma, pues es esta la que produce ese inmenso entramado de relaciones humanas que causa lo humano mismo y su realidad social. La distorsión, por lo tanto, se encuentra en este entramado de relaciones humanas, en la acción de los sujetos que las establecen y que a su vez los configura como sujetos, y no solo en lo que ellos saben o creen que saben. La dinámica descrita se muestra de forma nítida en el fetichismo del dinero.

Ya nadie piensa que el dinero tenga valor en sí mismo, que exista algo oculto, “el material sublime, esa otra consistencia ‘indestructible e inmutable’ que persiste más allá de la corrupción del cuerpo físico, ese otro cuerpo del dinero que es como el cadáver de la víctima sadiana que soporta todos los tormentos y sobrevive con su belleza inmaculada” (9). Sin embargo de lo cual, los sujetos son incapaces de abandonar su fascinación por el “cuerpo dentro del cuerpo” y, en lo cotidiano y lo concreto, se relacionan y actúan a partir de la garantía que la autoridad simbólica le otorga al dinero en su función social de intercambio.

Obsérvese cómo esta distorsión o ilusión ideológica, que opera en las relaciones concretas de los hombres, no tiene que ver con las propiedades objetivas y efectivas de un objeto, sino con un acuerdo social tácito No se trata de un nivel interior o subjetivo de los hombres, sino con sus actos de intercambio o con sus relaciones sociales cotidianas. Žižek, citando a Sohn-Rehel, expone: “la abstracción del intercambio no es pensamiento, pero tiene la forma de pensamiento” (10). A este mecanismo se lo conoce como abstracción real.

El cuerpo dentro del cuerpo, el material sublime, no es más que la autoridad simbólica u orden simbólico que complementa o altera la relación dual de la relación fáctica “externa” y la experiencia “interior” subjetiva (11). Esta intervención constitutiva de la ideología (orden simbólico) explica que, a nivel del saber o conocimiento, no queda duda de la inexistencia de cualquier entidad trascendental, metafísica, que determine las acciones humanas; éstas son absolutamente contingentes. Sin embargo, en las relaciones humanas cotidianas, los hombres actúan como si esta entidad existiera. La ilusión, así, se encuentra en la realidad social del hacer efectivo de los sujetos, que saben perfectamente que su acción es movida por una ilusión, a pesar de lo cual siguen haciéndola.

El proceso de secularización condujo la ilusión del ámbito del pensamiento (religión) al ámbito de la realidad (mercado). Así, parece que no son lo sujetos racionales los que actúan de manera fetichizada, sino que son las mercancías que se intercambian las que creen en lugar de ellos. “Ellos ya no creen, pero las cosas creen por ellos” (12). La fe, la creencia, la ilusión dejó de ser una experiencia interior y devino radicalmente exterior en las relaciones sociales efectivas de las personas. Al final, los hombres creen a través de sus acciones, no necesitan creer en su pensamiento, en su interior el mundo cree por ellos. Un buen ejemplo de lo dicho, citado por el autor, es la tradición de las plañideras, que frente al fallecimiento de alguien lloran el muerto por sus familiares. De esta manera, el Otro u orden simbólico, encarnado en las plañideras, descarga a los deudos de su obligación de llorar.

Existe, de hecho, un estatuto objetivo de la creencia o ilusión ideológica que la hace absolutamente radical, articuladora de la actividad social efectiva y sostén de la fantasía que regula la realidad social. Dicho de otro modo, es la fantasía o la ideología la que actúa en la realidad social (13). No es una fantasía la que distorsiona la imagen de la realidad social, sino que distorsiona la misma realidad social en base a la creencia que los sujetos tienen en ella, y que les hace actuar a partir de ella.

Lo que llamamos “realidad social” es en último término una construcción ética; se apoya en un cierto como sí (actuamos como si creyéramos en la omnipotencia de la burocracia, como si el Presidente encarnara la voluntad del pueblo, como si el partido expresara el interés objetivo de la clase obrera…). En cuanto se pierde la creencia (la cual, recordémoslo de nuevo, no se ha de concebir definitivamente en un nivel “psicológico”: se encarna, se materializa, en el funcionamiento efectivo del campo social), la trama de la realidad social se desintegra (14).

