Frente al importante crecimiento de la tendencia al voto nulo en la segunda vuelta, han emergido voces, unas argumentadas, otras energúmenas, que rechazan esa opción bajo la consideración de que “es no ejercer el derecho al voto”; “es una posición falsamente neutral”; “es hacer juego a la derecha”; “es un voto inútil”, “es la típica salida de intelectuales radicales”, entre otras calificaciones.
El voto nulo ha sido propuesto desde diversos sectores; sin embargo, seguramente el actor protagónico ha sido el movimiento indígena, sea la CONAIE que Pachakutik. Su postura hace énfasis en el “fraude acontecido en la primera vuelta” que dejó fuera a su candidato presidencial. A más de exigir transparencia en los procesos electorales y legitimidad en la democracia, señalan no sentirse representados ni por el “banquero chulquero” ni por el “progresismo autoritario y corrupto”.
En efecto, para analizar el posible sentido de un voto “nulo ideológico”, una primera entrada es la representación política y programática de las dos candidaturas en segunda vuelta. Siendo muy sintéticos, Lasso representa a una buena parte de las derechas recalcitrantes que se han favorecido del Estado, paradójicamente desmantelándolo, y que propugnan la libertad de mercado, aunque ésta implica el empobrecimiento de las mayorías.
Arauz es la continuidad del proyecto progresista que gobernó 11 años (diez con Correa y uno con Moreno, los últimos tres fueron neoliberales) y que empezó a sufrir desviaciones programáticas y éticas desde el último mandato de Correa. La importante inversión pública realizada por el progresismo, con base en el boom petrolero, que mejoró educación, salud, carreteras, se convirtió en nostalgia popular en tiempos de coronavirus y del neoliberalismo en el que cayó el gobierno actual.
Desde las izquierdas, en su diversidad, no hay duda de lo que representa Lasso y de su programa que buscará profundizar la acumulación capitalista a costa de la explotación del trabajo y de la naturaleza; o sea, no hace falta mayor análisis para descartar de raíz la posibilidad de optar por esa candidatura de off shore y usuras.
Más compleja resulta la valoración desde las izquierdas de lo que representa Arauz, o lo que el progresismo de la revolución ciudadana es ahora, luego de once años de gobernar. Posiblemente podemos coincidir en que no se trata de un proyecto de las derechas recalcitrantes y neoliberales, eso seguramente no es.
El problema mayor en este caso es cómo creer que, pese a los graves errores cometidos, siga siendo una alternativa hacia el cambio social. Errores de la envergadura de “arroz verde”, no pueden justificarse solo como un efecto de la persecución política y su judicialización. Hay sobradas evidencias de que se usaron fondos públicos, bajo el “influjo psíquico” (léase las órdenes) del primer mandatario, para fondear al movimiento y sus campañas. Buses y sánduches.
Es más, los treinta millones de dólares en las cuentas del tío, evidencian que no solo se desviaron recursos para esas millonarias campañas verdes, sino para engordar o hacer cirugías estéticas a los tíos, primos y más cognados. No se puede, en las izquierdas, aceptar que el fin (combatir a la derecha) justifique los medios (fondos públicos en campañas); menos el latrocinio que se propició, porque muchos funcionarios siguieron el “ejemplo” y metieron las manos en todos los contratos posibles.
Pero, no solo es la desconfianza generada por lo que pasó. Sino, sobre todo, porque hasta hoy se ha pretendido proteger a quiénes así actuaron. Un espíritu de cuerpo tan firme que al parecer es parte de la consigna del jefe. Quien no defienda a Glas y su combo no tendrá ninguna opción electoral ni puesto alguno en el próximo gobierno; de ahí las marchas a Latacunga a solidarizarse con el héroe, incluso de algunos que sin duda no hicieron parte de las podridas verduras.
En relación al programa la RC, que ciertamente no fue neoliberal, tuvo el gran acierto de respaldar la construcción colectiva de la Constitución, avanzó entre 2008 y 2014 hacia la igualdad socioeconómica, pero tuvo grandes vacíos con respecto a lo definido en Montecristi. Por ejemplo, en relación a los derechos de las mujeres, por ejemplo, con respecto a la revolución agraria y la soberanía alimentaria; por ejemplo, en relación a la economía popular y solidaria; por ejemplo, hacia la construcción de la plurinacionalidad y respeto a la diversidad.
Y, sobre todo, se convirtió, con el pasar de los años, en un modelo autoritario de gestión de la política. El control de todas las funciones e instituciones, con una mayoría absoluta en la Asamblea Nacional, con un Consejo de Participación Ciudadana y Control Social bajo su mando, con unas contraloría y fiscalía alcahuetas (dos prófiugos); exacerbó aún más el presidencialismo.
Correa mandó en todo lugar, como el mismo dijo, era el jefe de todo el Estado, de todas las funciones, de su movimiento político y de las organizaciones sociales creadas desde el gobierno.
El progresismo, manchado por sus opacidades, fue combatido por la derecha que defendía sus intereses y sus dogmas, su ambición de acumulación (aunque a banqueros y empresarios no les fue para nada mal en esa década). También fue combatido por las izquierdas al interior del Movimiento País; tildadas por Correa de infantiles, voluntariosas y taimadas (cada año más acosadas y acalladas); y, desde afuera, entre otros actores por Pachakutik y la CONAIE.
Con esos antecedentes, es comprensible que sectores sociales y políticos de izquierda no confíen en el rol que pueda cumplir el progresismo si llegara a ocupar nuevamente Carondelet. Se presume que su prioridad será la revancha, indultar a sus héroes de Latacunga y buscar encerrar a quienes los “persiguieron implacables” (las Romo y Cía), más que la justicia socioeconómica.
Por eso, no puede llamar la atención que se proponga el voto nulo. No solo en rechazo al aparente fraude cometido en primera vuelta contra el candidato del mayor movimiento social del país; sino porque resulta inadmisible la opción neoliberal de Lasso y poco convincente la “progresista” de Arauz (quien ha tenido sus propias opacidades).
Desde las izquierdas, debería respetarse a quienes votarán por Arauz, pero también, del mismo modo, a quienes decidimos votar nulo. Seguramente en el voto por Arauz hay personas convencidas de que habrá una renovación, de que se superarán los desvíos éticos, de que se trabajará más cerca de las organizaciones sociales. Ojalá así pudiera ser.
Quienes votaremos nulo hemos perdido esa esperanza, creemos que la lucha de octubre de 2019 es un germen que merece continuidad; creemos que no hay solo que resistir al neoliberalismo sino renovar las agendas, los liderazgos y los repertorios de lucha; creemos que es más importante la tercera vuelta (extrainstitucional) que la segunda.
Con el empuje de la CONAIE se abre un escenario para esa renovación y ampliación del campo popular. Ese es el sentido mayor del voto nulo ideológico el 11 de abril. Desde el 12 a construir con nuevos bríos las correlaciones sociales, políticas y culturales para disputar el poder con base en la organización social. Para lograr una transformación a largo plazo, para alcanzar la hegemonía de la justicia social, la solidaridad, la equidad y la sustentabilidad.
Por: Warmikuntur
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