Tecnofeudalismo

La extensión de las tecnologías de la información y las comunicaciones es el motor de la reestructuración capitalista de la producción, el consumo y la vida
Por Corsino Vela
Las TIC protagonizan el actual ciclo de acumulación del capital en crisis, como hiciera la tecnología de automatización mecánica en la segunda mitad del siglo XX. El libro “Tecnofeudalismo. Crítica de la economía digital” (Ediciones La Cebra y Kaxilda) describe la especificidad de las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) respecto a tecnologías precedentes y cómo su despliegue en el ciclo de acumulación de capital genera nuevas y estrechas dependencias de suministradores, clientes y consumidores respecto de los grandes monopolios tecnológicos emergentes y sus plataformas de servicios (Amazon, Google, Apple, Microsoft, Uber, Facebook, etcétera), que son las que articulan las relaciones características del tecnofeudalismo que da título al libro.
La genealogía y extensión de la nueva versión del progresismo capitalista a partir del modelo del Silicon Valley, paradigma de la producción, de la organización del trabajo y de la ideología de la economía digital, señala los límites ideológicos y prácticos de la fábula del nuevo capitalismo vinculado a las tecnologías de la comunicación, al tiempo que desbarata la retórica en torno a la promesa de autonomía individual, libertad creadora, competencia, descentralización democrática, etcétera, y la mitología de la innovación.

En realidad, el despliegue de las TIC viene a intensificar las tendencias inherentes al modo de producción capitalista en cuanto a concentración, centralización, renta monopolista y dominación tecnológica. Y más concretamente, el impacto de las TIC en la esfera de la producción ha propiciado la dispersión del trabajo, la deslocalización geográfica y la externalización productiva mediante la formación de cadenas de subcontratación, como medio de mejorar la productividad y la cuota de acumulación de capital en las empresas que dominan las cadenas de subcontratación, desplazando costes hacia abajo, como ilustra a propósito de Apple.

Asimismo, queda en evidencia la superchería neoliberal y su denostación de la intervención estatal, pues la revolución tecnológica de las TIC se forjó precisamente con el respaldo de los despachos gubernamentales y fue impulsada por el gasto público, tanto en los EEUU como en China o Corea, mientras que la política de desregulación seguida en la UE ha determinado su marginación en el mercado mundial de las TIC.

Más allá de las intromisiones tecnológicas en el control de la vida privada y la movilidad de las personas (geolocalización, identificación facial), es clave la implantación de las TIC en los procesos de producción, gestión y explotación de la información por las plataformas y también en sus aplicaciones a los procesos de producción y en la organización del trabajo, en general, o sea, al proceso de producción, circulación y realización de capital, con referencias tomadas de las actividades de las firmas hegemónicas.

Cédric Durand ha puesto las TIC en su sitio dentro de la actividad económica del capitalismo digitalizado, precisamente al llamar la atención acerca de la generación y apropiación (depredación) de la renta monopolista de las firmas dominantes en el mercado planetario. No se le escapa que, aunque la economía digital se base en intangibles (datos, información), la economía capitalista es una realidad bien tangible cuyas consecuencias son perceptibles en las condiciones materiales de la vida de la gente y en las relaciones clienteleras que se tejen en el marco de la representación política y social (refeudalización).

Es así como advierte acerca de la información en el sentido de que “no considero que la información esté en vías de convertirse en el principal modo de producción de valor”, para afirmar a continuación que “la economía política de lo digital, depende principalmente de la problemática de la renta”. La renta, o sea, la obtención de beneficios parasitarios, lo que lleva al primer plano la explotación del trabajo y la producción de plusvalía, etcétera, pues “si la explotación del trabajo sigue desempeñando un papel central en la formación de una masa global de plusvalía, la especificidad actual reside en mecanismos de captura que permiten a los capitales alimentar sus ganancias por deducción sobre esa masa global, al tiempo que limitan su implicación directa en la explotación y se desconectan de los procesos productivos. Es la significación que se da aquí a la renta”. Y ahí aparece precisamente una línea de fisura estructural que es también una demarcación social conflictiva y, por tanto, una posibilidad de intervención práctica contra el orden impuesto por las empresas TIC en la economía digital.

Contra lo que pueda parecer, abordar la cuestión de las aplicaciones digitales desde la teoría marxiana del valor no es una abstracción escolástica; como todo lo que tiene que ver con la valorización y acumulación de capital, es una cuestión eminentemente práctica y está directamente ligada a las condiciones de trabajo tal como ejemplifica el autor a propósito de Amazon, Uber o las centrales de llamadas. Y aquí, como en otros aspectos de su exposición, Cédric Durand abre una vía de comprensión de la realidad macroeconómica, pero también en el ámbito concreto, microeconómico, de la organización del trabajo y de los márgenes de explotación de las aplicaciones TIC en las firmas insertas en la trama de dependencia digital.