Entonces, si la realidad social no es consistente en sí misma, ¿qué es lo que le confiere consistencia y congruencia? No otra cosa que la creencia en una interacción significante de sobre-determinación simbólica (red de relaciones no sustanciales) estructurada en torno al síntoma, que aparece como autoridad simbólica justamente por la creencia en ella. Al final, el síntoma como sinthome (determinada formación significante penetrada de goce) es la única sustancia que soporta positivamente el ser social y, por lo mismo, el único punto que da congruencia al sujeto. Es algo en vez de nada (15).

Toda la vida social se encuentra en la herida sintomática; es ella la que da la única congruencia ontológica positiva. En el capitalismo, la herida síntoma es el valor como Real –el vacío–, o su concreción como cosa-mercancía. Es al mismo tiempo el anclaje que da congruencia y la materialización de la decadencia simbólica, es lo que en la sociedad es más que la sociedad, es lo que la hace existir y la destruye. Esta lógica ya la expresó Marx en el manifiesto del partido comunista. Allí afirma que el capitalismo, al desarrollarse, crea a su propio sepulturero. Dice también que el límite del capitalismo es el propio capital.

El síntoma que, desde un cierto sesgo interpretativo, otorga consistencia a la realidad social permite entender el funcionamiento de la ley fundamental (en Kant, imperativo categórico, en Lacan, significante UNO). No se puede argumentar teóricamente la validez de la Ley pese a lo que debemos presuponer y aceptar su validez para que sea posible la aproximación humana, que permite la relación social en su complejo e inmenso entramado.

La Ley moral es obscena en la medida en que es su forma la que funciona como una fuerza de motivación que nos impulsa a obedecer su mandato. Es decir, en la medida en que obedecemos la Ley moral porque es ley y no por un conjunto de razones positivas: la obscenidad de la Ley moral es el anverso de su carácter formal (16).

Ante la estructura formal-obscena de la Ley moral que no soporta ningún argumento teórico racional, la creencia (fe) explica su funcionamiento. Es la creencia, así, la que al final otorga sentido a la totalidad de la vida social y genera vínculo, compromiso ético óntico y responsabilidades concretas. Es la creencia la que construye un argumento imaginado (fantasía ideológica) para dar respuesta a la insoportable ausencia de sentido de la estructura sintomática de la Ley moral. Desde la perspectiva del filósofo trabajado, la ideología es la respuesta a la falta en el Otro y, por lo mismo, la que proporciona las coordenadas para el deseo y las interacciones significantes que este provoca; interacciones que forman el entramado de relaciones humanas que es la realidad social.

La fantasía correísta

Sobre el debate epistemológico expuesto en las líneas anteriores, se entiende que la autodenominada Revolución Ciudadana constituyó durante una década el fantasma ideológico que estructuró la realidad social ecuatoriana. El poder de esta ideología se encontraba menos en su discurso, representación política de la realidad ecuatoriana, que en la misma realidad social performada por él. En este sentido, es pertinente analizar cómo se estructuró la ideología de la Revolución Ciudadana para saber qué entramado social se impuso en esta década.

La ideología que articuló el discurso de la Revolución Ciudadana no fue otra que la reeditada ideología liberal burguesa y colonial del progreso y la modernización capitalista. Los dos significantes que ensamblaron la estructura simbólica del discurso del gobierno progresista ecuatoriano (que formó un nuevo campo ideológico donde no solo se proyectó la identidad política e imaginaria de Alianza País y de casi la totalidad de la sociedad ecuatoriana, sino que formó la misma realidad social ecuatoriana) fueron: Revolución y Ciudadana. La articulación de estos dos significantes contiene una distorsión semántica que es la que da forma a la ideología del progresismo ecuatoriano y que explica lo sucedido en estos últimos diez años.

