Elecciones presidenciales 2023 y deterioro del populismo correísta

En 2021 Guillermo Lasso (CREO) ganó la Presidencia de la República con el 52,36% de votos válidos frente al 47,64% de Andrés Arauz (UNES); mientras que, Daniel Noboa (ADN), se convirtió en el nuevo mandatario del Ecuador -postmuerte cruzada- con el 51,83% de votos versus el 48,17% de Luisa González (RC). La conclusión a primera vista daría cuenta de que el correísmo se está marchitando aceleradamente y con él, una forma de populismo estaría en potencial deterioro no solo por la suma de fracasos en las elecciones presidenciales (dos entre 2021 y 2023); sino también porque -hasta el sol de hoy- no supera los cuatro años de gestión morenista (correísmo sin Correa) y sus repercusiones en el cuasi desmantelamiento de la estructura autoritaria que levantó el ex Presidente Rafael Correa.

El mejor medidor de esta crisis del populismo correísta es la cartografía de los procesos electorales de 2017, 2021 y 2023. Por ejemplo, en el año 2017, el correísmo, de la mano de Lenin Moreno, triunfó en 12 provincias, entre ellas toda la Región Costa más Imbabura (55,41%), Carchi (51,43%), Santo Domingo (52,45%) y Azuay (53,67%), en la Sierra. Esas cuatro provincias, en el año 2021, inclinaron la balanza a favor de Guillermo Lasso, con ello, el correísmo quedó afincado -únicamente- en las seis provincias de la Costa: Esmeraldas (55,75%), Manabí (66,10%), Santa Elena (61,10%), Guayas (53,05%), Los Ríos (62,35%) y El Oro (51,64%) y, en la Región Amazónica, en la provincia de Sucumbíos (56,31%). Para las elecciones presidenciales anticipadas de 2023, la cartografía electoral de 2021 se repetió casi en su totalidad, con una salvedad, la candidata del correísmo, Luisa González, triunfó en la provincia de Orellana (52,90%).

La segunda conclusión es clara y mucho más pragmática: la crisis del populismo correísta pasa por un enfoque regionalista y la pérdida de incidencia en la Sierra y en buena parte de la Amazonía; pese a que en las elecciones seccionales de febrero de 2023 obtuvo las alcaldías y prefecturas en localidades claves del país: Quito y Pichincha, Guayas y Guayaquil. ¿Qué sucedió? ¿Por qué no funcionaron las redes clientelares y el aparato de propaganda organizado desde el poder local? ¿O la sola imagen de Correa tiró abajo el trabajo en territorio de sus operadores?

Ahora bien, este deterioro de la Revolución Ciudadana no marca su fin político y electoral, principalmente por su nutrido bloque en la Asamblea Nacional (52 legisladores); aunque sí debería encender las alertas al interior de la organización política, porque su discurso seudo-disruptivo y cuasi refundacional pensado ahora en pretérito, se diluyó y hasta aburrió a la ciudadanía; a tal punto que, lejos de posicionarse como alternativa ante la partidocracia y el histórico abuso de sus prerrogativas; se reafirmó como parte de esa élite política y electoral que pugna por retomar el control sobre el monopolio de la actividad pública, a costa de la propia independencia de las instituciones del Estado e incluso de las libertades civiles. Nada nuevo si se considera que, por dos ocasiones consecutivas, los ciudadanos no vieron en los candidatos presidenciales del correísmo, una opción real y viable para superar la crisis sistémica por la que atraviesa nuestra democracia representativa, pues identifican a su alta dirigencia como co-responsable de los problemas del país; aunque los aludidos públicamente se revictimicen y no lo reconozcan, ni siquiera el propio Rafael Correa.

¿Correa y los correístas seguirán pensando -cada uno por su lado- que el Ecuador de este complejo 2023 es similar al del año 2007?

Esta ausencia de autocrítica y reflexión sumada a: 1) un inoficioso cambio de rostros; 2) la persistencia por institucionalizar en el Estado la venganza personal del exmandatario reñido con la justicia y; 3) la falta rotunda de autonomía para deliberar por fuera del mito urbano de la traición, dieron cuenta de que la racionalidad democrática y sus prácticas contravienen los cánones de convivencia al interior de las huestes correístas, cuyo sello distintivo es el enfermizo culto a la personalidad volátil de su “líder”. Sin embargo, las opciones de la Revolución Ciudadana no son muchas, o se reinventa para pensar en un proceso de sucesión que permita superar la idolatría al caudillo, enviándolo al ático de la historia y apartándose tanto de su dedo histriónico en twitter como de las lógicas intimidatorias con las que asume la política; o camina en el mismo terreno de 2021 y 2023, a sabiendas de que esto lo condenará -hasta que la gente se canse o la crisis sea más profunda- a ser el “segundún” de las elecciones presidenciales.

¿Qué quiere Correa y qué quieren los correístas? ¿Gobernar exclusivamente desde el Parlamento al mismo estilo de sus aliados socialcristianos, presionando a los gobiernos de turno a cambio de votos y estabilidad política? El parlamentarismo criollo siempre será una autopista con dirección al chantaje por la que muchos caudillos deseen transitar.

Acerca de Alfredo Espinosa Rodríguez 52 Articles
Alfredo Espinosa Rodríguez. Comunicador social. Magíster en Estudios Latinoamericanos con mención en política y cultura. Analista en temas de comunicación y política electoral. Es articulista en medios digitales de análisis, investigación y opinión como: lalineadefuego.info, Revista Rupturas y Plan V.  

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