Aunque suene a perogrullada, hay que insistir en que el seno de la política es la sociedad. Sobre todo, ahora que la denominada clase política parece ignorarlo. O lo ignora por conveniencia.
Luego de las elecciones del 15 de octubre, ganadores y perdedores están empeñados en lograr acuerdos políticos que más parecen transacciones mercantiles. Y las típicas desavenencias en el reparto empieza a provocar las primeras deserciones legislativas y partidistas. Nada nuevo en nuestra atribulada historia.
Como siempre, las negociaciones entre grupos de poder se realizan a puerta cerrada y a título personal. El profundo e irreversible descalabro del sistema de representación ha borrado del mapa las disputas y los acuerdos a partir de propuestas y visiones del país que se pretende construir. El toma y daca marca las agendas.
La pregunta de rigor, entonces, apunta a la ambigua legitimidad de los representantes, tanto del poder ejecutivo como del legislativo. ¿Qué y a quiénes representan aquellos funcionarios electos que se sientan en una mesa de negociación a tomar decisiones que repercuten en la vida de millones de personas? ¿Están realmente pensando en el país o únicamente reproducen las viejas prácticas de las cofradías políticas que operan a espaldas de sus electores?
No se ve por dónde la actual Asamblea Nacional pueda librarse del karma de la desaprobación crónica que afecta a esa función del Estado. En la práctica, está reproduciendo, de entrada, los mismos vicios que condujeron a la anterior Asamblea Nacional a su defenestración, con la venia absoluta de la ciudadanía.
Tampoco el gobierno está exento de perder legitimidad a pasos agigantados. Restringir las negociaciones al ámbito de la política formal implica un peligroso distanciamiento de los movimientos sociales. Los levantamientos populares suelen ser decisivos en determinados momentos, y con más frecuencia de la que su supone.
Si no, pregúntenle a Guillermo Lasso, cuyo gobierno empezó a naufragar con el paro indígena de junio de 2022. Que los asambleístas socialcristianos y correístas se hayan aprovechado de la convulsión social para acorralar al gobierno es harina de otro costal. El origen de la crisis y el posterior desenlace no se originó en los cenáculos de los conspiradores sino en las calles.
Desentenderse de las dinámicas sociales, particularmente en una situación de tanta inseguridad pública, es un grave error. La reacción de los transportistas es el más claro ejemplo de la lucha política desde los espacios sociales. Estemos o no de acuerdo con sus demandas. Como gremio, los transportistas no tienen ni partido, ni bloque parlamentario, ni autoridades locales. Pero pueden sentarle a negociar al gobierno central.
¿Han dicho algo concreto el presidente Noboa o las principales bancadas legislativas respecto de las propuestas de los principales movimientos sociales del país? Hasta la fecha, nada. Nada más que descalificar de antemano cualquier intento de movilización.
Octubre 26, 2023
Be the first to comment