En los años de la lucha antineoliberal, el significante revolución pertenecía al campo ideológico del socialismo, mientras que el significante ciudadanía pertenecía al campo ideológico liberal burgués capitalista. Cuando estos dos significantes se articulan en el UNO Revolución Ciudadana, sus campos ideológicos previos colisionan, sin embargo de lo cual se forma esta nueva pareja significante en base al vaciamiento del contenido socialista del significante revolución. Es el vaciamiento, es decir la evacuación de la resistencia anticapitalista, lo que permite que el significante revolución quede enganchado al significante ciudadanía, el mismo que mantienen su contenido liberal burgués capitalista.

De esta manera, la pareja significante revolución-ciudadana resignificó retroactivamente el contenido ideológico de las demandas populares, despojándolas de su sentido antineoliberal y sobre todo anticapitalista. El significado retroactivo que esta pareja ideológica dio a las demandas populares se lo hizo desde el campo ideológico del progresismo como forma edulcorada del capitalismo liberal. En este proceso se trastoca el sentido anticapitalista de las demandas populares, sentido que se había gestado en torno al significante antineoliberalismo. Así, aunque a nivel de su enunciación formal las demandas eran las mismas, a nivel de contenido político habían cambiado, en la medida en que se encontraban integradas a otro campo ideológico.

La pareja significante Socialismo del Siglo XXI que aparece después de Revolución Ciudadana se proyecta en esta última, es decir, dentro del relato de la nación ciudadana. En otras palabras, el contenido del Socialismo del siglo XXI es dado de forma retroactiva desde la categoría liberal de la ciudadanía, lo cual hace de este la promesa de concluir la fallida y eternamente postergada Revolución Liberal en el siglo XXI. De esta manera, lo que en rigor se oferta es un proyecto burgués en el nuevo siglo, es decir una modernización del capitalismo en el contexto de la crisis del neoliberalismo en la región. En este sentido, la Revolución Ciudadana-Socialismo del Siglo XXI expresa la articulación desfigurada del socialismo como alternativa al capitalismo. Es este cortocircuito semántico que va a articular la estructura simbólica donde se tejió la fantasía ideológica del progresismo ecuatoriano. Todas las demandas sociales, desde aquellas de clase, pasando por las étnicas hasta llegar a las demandas ciudadanas, se proyectaron en esta pantalla fantasmática cortocircuitada. El único sector social que fue excluido de la misma, y que cumplió el papel de chivo expiatorios, fue la llamada “partidocracia pelucona”, quien se configuraba como el enemigo del cambio, exclusión que permitía la cohesión política del proyecto de Alianza País. Es interesante observar cómo el chivo expiatorio, el enemigo de la Revolución Ciudadana, no es el capitalismo nacional ni internacional, sino una distorsión política de la democracia representativa.

Propuesto de esta forma, el proyecto político de la Revolución Ciudadana resultó muy atractivo para los sectores de la centro izquierda socialdemócrata, por aquello de la promesa liberal burguesa; para ciertos sectores de izquierda que creen en la revolución por etapas, y en esa medida consideran que se debe terminar la revolución democrático-burguesa para poner la bases económico-sociales para el socialismo; para los movimientos sociales que de una u otra manera veían recogidas sus demandas en el discurso inicial de Alianza País (no al TLC, no a la Base de Manta, no al Plan Colombia, ampliación de los derechos ciudadanos, etc.).

Este cortocircuito semántico que resulto de la articulación de los dos significantes (RC) que enlazaron el discurso ideológico del Alianza País, es la distorsión ideológica que se materializó como realidad social en la última década. Se construyó, así, un entramado de relaciones económicas funcionales a la modernización capitalista vía extractivismo; un entramado de relaciones políticas de corte autoritario, vertical y concentrador del poder; un entramado de relaciones sociales conservadoras, coloniales y patriarcales. De esta manera, la distorsión ideológica de la Revolución Ciudadana se encontraba en el más íntimo entramado de relaciones sociales, en la acción de los sujetos sujetados a su fantasía que establecen las relaciones que a su vez los configuran, no solo en lo que ellos saben o creen que saben, sino en sus acciones cotidianas.