Así, pues, si la clave del actual orden económico está en la renta monopolista de la firma hegemónica digital, como parte del valor global producido, entonces hay que atender a la producción del valor; al proceso de valorización sobre el que actúa la posición dominante de la firma. De ahí que sea inevitable preguntarse hasta qué punto la firmas que dominan la economía digital generan valor o, por el contrario, su contribución consiste primordialmente en favorecer la fase de realización del valor, su conversión en capital en el mercado, como en el caso ejemplar de Amazon.

Esta es una cuestión importante si llevamos el análisis al plano macroeconómico y a la función de la tecnología digital en el marco de la crisis estructural capitalista del presente y, particularmente, a su dimensión social. Pues vemos cómo las firmas dominantes de la economía digital, al tiempo que refuerzan su posición monopolista y crean una situación creciente de dependencia con los rasgos tecnofeudales que señala el autor respecto de las empresas suministradoras, subcontratadas y clientes, profundizan las condiciones de crisis al propiciar despidos masivos a lo largo de la cadena de negocio digitalizada (despidos en centrales de llamada, en operadoras telefónicas, en la banca, en la distribución comercial).

Formalmente la economía digital subsume la esfera productiva en la improductiva al dar la preponderancia en el proceso de acumulación de capital a los mecanismos de depredación de la renta. Ahora bien, en este punto hay que preguntarse en qué nivel de subsunción el proceso de producción de valor colapsa puesto que, en última instancia, la renta de las firmas hegemónicas del mercado digital descansa sobre la esfera productiva de las empresas subordinadas y de la explotación de su propia fuerza de trabajo.

Entonces la cuestión se desplaza hacia los costes de la depredación, con lo que una vez más reaparece el problema de la actividad improductiva en el ámbito de la acumulación de capital de la era digital que, en la forma de costes de depredación y estabilización social, tienden al alza. Y son igualmente fuente de conflictividad o de vulnerabilidades, como señala el autor en su descripción del funcionamiento de la economía digital, de la jerarquización de las firmas y del trabajo en las plataformas, etcétera, porque es ahí donde se da la tensión social de la conflictividad digital.

Como quiera que sea, es importante diferenciar los intangibles valorizadores (programas y sistemas de información aplicados en la manufactura y la producción de necesidades básicas, esenciales, como se ha puesto en evidencia en la pandemia), de los intangibles generadores de beneficios parasitarios, detraídos de la valorización global. A fin de cuentas, buena parte del negocio empresarial vinculado al Big data y las plataformas tiene que ver con la publicidad, lo que nos lleva a actualizar el debate de los años setenta sobre la diferencia entre valor y beneficio en el caso de las empresas de publicidad.

Por eso, a propósito de las rentas monopolistas de las firmas dominantes de la economía digital, es oportuno plantear si no se trata de mera transferencia de beneficios desde las actividades productivas. O, más concretamente, qué proporción de los cuatro tipos de renta vinculada a los intangibles (de propiedad intelectual, de monopolio natural, diferencial de los intangibles y de innovación dinámica) que propone el autor corresponde a la actividad valorizadora o cuál es simplemente resultado de una transferencia de valor de aquélla.

Pues es ahí donde la economía del Big data y su función en la realización global del capital encuentra una limitación objetiva en el mercado mismo y en la pérdida de solvencia de la demanda global que se enmascara tras el endeudamiento privado (desempleo y precarización), empresarial y de los países (deuda soberana). De manera que más que una solución a la crisis, como preconiza la propaganda mediática capitalista, o incluso de un salto más allá del capitalismo, como sugiere la hipótesis que avanza el autor cuando se pregunta si «podría ser que esté en vías de ocurrir un cambio de lógica sistémica y que nuestros ojos, perturbados por el entrelazamiento de las crisis del capitalismo, aún no lo haya percibido bien?, el tecnofeudalismo más bien representa una expresión del capitalismo en una situación de crisis estructural y sistémica sin precedentes.

Por lo demás, “Tecnofeudalismo. Crítica de la economía digital” señala problemáticas y perspectivas de la economía digital de especial interés, como las que tienen que ver con la propiedad intelectual (la apropiación de conocimiento) o, igualmente, acerca de la neutralidad de la tecnología, cuando dice que “el problema es el uso de la técnica en el proceso de trabajo capitalista y de sus determinantes”. Cuestión ésta última de gran calado que entronca con las controversias de la tradición de la crítica del progresismo en la sociedad industrial.

El libro es una aproximación útil a la realidad concreta del desarrollo de la tecnología digital y de sus implicaciones económicas, laborales y sociales, así como de sus contradicciones y de las potenciales líneas de conflictividad; y no solo por lo que expone de forma argumentada, sino también por los estimulantes interrogantes que plantea.

 

TECNOFEUDALISMO. CRÍTICA DE LA ECONOMÍA DIGITAL
Un libro de Cédric Durand, publicado por Ediciones La Cebra y Kaxilda

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