“Dahmer Monstruo: la historia de Jeffrey Dahmer”, última creación de Ryan Murphy, se debate entre la calidad de la propuesta y la popularidad que ha alcanzado.
Par quienes no la hayan visto, ahí va una reseña sin spoilers. El primer episodio se sostiene solo; bien podría haberse reducido las diez horas de la serie a un filme de dos horas y media de duración. Si por algún motivo no pudiesen o no soportasen continuar con el segundo episodio, quédense con la historia del primero como un “stand alone” que no precisa de secuela. Y es que en este capítulo se aprecia mejor que en el resto de la serie la calidad actoral de Evan Peters (Jeffrey Dahmer) y su antagonista, Niecy Nash (Glenda Cleveland, encargada de acechar al sicópata desde el fastidio de ser su vecina).
Los siguientes episodios van bien, explorando vida y manías de Dahmer, con un Peters que sabe cuándo apelar a la ironía para arrancarnos una sonrisa culposa (las reacciones de Dahmer al enterarse de cuán famoso se ha vuelto permiten a Peters sumarle al performance su dosis habitual de fanfarronería). Sorprende, asimismo, la potencia de las interpretaciones de Andrew Shaver (recurrente actor de reparto, en el papel del padre), Penelope Ann Miller (sex symbol de inicios de los noventa, en el papel de la madre) y Molly Ringwald (el arquetipo de la adolescente ochentera, en el papel de la madrastra). Pero una vez que se consuma el juicio del protagonista, la serie falla en mantener el ritmo. Si bien le hace justicia al aspecto dramático de la historia explorando aquello a lo que debieron enfrentarse las familias de las víctimas, le falta algo: mostrar el morbo de las personas que se volvieron fans de de Dahmer no es suficiente.
Siempre me ha parecido que las premisas de las series creadas por Ryan Murphy son por demás interesantes, pero muchas de ellas pierden encanto a medida que van acercándose al final. Ahí están Glee, American Horror Story o American Crime Story, que, al igual que Dahmer, inician golpeando con fuerza, quemando, innecesariamente, todos los cartuchos en las primeras escenas.
A pesar de ello, y además del casting, la atmósfera es otro gran punto que se anotan Murphy y su equipo. La historia se desarrolla en Milwaukee, Wisconsin, en la amplia zona de los grandes lagos del norte de Norteamérica, no obstante, todo es hacinado, sucio y sudoroso, cual cocina de chifa o turco de balneario. La atmósfera asfixiante, tan bien lograda, es aquello que más incomoda al espectador al momento de atestiguar los resultados de los crímenes; es como si la pantalla del televisor exudara los fluidos de la carne putrefacta. Y en eso no falla esta serie, en mostrarnos la carne de la que todo exuda y las motivaciones de la mente criminal, más allá del morbo de quien comparte las fotografías de las masacres carcelarias en el Ecuador… Así es, la realidad suele verse más real, tendemos a apreciarla mejor, cuando la atraviesa el filtro de la industria cultural. La habilidad del productor audiovisual está en hacernos sentir a pesar de la distancia que la aséptica pantalla permite. Ni siquiera nos imaginamos al pequeño Dahmer jugando con las vísceras de los animales que encontraba atropellados, pero nos volvemos el mudo testigo de cómo el pequeño Dahmer jugaba con las vísceras de aquellos animalitos solo cuando una producción televisiva recrea la escena.
Excelente artículo, comparto que es muy bien lograda esa sensación de llegar a sentir ese hedor, lo sofocante del escenario, y que nos revuelve el estómago a quienes no podemos ver las imágenes de las masacres carcelarias o escuchar las cintas reales ya disponibles en la misma plataforma.