A la partidocracia, enemigo de origen del campo ideológico de la Revolución Ciudadana, paulatinamente, como era obvio, se fueron juntando las organizaciones indígenas, los campesinos, los ecologistas, la izquierda disidente, los periodistas, las mujeres, los campesinos y los trabajadores. Este hecho muestra que cuando el cortocircuito semántico de la ideología de la Revolución Ciudadana se materializaba en la realidad social en su verdadera significación, es decir en la modernización capitalista, los excluidos pasaron a ser los sectores ligados a la izquierda. Esta mutación del enemigo político se explica por la contradicción semántica de los dos significantes constitutivos (Revolución y Ciudadanía) explicada en los párrafos anteriores.

Los grupos sociales ligados al campo ideológico de las izquierdas y su apuesta por la transformación social ya no tenían lugar dentro del campo ideológico de la Revolución Ciudadana y su apuesta por la modernización del capitalismo en el Ecuador. Así, las izquierdas y los movimientos articulados a ellas devinieron en los nuevos enemigos del gobierno progresista, ya que el contenido socialista del significante Revolución, al cual ellas se adhirieren, se contraponía con la realidad inscrita en lo real por el significante Ciudadanía. No es lo mismo buscar la transformación social anticapitalista (Revolución Socialista) que afirmar el capitalismo por la vía de su modernización (Ciudadanía del siglo XXI)

La inscripción de la ideología de la Revolución Ciudadana como realidad social fue fallida desde el contenido ideológico socialista del significante revolución, esto es, de la promesa del Socialismo del Siglo XXI. Sin embargo, fue absolutamente efectiva desde el contenido capitalista del significante ciudadanía, es decir de la modernización capitalista. Fue este innegable hecho el que motivó a varias organizaciones sociales y a varios individuos a desvincularse del proyecto de Alianza País, pues hubo un sentimiento de traición del régimen a su propio discurso, y en consecuencia con la promesa (socialismo) a la que se adhirieron en la primera fase del proceso.

Desde el momento en que este cortocircuito semántico, que formó la fantasía ideológica del progresismo ecuatoriano, empezó a hacer realidad social mostró que la promesa socialista nunca fue su promesa, y aún menos del correísmo. La intención política –inconsciente– de Alianza País (modernizar el capitalismo) se ocultaba justamente en el interespacio abierto por el cortocircuito entre el significante Revolución y el significante Ciudadanía. Lo que se materializo como la nueva realidad económica y social del Ecuador fue esa intención política oculta, que no es otra que la apuesta por la modernización del capitalismo vía extractivismo, conectada a la promesa de progreso, desarrollo y crecimiento económico. Las parejas significantes Revolución y Ciudadana son inviables políticos desde la perspectiva de la ideología de izquierda socialista, a la cual supuestamente se adscribía el proyecto de Alianza País.

Si no se logra ubicar este cortocircuito semántico-ideológico entre los dos significantes que articulan el campo ideológico de Alianza País, sobre todo en la década del gobierno de Correa, no se explica la ascendiente inconformidad social con el proyecto de gobierno y su declive innegable en el año 2017. Sin embargo, si se parte del análisis propuesto, está claro que lo que se inscribió en lo real como realidad es un proyecto de modernización capitalista sobre la ampliación de la frontera extractiva garantizada en un Estado vertical y autoritario, el mismo que no respondió a las expectativas de transformación de la sociedad. Una década después, la sociedad ecuatoriana se encontró con una realidad que no coincide con el contenido socialista de la transformación social anticapitalista en el discurso de Alianza País. Lo que sí es evidente es que se ejecutó un proceso de modernización conservadora del capitalismo que se afianzó y expandió por medio del extractivismo.

Lo que se inscribió en lo real ecuatoriano es el mismo proyecto capitalista en una nueva fase de acumulación mundial, que va configurando una realidad que muchos denominaron “capitalismo posneoliberal”. Esto al menos es lo que muestran muchas de las políticas económicas que aplicó el régimen anterior, entre las que se encuentran la expansión de la frontera petrolera, minera, agroindustrial y todas las megas infraestructuras que ella demanda. Todo esto dentro de un modelo de desarrollo que nada tiene que ver con la retórica del socialismo y del Sumak Kawsay, y menos aún con sus críticas a la economía capitalista.

