
Sacha es una palaba quechua que trasmite mucha fuerza. Puede traducirse como selva, bosque o árbol, pero en esencia simboliza a la naturaleza y, por obvia extensión, a la vida. Desde una perspectiva antropológica representa un elemento fundamental en la defensa de los derechos culturales y ambientales de los pueblos indígenas.
Sin embargo, en el voraz universo de los negocios petroleros más bien parece designar a una guapa millonaria a la que todos los gobiernos de turno han pretendido o pretenden seducir. La apropiación de su fortuna ofrece invalorables posibilidades de apuntalar el clientelismo político o, abiertamente, de robarse la plata. Desde el gobierno de Rafael Correa hasta el gobierno actual los interesados en alzarse con la joya de la corona –literalmente hablando– no han cesado en sus empeños.
La principal maldición de los países petroleros es que los negocios y negociados relacionados con la producción y venta de hidrocarburos trascienden la orientación política o ideológico de los regímenes. Se trata de una actividad productiva tan rentable que los grupos empresariales no se incomodan en hacer acuerdos con dios y con el diablo. Y los gobernantes no tienen mayores reparos a la hora de firmar los contratos. No en vano la industria petrolera ocupa, a nivel mundial, el primer lugar entre las actividades económicas que más dinero generan y manejan.
En el Ecuador, basta escarbar un poquito para percatarse de que los grupos y personajes vinculados a la intermediación petrolera llevan operando de la misma manera durante las últimas cinco décadas. Por eso la disputa que hoy se ha producido alrededor de la posible concesión del Campo Sacha debe analizara desde la lógica comercial que opera por detrás de la simulación política.
¿Por qué razón el gobierno de Daniel Noboa se metió en semejante berenjenal en medio de la campaña electoral por la presidencia de república, poniendo en serio riesgo su posibilidad de triunfo en la segunda vuelta? La única explicación que cabe es que, por si acaso de le viene encima el tsunami de la derrota electoral, es mejor dejar bien amarrada la barca. Por si las moscas.
Por el lado de los correístas, que hipócritamente se rasgan las vestiduras a propósito de la eventual concesión del mencionado campo petrolero, más bien hay que pensar que harán lo imposible para que ningún grupo económico distinto al que ellos representan se les lleve el negocio por puesta de mano.
De lo que no cabe la menor duda es que tanto los discursos soberanistas de los unos como los más pragmáticos de los otros se caen por el peso de su propia inconsistencia. En el fondo, los intereses del país o de los ecuatorianos a los que ambos apelan quedan, como siempre, en segundo plano.
Marzo 4, 2025
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