El socialismo del siglo XXI es similar al del XX

por Raúl Zibechi

Si sólo fuera Venezuela. Pero nuestra historia de crímenes es demasiado larga como para seguirla ignorando. Roque Dalton y la comandante Ana María, miembros del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, son apenas dos perlas en un collar interminable. ¿En qué cuenta colocamos los crímenes de Sendero Luminoso, los miles de asesinados en nombre de la revolución y del “presidente Gonzalo”? ¿Y los muertos por Daniel Ortega? ¿Quién los asume? ¿Quién da la cara por tantas y tantos asesinados en nombre de un proyecto emancipatorio que no es tal?

Cuando no se puede culpar al imperialismo, como en los casos mencionados, la opción es mirar para otro lado. O mentar “errores”, para desviar la atención. Como todos los cometemos, ¿quién podría culpar entonces a los perpetradores? Lo grave es la doble moral, la ética de usar y tirar, para evitar no sólo la condena verbal, sino para no entrarle de veras a nuestro Gulag*, a los crímenes que cometemos en nombre de nuestro proyecto político que, bien mirado, es apenas un proyecto de poder.

El Foro de San Pablo tiene una larga trayectoria. Fue fundado en 1990 a instancias del Partido de los Trabajadores de Brasil, para enfrentar las consecuencias de la caída del socialismo real y las consecuencias del neoliberalismo en América Latina. Su importancia radica en que funciona como una suerte de centro de pensamiento para las izquierdas del continente y coordina a la casi totalidad de estas fuerzas.

Sin embargo, desde su creación ha sido incapaz de explicar las causas por las cuales colapsaron los socialismos soviéticos y los porqués de que China se haya colocado a la cabeza del neoliberalismo global. La impresión que se recoge es que los problemas del socialismo son, básicamente, los países imperialistas que ponen palos en la rueda de un sistema exitoso que avanzaría imparable si no fuera por las dificultades externas.

Lo demás serían errores entendibles. En una extensa entrevista de Tomás Borge a Fidel Castro en 1992, centrada en la figura de Stalin, reconoce: “Creo que Stalin cometió errores muy grandes, pero también tuvo aciertos grandes”. Entre los errores destaca “enorme abuso de poder”, pero no dice a qué se refiere y se niega a echar sobre sus hombros los millones de muertos por el régimen. Luego menciona dos tipos de errores: la política agraria y la militar.

Llama la atención que no mencione crímenes como los cometidos contra la vieja guardia bolchevique, Kamenev, Zinoviev, Trotski, Bujarin, por mencionar apenas algunos de los más conocidos. No son errores. Fueron asesinatos evitables, al punto que buena parte de ellos fueron rehabilitados tiempo después. Los juicios de Moscú no se debieron ni a errores ni a la locura de Stalin. De los 1.966 delegados del XVII Congreso del Partido Comunista, celebrado en 1934, 1.108 fueron arrestados y casi todos murieron ejecutados o en prisión.

Con razón Pierre Broué, en su historia del partido bolchevique, concluye que hubo una “exterminación” de los militantes y cuadros del partido de le época de Lenin. La importancia de esta historia, que llamamos habitualmente estalinismo, es que sigue operando, que no está cerrada. La represión sirve en dos sentidos: consolida a la burocracia en el poder y le allana el camino para convertirse en una nueva clase dominante. Por eso la represión no es un hecho menor: no es un error ni es consecuencia de la “manía persecutoria” de un loco (Stalin), como dijo tiempo después Kruschev.

Quiero enfatizar que la represión tiene una utilidad política y económica, como señala Foucault. En el bienio 1936-1937 hubo en la URSS 680.000 ejecutados y 630.000 internados en campos de trabajo. Hubo además, y de esto casi no se habla, una vergonzosa colaboración entre el KGB y la Gestapo alemana, que llevó a la entrega al régimen nazi de comunistas alemanas y austríacos refugiados en la URSS.

Lo anterior me parecen consideraciones necesarias para abordar los procesos actuales, porque buena parte de lo que sucede con los partidos integrados en el Foro de San Pablo no es nuevo, sino la repetición de una historia con la que en algún momento  deberíamos zanjar. Porque la represión es un límite ético intolerable. 

El Foro de San Pablo, a mi modo de ver, omite tres cuestiones en relación con Venezuela, Nicaragua y el conjunto de la izquierda en la región.

La primera es la necesidad de asumir que el socialismo no consiste en la concentración de los medios de producción y de cambio en el Estado, como se hizo en todos los procesos revolucionarios. Concentrar poder y recursos en el Estado va a contramano de la emancipación, crea las condiciones para la emergencia de un poderosa burocracia que, poco a poco, se va transformando en una nueva clase que se coloca sobre la sociedad y la oprime para beneficio propio.

La segunda es que la represión tiene por objetivo catapultar a esa clase a la gestión de los medios de producción. Aquí es necesario actualizar los análisis y comprender que la burguesía tiene dos ramas: la tradicional, propietaria de los medios de producción, y la que los gestiona. Son dos caras de la clase dominante, pero de la clase de los gestores son muy pocos los que quieren hablar. 

Sin embargo, es lo que sucedió en la URSS y está sucediendo en China con los cuadros del Partido Comunista. Algo muy similar a lo que sucede en Venezuela y en Nicaragua, donde Ortega y su grupo han desviado los beneficios económicos procedentes de Caracas para su grupo de poder.

La tercera es el pragmatismo, las desviaciones éticas que terminan haciendo que las revoluciones sean muy parecidas a los regímenes que existían antes. Hoy muchos ex comandantes sandinistas consideran que entre Ortega y Somoza no hay gran diferencia. La corrupción rampante en las izquierdas en los gobiernos juega un papel similar a la que otrora jugaba la represión: es un modo de acumulación “originaria” de una clase emergente que hace un discurso de izquierdas pero actúa como las derechas.

¿Cómo es posible que el Foro de San Pablo se niegue sistemáticamente a condenar la represión y corrupción de los gobiernos que lo integran?

Por último, debemos recordar que la implosión de la URSS no fue impuesta desde fuera, sino fruto de la deserción de los trabajadores, que primero se replegaron ante la represión y luego fueron dejando de colaborar con el régimen, boicoteando a la burocracia en el poder en todos los aspectos que pudieron.

Maduro perdió el barrio 23 de Enero, un bastión del chavismo y lugar emblemático de la conciencia popular venezolana. Algo similar sucedió con Monimbó, que fue un barrio clave en la lucha contra los Somoza y ahora es un bastión de la resistencia a Ortega. Son signos que las izquierdas no quieren o no pueden ver ni, peor aún, comprender.

 

*Campos de trabajo forzoso en la Unión Soviética donde se internaba a personas opuestas al régimen.

Acerca de Raúl Zibechi 53 Articles
Raúl Zibechi es escritor y pensador-activista uruguayo, dedicado al trabajo con movimientos sociales en América Latina. Entre 1969 y 1973 fue militante del Frente Estudiantil Revolucionario (FER), agrupación estudiantil vinculada al Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros. Bajo la dictadura militar del 73.

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