El modelo, por el contrario, sí es coherente con la radicalización de la Revolución Ciudadana, cuya intención es ocultar las profundas contradicciones sociales inherentes al capitalismo.

Fin de la fantasía ideológica de la Revolución Ciudadana: ¿cambio o continuidad?

En el nuevo gobierno del presidente Lenin Moreno, el campo ideológico abierto por la pareja significante Revolución Ciudadana, ya desgastado por el cortocircuito semántico de sus dos significantes, está por ser totalmente destruido en su nivel discursivo, es decir en su puro nivel de representación, que fue el que mantuvo en los último tres años la ficción del socialismo. Curiosamente, es el nuevo presidente el que provoca las mayores y definitivas desgarraduras en la fantasía ideológica de su propio movimiento político, y que permitió ver con claridad el entramado social capitalista que formó durante la última década la ideología del progresismo ecuatoriano. Bastó que Lenin Moreno, en relación a la situación económica del país, diga que “no hay la tal mesa servida” que ofreció el expresidente, y con la cual quiso mostrar que el país quedaba en una buena situación económica, para que se fisure la malla ideológica que el correato construyó y defendió con todo el aparato de control mediático que instauró.

Hasta el momento en que se dijo la frase “no hay la tal mesa servida” la sociedad ecuatoriana, que en los primeros años apoyó masivamente el proyecto progresista, estuvo durante más de un lustro obligada a aceptar la representación ideológica gubernamental de la realidad como realidad efectiva. Es importante aclarar que cuando el cortocircuito semántico del campo ideológico de la Revolución Ciudadana empezó a inscribirse como realidad, esto es como modernización capitalista vía extractivismo, el gobierno anterior puso especial énfasis en afirmar el supuesto contenido socialista su discurso. El significante Revolución fue particularmente repetido y usado en toda su publicidad política. La intención detrás de este énfasis era cubrir la brecha que se había generado entre ese supuesto contenido implícito y la realidad perforada por la ideología capitalista, presente en el significante ciudadanía. Es justamente esta última estrategia discursiva ideológica la que va a caer con la frase del nuevo presidente, hecho que en la realidad mermó el miedo al disenso con la propaganda oficial, el miedo a ser inmediatamente desacreditados, silenciados, amedrentados, perseguidos acusados, enjuiciados y en algunos casos encarcelados.

En sociedades poco democráticas, la palabra de las personas que carecen de la autoridad política oficial no tiene el peso ni el valor simbólico que tienen las palabras de las personas investidas de poder político, más aún el dominante. Esta es la razón de que hayan sido las palabras del nuevo presidente las que, como una roca lanzada contra un cristal, provocaran la fisura que inició el desmonte de la espesa fantasía ideológica correísta, y no así las innumerables denuncias hechas por la disidencia política durante el gobierno anterior. Desde que Lenin Moreno dijo “no hay la tal mesa servida” la malla ideológica montada por el correato en los últimos años se empezó a romper a una velocidad inimaginable. Una tras otra comenzaron a caerse las ficciones ideológicas que durante una década tuvieron secuestrada la conciencia de la sociedad: la carrera científico-tecnológica Yachay, el mejor manejo económico de la historia del país, las manos limpias de los altos funcionarios de gobierno –empezando por el ex Presidente–, las mentes lúcida de la dictadura tecno burócrata, los seres humanos por sobre el capital, etc. etc.

La última herida que terminó de dejar en hilachas la fantasía ideológica correísta fue hecha por el mismo Lenin Moreno, en el contexto de la conmemoración de los diez años del proceso constituyente, que tácticamente coincidió con el día de la conmemoración correísta del 30 de septiembre, hecho que transcurrió sin ninguna importancia. “Ahora llaman revolución a cualquier pendejada” es la frase que provocó la mayor herida narcisista al correísmo, que tejió toda su fantasía ideológica en torno al significante Revolución evacuado de resistencia anticapitalista. Esta frase separa el significante Revolución de su articulación con el significante Ciudadanía, y si bien no lo devuelve al campo ideológico de la izquierda socialista, al menos lo pone en suspenso. Este solo hecho genera dos heridas.

Por un lado, hiere al corazón ideológico del movimiento, que se articuló, levantó y fortaleció para lograr sus ambiciones de grupo a nombre de la Revolución. Evacuaron todo el contenido político histórico, ideológico y ético transformador del concepto para ponerlo al servicio de los intereses de la reproducción mejorada del sistema capitalista, y lograr ellos mismos su recompensa económica y política por el buen servicio realizado. Cuando Moreno dice que a cualquier pendejada ahora se le llama revolución, deja al descubierto la farsa, la estafa, el fraude que fue el proyecto del Movimiento Alianza País en su década de gobierno.

Por otro lado, en la medida en que es Moreno el que desmonta la mentira de la Revolución Ciudadana, la herida viene de dentro del propio movimiento, lo que revela que ya no hay cohesión interna, que ya no les sirven todos los chivos expiatorios (supuestos enemigos) que inventaron para mantenerse unidos. Al parecer, están liquidados como movimiento y como proyecto, ya no tienen una fantasía ideológica que soporte y justifique su identidad política. Por lo tanto, sus execrables actos de corrupción económica, política, ideológica, jurídica y ética quedan expuestos. La fantasía correísta ha caído… bienvenidos al real del progresismo ecuatoriano, diría el filósofo esloveno.

Ante la destrucción evidente de la fantasía ideológica correísta, su gran líder se transforma de manera vertiginosa en un obsceno resto político, que pasó de ser el referente simbólico más importante de la política nacional y de la “revolución” a ser el “loco del ático”, como ya lo llaman muchos ecuatorianos. En este contexto de caída inminente del relato correísta, los militantes que aún siguen empeñados en no ver que se quedaron sin ficción ideológica, e incluso sin discurso, arrojados al desierto del sin sentido y de las declaraciones absurdas, terminan siendo doblemente obscenos.

En conclusión, durante la primera década del gobierno progresista de la Revolución Ciudadana fue la ideología del progreso capitalista en su versión colonial y conservadora la que se inscribió como realidad social ecuatoriana, gracias a un conveniente cortocircuito semántico que formó el campo ideológico del progresismo ecuatoriano. En el último periodo de gobierno de Correa, la propia inscripción de la ideología progresista como realidad social generó una brecha entre su nivel de representación política y su nivel de entramado social, económico y político. Mientras la realidad efectiva afirmaba al capitalismo en su último modelo modernizador, basado en la expansión de la frontera petrolera y en la afirmación de un aparato estatal autoritario al servicio de lo primero, el discurso en su nivel de representación política se dogmatizaba con la ficción de la izquierda socialista.

Se puede decir que el cortocircuito semántico terminó separando, por un lado, el significante Ciudadanía del siglo XXI, que expresa la ideología burguesa que se inscribe como modernización capitalista en la realidad ecuatoriana del nuevo siglo; y, por otro lado, Revolución Socialista, ideología que se mantienen como representación encubridora de la distorsión ideológica inscrita en la realidad por la primera.

Destruida la fantasía ideológica de la Revolución Ciudadana de la primera década, la pregunta es: qué campo ideológico articulará el nuevo Presidente. Si se toma en cuenta que Moreno es parte del mismo movimiento que gobernó el país la última década, se entiende que él mismo se quedó sin campo ideológico. Ahora bien, ¿qué es lo que esto significa para la realidad social ecuatoriana?

  1. La ideología capitalista de la última modernización, que fue inscrita como realidad social en la última década, es ya una realidad que seguirá su desarrollo y afirmación con otra articulación significante que abra otro campo ideológico que la asegure. Obviamente, aquello de la revolución y el socialismo no va más. Debido al cortocircuito semántico del campo ideológico de la Revolución Ciudadana de la primera época, la promesa socialista, y aún más el deseo de transformación social en clave de izquierda, salieron gravemente debilitados, si no liquidados. Todos los estragos políticos, sociales, económicos y culturales que provocó el último proceso de modernización capitalista Ciudadanía del siglo XX, con base en la expansión del extractivismo, aparecieron ante la conciencia de la sociedad como inherentes de la promesa de la Revolución Socialista. Este hecho produjo un retroceso en la conciencia social que aspiraba a una transformación social con perspectiva socialista y anticapitalista. El avance de la ideología de izquierda durante los años de lucha anti neoliberal sufrió, durante la última década y sin lugar a duda, una regresión de al menos 30 años.

2. Desde su posesión, el nuevo Presidente tuvo que marcar distancia rápidamente con el ex mandatario y con su entorno más cercano. No tardó ni un mes en hacerse pública la ruptura del movimiento País, en una disputa pública y violenta de sus dos líderes, el ex Presidente Correa y el Presidente Moreno. Desde la alta dirigencia hasta las bases Alianza País se empezó a fracturar en una guerra que se profundiza con los días, y que amenaza con liquidar el movimiento. Al interior de esta disputa, Moreno buscó respaldo en otros sectores de la sociedad, incluida la oposición de izquierda y de derecha. La convocatoria a un diálogo amplio de la sociedad por sobre las diferencias e ideológicas, en la búsqueda de democratizar la vida política del país para resolver los problemas económicos y los escándalos de corrupción, fue el contenido sustancial del discurso con el que Lenín Moreno se distanció de su antecesor. Se podría decir que el significante que posicionó el nuevo gobierno para abrir su campo ideológico propio, aún en ciernes, fue la pareja significante Diálogo-Democracia. Esta articulación significante intenta suturar las contradicciones sociales abiertas por la inscripción de la fantasía ideológica de la Revolución Ciudadana en la realidad social. Este nuevo significante de articulación evacúa y coloca chivo expiatorio al autoritarismo antidemocrático y corrupto de la era anterior. No se sabe cómo se irá construyendo este nuevo campo ideológico; lo único cierto es que servirá para afirmar la ideología capitalista objetivada en la década política que termina.

3. El discurso ideológico de la Revolución Ciudadana se agotó en su inscripción como realidad social, lo que significa que ya no funciona como representación de legitimación de esa realidad. Por lo tanto, se requiere un nuevo discurso ideológico que legitime esa realidad efectiva, modernización capitalista vía extractivismo, y de esta manera se consolide la nueva hegemonía económica. Y ese discurso es el del diálogo y la democracia por sobre las diferencias ideológicas, sobre todo la de derecha e izquierda que tanto daño hicieron al país en la década pasada. De hecho, el nuevo discurso que se posiciona es el de la reconciliación política de la sociedad, de la reconciliación de la nación ecuatoriana, como si esta careciera de profundas contradicciones. El país ha entrado en la era post ideológica, pero con la afirmación de la ideología capitalista hecha realidad social.

Conclusión

A manera de conclusión se puede decir que la gran perdedora de este proceso progresista no es otra que la ideología de la trasformación social en clave de izquierda socialista. La ideología de la derecha se consolidó como realidad efectiva, y la ideología de izquierda, que es el deseo político incómodo que impide que la ideología de derecha totalice la vida social, desapareció en el rechazo de la sociedad y en la llegada del mundo post ideológico. Respecto del gobierno de Moreno, aún difícil de leerlo, es posible aventurarse a decir que está cambiando el discurso ideológico para que no cambie la realidad ideológica, está cambiando todo para que nada cambie.

 

Notas:

  1. Žižek, 1992, p. 55.
  2. Marx, 2010.
  3. Žižek, 1992, p. 55.
  4. Žižek, 2006
  5. Žižek, 1992, p. 56.
  6. Žižek, 1992, p. 58.
  7. Žižek, 1992, p. 56.
  8. Žižek, 1992, p. 24.
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Bibliografía

Adorno, T. (1992). Dialéctica Negativa . Madrid: Taurus Hmanidades.

Horkheimer/Adorno (1987). La Dialéctica de la Ilustración. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.

Marx, K. (2010). El capital. México: Siglo XXI.

Žižek, S. (1992). El sublime objeto de la ideología. México: Siglo XXI.

Žižek, S. (2006). Visión de paralaje. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

 

Capítulo extraído del Libro: La Herencia del Correísmo

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